Crónica de un viaje rumbo al Xantolo en Tempoal, Veracruz

El público empezaba a tomar asiento
para presenciar un espectáculo
típico de comparsas enmascarados
de la cultura veracruzana
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Tempoal, Veracruz. 1 de noviembre de 2008. Tuve la fortuna de conocer al ingeniero José Luis del Ángel Lemus hace casi dos años debido a nuestro mutuo interés en nuestras tradiciones, especialmente en las huastecas, pues él es tempoalense, hijo pródigo de esta hermosa y generosa tierra.

Desde que surgió nuestra amistad, José Luis me invitó a ir a su pueblo; el año pasado estuvimos a punto de concretar esa invitación, pero por motivos diversos no se pudo. También me invitó a un recinto de la Cámara de Diputados en la Ciudad de México, donde se presentó un libro sobre pesca del que es coautor; tampoco pude asistir.

Este año por fin, con el favor de Dios, tuve el gusto de visitar este municipio del norte del estado de Veracruz y de conocer personalmente a José Luis, así como a su noble familia, que me brindó alojamiento y el regalo de su amistad. Pero no fue tan fácil conseguirlo, pues el viernes 31 de octubre ya estaban agotados los boletos de la corrida del camión de la línea ADO que va directo a Tempoal y que sale de la Central de Autobuses del Norte del D.F. a las 22:30 horas. Este hecho ya casi me hacía desistir y posponer nuestro encuentro otro año más.

Pero, como dije, ya estaba de Dios que nos encontráramos. Llegué a la Central susodicha aproximadamente a las 22 horas en busca de un milagro, digo, de un boleto. Y se me concedió. En ADO sólo había para Poza Rica hasta pasada la medianoche. Me dirigí a Estrella Blanca y casi no daba crédito a lo que sucedió: pregunté si había alguna corrida extra a Huejutla y me dijeron “Sí”. Salía a las 23:43 –dos horas después–, compré cuatro boletos, no me quisieron vender a la mitad de precio el de mi hijo de seis años. Bueno, no había tiempo para alegar, los compré y me fui a tumbar a un costado del altar dedicado a la Guadalupana, que lucía enorme ofrenda de muertos, en la que destacaba un mariachi, dado que en la Sala 5 no cabía un alfiler más, ni siquiera se podía caminar o intentar ingresar a ella.

Así, pues, la Central estaba a reventar, era impresionante la cantidad de gente que se disponía a salir de la capital de la República rumbo a sus lugares de origen o a visitar a sus familiares y a “sus muertitos”, especialmente las dos líneas que mencioné lucían largas filas de desesperados viajantes. La llegada de pasajeros era mucho menor, pero no por eso era poca. Un hervidero que, de veras, tenía años de no ver, si acaso en Semana Santa he visto algo similar.

A un lado de nosotros –mi esposa, mi hijo, una sobrina y el que suscribe– estaban varias personas, quizás dos familias emparentadas. Traían dos bebés. Ellos no habían tenido tanta suerte: se dirigían a Huauchinango, Puebla, y su autobús salía hasta las cinco de la mañana del sábado 1 de noviembre. ¡Aún les faltaba esperar siete horas para efectuar un viaje que no rebasa las dos horas!

En fin, nosotros compramos pan, cenamos y platicamos para pasar el tiempo de la manera más amena posible, aun cuando esto no impidió que se nos hiciera largo y pesado –el suelo de la Central es muy frío y duro–, sobre todo a mi hijo, que ya porfiaba en subir al camión que nos llevaría a “la Huasteca lejana”.

Como reza la sabiduría popular, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, así que a las 22:30 nos abrimos paso con dificultad entre la muchedumbre para abordar el autobús, que salió lleno a las 22:50 horas. Por suerte,  nos tocó en un Futura del Grupo Estrella Blanca. Lo digo porque son amplios y más bien que mal uno se puede estirar e ir de la manera más confortable posible.

Viajamos sin contratiempos, excepto que el chofer hizo una parada en un restaurante situado a un lado de la carretera, en Atotonilco el Grande, Hidalgo. De ahí en adelante ya no hizo paradas. Llegó a Huejutla a las 7:35 horas, que lucía con calles encharcadas y mucha nubosidad. La pequeña central de la línea de autobuses en esta población, conocida como “El corazón de la Huasteca hidalguense”, estaba llena, con largas filas. Me acerqué y pregunté por la próxima salida a Tempoal. “7:40”, me dijeron. Vaya, no hubo tiempo de pasar al baño, pues apenas alcancé a adquirir los boletos.

El camión asignado se dirigía a Tampico y no estaba en buenas condiciones, de hecho lucía cercano a lo que podría denominar destartalado. Pero, bueno, nos llevaría a Tempoal, “Lugar de sapos”, según la “Enciclopedia de los Municipios de México”, o “Lugar de peces”, de acuerdo con el profesor Próspero Moisés Almanza Ahumada en el folleto “Fiesta de muertos en Tempoal. Donde se ríe, baila y llora con los muertos”.

Aproximadamente una hora y diez minutos después, unas esculturas que representan a una pareja de bailadores de son huasteco o de comparsa con la leyenda “Bienvenidos a Tempoal. Cuna de tradiciones” nos recibía a la entrada del pueblo de casi 35 mil habitantes, según un letrero oficial; de aproximadamente 50 mil, calcula José Luis. Desde las primeras calles se puede apreciar que es un lugar bello y agradable, con buenas y bonitas casas, calles con señalizaciones urbanas.

El autobús se detuvo en la central de Estrella Blanca (no es ocioso mencionar que en la mayor parte de la Huasteca veracruzana –y en algunas partes de la potosina– cada línea de autobuses tiene su central u oficinas de venta de boletos). También se notaban los estragos de la lluvia en el piso mojado y lodo en partes terrosas. Caminamos al Centro, donde quedé de verme con José Luis. La fiesta de muertos de Tempoal, que inició el 28 de octubre y concluiría el 3 de noviembre, nos aguardaba…

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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