Alejandra Robles arranca gritos de ¡Viva Oaxaca! y ¡échele mi morena! entre sones y chilenas

Con delicados y cadencioso
movimientos, como imitando
a un ave, ávida de regresar al mar,
Alejandra agradeció cada aplauso
con lo mejor que tiene, su voz
Foto: Cortesía INAH

Ciudad de México.- 22 de Septiembre del 2008.- (CONACULTA) Caía la tarde sobre el gran edificio que alberga al Museo Nacional de Antropología. El sol trataba de ocultarse detrás de las nubes grises;  bajo ellas un centenar de personas esperaba ávidamente la presentación de Alejandra Robles, oaxaqueña de nacimiento y cantante de profesión.

 

            Pasadas las cinco y media de la tarde la expectación terminó. Al escenario, montado en el patio principal de la XX Feria del Libro de Antropología e Historia (FLAH), arribó Alejandra, con el porte que sólo tienen las mujeres de la Costa Chica de Oaxaca, una mujer de piel morena, ojos pequeños y extraordinaria sonrisa. Junto a ella llegaron también cinco músicos entonando  los primeros acordes de lo minutos más tarde se convirtió en un mágico recital.

 

            Entonces sucedió: las notas de los sones costeños inundaron el lugar, aunque no con la tradicional banda de viento, sino con las notas emitidas por el bajo, teclado, las percusiones y el saxofón que acompañan a la gran voz de Ale, como la llaman de manera cariñosa sus seguidores.

 

             El negro de la Costa calentó el ánimo del respetable y calmó los nervios de la artista, los acordes de esta chilena erizaron la piel, y movieron pies y corazones de los espectadores quienes, hipnotizados, disfrutaban del homenaje que los movimientos de caderas y manos de Alejandra Robles ofrecían a la herencia afromestiza de las costas de Oaxaca.

 

            Llovieron los aplausos. Alejandra se había ganado al público;  algunos de los presentes no pudieron reprimir su orgullo oaxaqueño; entre alegría y melancolía entonaban cada una de las letras de las canciones que interpretó la graduada de la Universidad Veracruzana, quien, por cierto, también añora su vida frente al mar, por eso interpreta chilenas y sones; porque siente que con ello refrenda su lazo con la costa, con su infancia, su familia y sus costumbres.

 

            Influenciada desde pequeña por su abuelo, Alejandra Robles afirmó que lleva la música tradicional por dentro y eso lo demostró durante su recital, al interpretar Luna llena, La Malagueña, La bruja y La llorona, canciones convertidas en bachatas y baladas.

 

            El sentimiento estaba en el aire y eso se notaba por las pieles erizadas de algunos asistentes que no hacían más que seguir en su canto y sus  delicados movimientos, casi imitando a un ave, una gaviota tal vez, ávida de regresar al mar, a Alejandra, que agradecía cada uno de los aplausos con lo mejor que tiene, su voz.

           

“Malagueña salerosa/ besar tus labios quisiera/ besar tus labios quisiera/ Malagueña salerosa/ Y decirte niña hermosa/ que eres linda y hechicera/ que eres linda y hechicera/ como el candor de una rosa”, ofrecía al público, y ellos acogían la letra,  la recibían y la hacían suya, cantantando también.

 

            La originaria de Puerto Escondido, Oaxaca reafirmó que lleva el sabor de la costa en la sangre al interpretar y bailar las chilenas: Arrincónamela, Alingo lingo y San Marqueña

 

            Mientras los saxofonistas tocaban las canciones, Alejandra Robles no dejaba de mover pies, manos y caderas e incitaba al público para que la apoyaran con las palmas, para las seis y media de la tarde la comunión estaba hecha y el disfrute llegaba a su máximo momento.

 

            ¡Viva Oaxaca!, ¡Arriba la Costa Chica!, ¡échele mi morena!, eran sólo algunas de las frases que se dejaban escuchar entre el público, mientras Alejandra cantaba: “ahora si que estoy culeco porque mañana me caso con una linda morena patitas de chachalaca…” y llenaba con estas frases el ánimo de las personas concentradas en torno al gran paraguas del Museo Nacional de Antropología.

 

            Algunos pañuelos blancos hicieron su aparición de entre los espectadores y al ritmo de las chilenas lo movían como se hace en la costa, “Arrincónamela para arriba/ arrincónamela para abajo/ arrincónamela vida mía…”, entonaba alegremente Alejandra mientras sus hombros tocados por los leves rayos de Sol que se asomaban entre las nubes se sincronizaban con sus caderas para darle “sabor” al canto.

 

            Diez minutos antes de que el reloj marcaba las siete de la noche el patio se había convertido en una gran fiesta, los pies de los asistentes al evento se movían al compás de las chilenas, en las caras la alegría era evidente  pero llegó el final, después de presentar a sus músicos –Arturo Luna (bajo), Carlos Tovar (percusiones), Arodi Martínez y Javier Hernández (saxofón) y Manuel Cruz (teclados) – tomó el micrófono y con voz más suave dijo: “con está canción nos despedimos, gracias por estar aquí”.

 

            Entonces el público exclamó un “NO” que retumbó en todo el museo y pidió otra más, fue complacido y llegó La voladora, una chilena que cerró con broche de oro la mágica tarde del primero de los conciertos que ofreció Alejandra en la XX Feria del Libro de Antropología e Historia.

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