Guillermo Pérez, casta de campeón

El taekwondoín azteca Guillermo
Pérez se convirtió en campeón
olímpico, tras superar en la final
de los 58 kgs a Gabriel Mercedes,
de República Dominicana
Foto: Cortesía conade.gob.mx

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Para Yadira, que está en busca de un sueño sin saber que ya lo tiene

Ciudad de México. 20 de agosto de 2008. Esta mañana, México vibró por la victoria de Guillermo Pérez en taekwondo ante un aferrado Yulis Gabriel Mercedes, dominicano, por lo menos San Pedro de los Pinos vibraba cuando llevé a mi pequeño hijo a la primaria. Azorado ante los claxonazos y muestras de júbilo, me preguntó el motivo de la algarabía. Entonces le expliqué: “Hoy, por primera vez en los Juegos Olímpicos de Pekín (o Beijing), y en todo el mundo, sonará el Himno Nacional, gracias a un atleta michoacano llamado Guillermo Pérez, que ganó una medalla de oro para México”. Quizás aún no lo sepa cabalmente, pero ya vislumbró el efecto mágico del triunfo, el honor de ser mexicano.

Como casi todo el mundo, mi hijo también ha estado pendiente de los juegos. Y, como muchos niños, también ha expresado su deseo de un día representar a su país y ponerlo muy alto. “Pero yo quiero competir en carreras, no en natación”, ha dicho ante la proeza de Michael Phelps. Hoy, estoy seguro, jamás olvidará los ecos que produce la gloría olímpica; sólo el tiempo dirá si algún día será capaz de poner en alto el nombre de su patria, aunque sea en otro ámbito.

Lo cierto es que esta victoria de Guillermo Pérez, hasta hace unos días casi un desconocido y hoy su nombre entra literalmente con letras de oro en la historia del deporte mexicano, ha despertado el sentimiento nacionalista y el orgullo de millones de compatriotas, que compartimos la ilusión y la buena vibra de que ganara el oro en el momento de la decisión de los jueces.

Pero hay algo más: ese taekwondoín michoacano ha vuelto a reescribir otra página gloriosa del deporte mexicano, una versión nueva del deportista hecho con garra, del que se muere por su patria, del que siente bullir en la sangre el sabor de la tortilla, del nopal, del chile y, en su caso, del aguacate uruapense y la charanda. Un atleta con hambre de triunfo, de gloria, de satisfacción, de enaltecer a su país. Me lo imagino corriendo en el bosque aledaño a “La Tzaráracua” o entrenando en el Parque Nacional “Eduardo Ruiz”, sudoroso, nutriendo su espíritu de grandeza. Eso me pareció a mí, y eso es lo que le agradezco: amar a México con hechos, sobre todas las cosas; prepararse para honrarlo.

Sí, un mexicano cabal, neto, que no habla, hace; que lleva los colores nacionales tatuados en su piel, como lo mostró al buscar con ansia, después de su triunfo, el lábaro patrio. Sí, el atleta alejado de reflectores y las declaraciones. No sé por qué, pero me hizo revivir los dorados y gloriosos momentos cuando Daniel Bautista ganó el oro de veinte kilómetros en Montreal 76. Por eso dije antes “reescribir”, porque Guillermo Pérez reescribe lo que Bautista y después Raúl González y, en general, todos los atletas olímpicos que le han dado una medalla a nuestro país ya habían escrito: obtener una medalla es recuperar parte de la dignidad perdida, es devolver al hombre y a la mujer mexicanos el orgullo disminuido, es reiterarle a cada uno de nosotros que, con tesón, esfuerzo, sacrificios y humildad, los sueños son posibles. Es, también, el recordatorio de que cada día es la mejor oportunidad que tenemos para ser mejores y que esta oportunidad cotidiana es nuestra vida.

Así, Guillermo Pérez, gracias por ser un soñador exitoso, por darle a mi hijo una sonrisa, por fortalecer su orgullo de ser mexicano y por proporcionarle el germen de su propio sueño de gloria. Gracias por esa medalla de oro. ¡Que suene “Juan Colorado”! ¡Que viva México!

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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