“Tía Licha en Hong Kong”, de Hernán Becerra Pino, una inmersión en la literatura de viajes

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Becerra hace gala de que la
buena narrativa no se mide
por la facilidad del autor
para escribir historias,
sino por su forma
de contarlas
Foto: Cortesía
Hernán Becerra Pino
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Por Benjamín Solís
Reportero Azteca 21
Ciudad de México. 15 agosto de 2008. El escritor chiapaneco Hernán Becerra Pino forma parte de ese grupo de narradores cuya obra se ha formado en buena medida en los viajes. Éstos como una forma de autoconocimiento y reflexión de los hechos postreros que construyen los recuerdos de cada individuo o, mejor dicho, del viajero. Éste, bien sabe que sólo nos podemos reconocer a nosotros mismos y, por supuesto, al pueblo, ciudad o país donde nacimos después de un largo trayecto andado. El narrador que viaja puede ver más allá de sus contemporáneos que permanecen en el mismo lugar y comparte generosamente con el lector su nuevo aprendizaje del mundo, así, mediante el recurso de la escritura, se puede y debe aprender a comparar y someter a juicio el terreno sagrado de los orígenes de la cultura y la sangre.
En su texto, “Tía Licha en Hong Kong”, publicado en el libro “Inmensa minoría. Reunión literaria” (compilación de la generación XXXVII de la Escuela de Escritores de la Sogem, México, 2007), Becerra hace gala de que la buena narrativa no se mide por la facilidad del autor para escribir historias, sino por su forma de contarlas; donde no importa demasiado qué se cuenta, sino cómo se dice. En la literatura no existen temas malos como escritores efectivamente los hay. En esta historia extraordinaria (fuera del orden), el autor desmenuza magistralmente, mediante el recurso literario de lo descriptivo y anecdótico, su “literatura de viaje”; el tema es un mero pretexto para la escritura: una estancia por el Lejano Oriente, donde el protagonista tiene un reencuentro con su tía muerta tiempo atrás, ella parada contemplando el mar, y él sin atreverse a acercarse y mirarla de frente, sólo algunos rasgos le hacen sospechar de la tía Licha, su misma figura, el color de su pelo y hasta un par de lunares en el perfil del rostro; sin embargo, temeroso, el hombre no irá al reencuentro con ella, retrocede al último momento y se va convencido de que es una aparición, y que podría costarle la vida con la fatalidad de confirmar la verdad.
Como en toda obra literaria, detrás de la historia que cuentan se encuentra la condición humana, la que son capaces de desenmarañar los escritores. Detrás de esta breve historia está el conocimiento de las cosas y del pensamiento, de los temores del hombre. Bastan unas cuantas líneas para que el autor nos ofrezca una impresionante mención de los lugares; las emociones desencadenadas por el sutil toque del exterior: sentir el mar en los pies, respirar el aire fresco o contemplar el azul intenso despierta los sentimientos más profundos. También está la erudita visión del viajero, que todo lo mira y todo lo cuenta, haciéndonos testigos y hasta cierto punto partícipes de su experiencia; nos llama la atención sus menciones: de la cocina criolla y la macaense, o saber que se está en el mismísimo suelo que pisó otro viajero del siglo XVI, el poeta portugués Luis de Camoes, o contarnos sobre las ruinas de la antigua iglesia católica de San Francisco que hay en Macao, de corrientes marinas que casi le dan la vuelta al mundo como bien dice: “Seguí mascullando mis recuerdos, que se entrelazaban con lecciones de geografía asiática aprendidas en la adolescencia”, etcétera; y por último, su reencuentro con el pasado, del que decide dejar por la paz y arreglárselas solo en los asuntos del alma, esta vez sin la tía y manteniendo presente el recuerdo de los que se han ido.
Comentarios a esta nota: benjamin.solis@azteca21.com
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