“Giros negros” de Enrique Serna, una mirada lúcida a la cotidianidad social

Un texto bien escrito,
aderezado sabrosamente
con anécdotas y
conocimiento de causa
Foto: Cortesía
'Ediciones Cal y Arena'

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 5 de agosto de 2008. Hay escritores que nos han dejado páginas memorables de su momento histórico y de su contexto, como, por citar al más paradigmático, Guillermo Prieto o al no menos citable Salvador Novo. Claro, el tiempo transcurrido también pone de su parte para aquilatar el valor literario y testimonial de aquéllas. Esto puede ocurrir en el caso de “Giros negros” (Ediciones Cal y Arena, México, 2008), de Enrique Serna, un libro que recopila artículos, ensayos, crónicas y textos varios publicados en “Letras Libres” (en la que Serna escribía una columna, cuyo título retomó para esta novedad editorial), “Confabulario”, “Nexos” y “Crítica” del autor de “El seductor de la patria”.

En principio, cabe destacar una evidencia: en todos los textos se advierte la pluma del escritor que se aproxima al periodismo de análisis, al columnismo. Esto quiere decir: son textos bien escritos, aderezados sabrosamente con anécdotas y conocimiento de causa –a veces no tanto–, por lo que de entrada es un libro que se deja leer, que atrapa la atención del lector y lo incita a seguir por las páginas de esos giros negros con los que inicia la recopilación serniana. Además, el autor emite opiniones y juicios, no teme equivocarse, todo en aras de expresar lo que piensa o le provocan ciertas costumbres, usos, actitudes, programas televisivos, comportamientos o modas, pues se ocupa de casi todo lo que, de alguna u otra manera, nos bombardea por todos lados.

El libro se divide en ocho apartados temáticos: “Vida disipada”, “Apología del pecado”, “Ejercicios espirituales”, “Radiografía del lenguaje”, “En defensa propia”, “Transgresores de oficio”, “Delitos contra la salud mental” y “Poderdumbre”. En mi opinión, hubiera sido deseable que apareciera, al final de cada texto, una nota explicativa de dónde y cuándo salió cada uno, aunque sólo fuera como un extra para el lector curioso.

En el primero, hace un recorrido nostálgico por los cabarets de antes, donde se presentaba una especie de vodevil, de los que aún quedan algunos en la Ciudad de México, así como también lleva a cabo una apología de la cruda. En el segundo,  comenta las diversas modas o actitudes sexuales en estos tiempos de sida y aparente apertura sexual, ya sea la fascinación de lo andrógino que impera en todos lados, pasando por un desfile travesti colonial, hasta la contrariedad y ambigüedad de lo que él llama “la moral swinger”.

En el tercer apartado, se ocupa de la insana costumbre de hablar por teléfono celular, las virtudes privadas de artistas públicos, de los mitos y fantasmas de la educación religiosa en México –sobre todo en el interesante caso de los descendientes de los exiliados españoles–, la psicología que encierran las letras de los boleros y las canciones rancheras o el éxito como la otra cara de la envidia y el fracaso entre los mexicanos.

En el cuarto apartado, quizás el más congruente, Serna reflexiona sobre lo que le inquieta en los usos del lenguaje cotidiano en cualquier ámbito –es decir, en todos los que son públicos–, así analiza los eufemismos, diminutivos, perífrasis e hipérboles en el habla de la gente, o el empleo y significación de las “malas palabras”, el contagio o presencia de anglicismos en el uso del idioma que hacen muchos mexicanos –y sus implicaciones psicológicas-sociológicas–.

En el quinto, un mucho polémico, trata del hembrismo, concepto y actitud social opuesto a machismo, que ahora mismo sigue tan vigente y aporta su grano de arena en un tema aún sin discutirse del todo en nuestra ambigua y conservadora sociedad; de las tesis huecas que abundan en nuestras universidades, desligadas del mundo práctico que aguarda inclemente a los postulantes, de los libros que sólo sirven para regalo y no precisamente por su riqueza de contenido, sino precisamente por lo contrario, o la nada aberrante costumbre de mostrar las fotos familiares a quien se deja.

En el sexto, “Transgresores de oficio”, escribe sobre personajes que, de algún modo u otro, se han salido de los estándares que impone la sociedad, como Buñuel, Bukowski, Carlos Castaneda, los videoclips y otros, que también muestran el riesgo de volverse parte del consumismo salvaje que nos domina. En el séptimo, critica seriamente los contenidos de supuestos programas cómicos de televisión, la banalidad en que cae en ocasiones la canción (¿y la música también?) popular mexicana actual y los ritmos insustanciales como el reggaeton, los riesgos de volverse actriz o actor de Hollywood.

En el octavo apartado, “Poderdumbre”, se ocupa de los riesgos que conlleva relacionarse de algún modo con los que ejercen la política, el poder –y ejemplifica con Eva Perón, Hugo Chávez–, o la manera en que estos conceptos son captados por la masa informe del pueblo. En fin, en “Giros negros”, Enrique Serna pasa su mirada atenta y crítica sobre muchos de los temas –cine, literatura, educación, sexualidad, política, música, medios de comunicación…– que interesan ahora a la mayoría de los habitantes de este planeta, con énfasis, por supuesto, en los de México. Aunque en el libro no se habla mucho de lo que anuncia el título, sin duda el saldo es de números negros, pues nos brinda testimonios –muchos teñidos de rasgos autobiográficos– y opiniones –ideas– que ayudan o intentar ayudar a comprender el signo de estos tiempos nuestros de globalización que nos tocó vivir.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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