“La vida inmune”, filme sobre el abandono y la desesperanza familiar

Ramón Cervantes, realizador
oaxaqueño que en esta
película aborda una
historia sórdida, donde
prevalece la pobreza
y la desesperación
Foto: Benjamín Solís/Azteca 21

Por Benjamín Solís
Reportero Azteca 21

Oaxaca, Oax. 21 abril de 2008. Ante la trágica pérdida del esposo, Aurelia un buen día deja de ser ama de casa y se convierte en el pilar de su familia: tres pequeñas hijas y una casa en semirruinas constituyen su único patrimonio; con el paso del tiempo, la pobreza, el abandono y la depresión consumirán a la madre, y con ella a la familia, cuyas integrantes tratan de sobrevivir en medio de la desesperanza, según sus evasiones o capacidades.

La cinta del realizador oaxaqueño Ramón Cervantes presentada en el marco del Segundo Festival Latinoamericano de Cine en Oaxaca podría considerarse, o al menos tiene muchos elementos para identificarla así, dentro del realismo, un género difícil de dirigir y llevar a un término aceptable o convincente, pues las historias sórdidas que se dan en los ambientes oscuros, donde prevalecen la pobreza y la realidad de la miseria humana interior, no es el tema que el espectador común desee mirar o esté preparado para hacerlo; esta metaficción constituye un género “maduro” del cine y del realizador, donde éste sepa mantener la realidad-ficción en los términos del lenguaje visual, y a su vez sea capaz de contar una historia, si bien a veces nos resulta terriblemente familiar, a su vez una historia propia, con su situación única y con los sentires de los personajes.

“La vida inmune” en su título lleva consigo ese duro drama sin concesiones, no simplista, sino trágicamente parecido a la realidad; la tristeza y desolación cotidianas tocan su punto más profundo, la inmunidad al dolor, al dolor espiritual y físico que puede llegar a sentir una persona. En este caso, Aurelia es la mujer “víctima” de las y de su propia circunstancia, donde no habrá final feliz, sino, como tendría que ser, la más absoluta desolación. De este modo, el director va elaborando la historia, magistralmente ambientada en el Distrito Federal de 1960, para dar un salto dieciséis años después justo cuando la vida de Aurelia empieza a caer en una crisis de la que no sólo será imposible salir, sino que llevará a sus hijas consigo: Leonor, la mayor y única que aporta en lo económico; Beatriz, una estudiante de música, y Nadia, la más joven, una adolescente estudiante de secundaria, verán también cómo su destino empieza a marcarse por esta vorágine de locura y deriva imparable; todas compartiendo una casa que a veces funge como personaje, pues así como las relaciones familiares se enrarecen hasta lo absurdo, la casa se va desintegrando con ellas.

Una vida inmune, y también una vida inmunda, inmunda en la vida interior de sus personajes, no porque sean malvadas o perversas, sino por los sueños rotos e incumplidos. Así, el director consigue generar un trabajo sin concesiones al espectador, adentrándose en la psicología de estas mujeres, y por otro lado logra un estrecho vínculo con el espectador, porque la “realidad” de la pantalla puede semejarse a la nuestra, claro, en distintos matices y circunstancias.

El excelente recurso del tiempo cronológico le aporta una fuerte dosis de empatía a la película con el público, sobre todo al nacido antes de la década de los setenta, mediante la ambientación del 76: suenan de nuevo los acetatos, las consolas; están los muebles y escaparates de ropa acampanada y estampados circulares de vivos colores; las noticias sensacionalistas de la prensa que marcan una fecha específica y un sinnúmero de objetos de la vida cotidiana le imprimen aún más a la cinta esa sensación del pasado funesto, visto con los ojos de hoy, lo que conforma un recurso que aumenta de aún más la sensación de abandono e introspección de la familia.

Sólo Leonor se salvará del desastre, al abandonar a su madre y hermanas, y aunque el director elige el final abierto, el que el espectador deduce por su propia experiencia o deseo, el sustento de la cinta está en la historia misma, una historia donde el mérito no es lo que se dice en sí, sino cómo se dice.

Comentarios a esta nota: benjamin.solis@azteca21.com

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