“Informe” o la narrativa balbuceante de Rafael Lemus

Llama la atención el título
del libro, pues no se
encuentra ningún relato de
ese nombre en el texto,
aunque sí se emplea la
palabra varias veces
como adjetivo
Foto: Cortesía 'Tusquets Editores'

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 15 de abril de 2008. No es aventurado afirmar que Rafael Lemus se ha ganado un nombre en la más reciente historia de nuestra letras. Tampoco, que su prestigio literario lo ha construido por el ejercicio de la crítica, más lapidaria que incisiva, no menos certera que necesaria, precisa. Aún menos, que no es lo mismo criticar que crear, aunque sean actividades similares en más de un aspecto. Esto último es tan obvio que parece plagio. Poco importa, por lo mismo. Lo que cuenta es que el joven crítico literario mexicano se ha aventurado a publicar un libro de cuentos, “Informe” (Tusquets Editores, México, 2008), en el que reúne ocho relatos “más vaca que carnero”. Es decir, más ejercicios estilísticos que meros relatos o cuentos, aunque él, en el “Epílogo”, los denomina “ejercicios de admiración” y nombra a autores como  Efrén Hernández, Jorge Luis Borges, Juan Vicente Melo, Stephen Vincent Benét, Samuel Beckett y Franz Kafka (el que a buen árbol se arrima…). Vaya, y los que seguramente dejó de mencionar por modestia o falta de permiso para ello (mexicanos, claro).

De entrada, llama la atención el título del libro, pues no se encuentra, como es usual, ningún relato de ese nombre en el contenido, aunque sí se emplea la palabra varias veces como adjetivo. ¿Entonces? Bueno, resulta evidente que es una especie de clave (¿hermenéutica?) para leer estos cuasi cuentos. ¿Por qué? Porque en todos, los personajes (¿son tales?) o voces narrativas hablan de sí mismos y de sus entornos (casi siempre, de algún modo, opresivos) en una especie de monólogos narrativos. Es decir, informan, que no es lo mismo propiamente que contar. Aquí hay una enseñanza posible: narran sin importarles demasiado si cuentan una historia, como lo exigiría un cuento en la más clásica o tradicional teoría del género. En su devenir, sin embargo, cuentan algo. Y esto también se vuelve otra evidencia: intenta ser anticonvencional. Además, define su propia forma: vaga, indeterminada.

En cuanto a la calidad de la escritura de Lemus no hay mucho que decir: si se decidió a publicarlos fue por que sabía perfectamente que pasaba la prueba. No se iba a exponer a que lo hicieran trizas. Su escritura es fina, pausada, pletórica de comas, de giros dramáticos, descriptivos. Lo que sabe o intuye Lemus es cierto: es un estilista nato. No obstante, la fórmula parsimoniosa resulta tediosa en tres cuentos (“Escalera”, “Mar” y “Tren”), en otros tres resulta plausible (“Efrén”, “Crítico” y “Nieve”), en “Felicidad”, magistral, y en “Moscas” no se advierte porque esa ficción, de un párrafo, es apenas una parábola breve no exenta de interés y simbolismo.

Lemus también dice en esa suerte de apéndice que es el “Epílogo”, más deleznable que innecesario, que sus cuentos son tentativas de comprender la literatura por otros medios y que no le molestaría que se dijera que son obra de un crítico literario. Sin duda, tiene razón en sus afanes, en sus intentos, en su anticomplacencia, en su obsesiva tentativa de hacer literatura desde varios frentes; por otro lado, si vuelve a escribir cuentos –como es lógico suponer, como es deseable que suceda–, ojalá se quite el sambenito de crítico y se arroje a la escritura sin otro afán que el de crear literatura, no para hacer simultáneamente crítica literaria. Y si es gran literatura, mucho mejor.

Comentarios a esta nota: gregoriomartinez@azteca21.com

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