Proyectan en Guadalajara “Lake Tahoe”, segundo largometraje de Fernando Eimbcke

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Escena de la cinta donde
se cuelan el afecto,
el valor de la amistad
y el amor como
expresiones de fortaleza
y solidaridad
Foto: Cortesía 'Cinepantera'
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Por Benjamín Solís
Reportero Azteca 21
Guadalajara, Jalisco. 11 de marzo de 2008. Entre las actividades del XXIII Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) se presentó “Lake Tahoe”, una película sobre un hecho común de la de condición humana: la negación de la muerte de un ser amado, en este caso el padre, y, por consiguiente, la negación de la pérdida. Negación de la realidad, que se aparece dolorosa y se sabe que existe, pero que no se asimila; entonces sólo queda el camino de la evasión inmediata, y a partir de ahí se abre una vía que puede llegar a lo más profundo de nuestra naturaleza.
“Lake Tahoe”, segundo largometraje de Fernando Eimbcke (ciudad de México, 1970), una historia que tiene que ver con la ausencia sin esperanzas, sin retorno, pero donde también se cuelan el afecto, el valor de la amistad y el amor como expresiones de fortaleza y solidaridad. Juan es un adolescente que ha perdido a su papá, en casa, todos se ven envueltos en un proceso de negación-evasión, el hermano menor y la mamá de Juan se encierran en su mundo, sin embargo, el protagonista de la cinta responde con una efímera huida “sin rumbo” en el auto familiar; una reacción impulsiva que se alimenta del rechazo de la realidad, en la evasión; el plan apenas comienza cuando de pronto da un giro drásticamente, cuando en las afueras de la ciudad Juan tiene un leve choque contra un poste y su automóvil queda inmovilizado; entonces emprende la “breve odisea “ de arreglar el vehículo, en esta simpleza de los acontecimientos y a partir de ese instante, todo lo que le pase a Juan en las desoladas calles de El Progreso, Yucatán, será motivo para replantearse la pérdida mediante el transcurrir de los acontecimientos, ahora a partir de los hechos externos que no controla, pero se vuelven de gran trascendencia en ese momento de su vida.
La huida adquiere una dimensión en su totalidad distinta cuando Juan entra en contacto con los otros personajes, ellos le harán ver de otra forma las cosas gracias al simple contacto humano: el primero, un hombre solitario y maduro (Don Héber) que tiene un altercado con Juan, pero que al final del día se harán buenos amigos; una madre cuasi adolescente (Lucía) que atiende en compañía de su bebé una sórdida refaccionaria; David, un joven mecánico fan de las artes marciales y el pensamiento zen le imprime dinamismo y humor a la historia, así como Joaquín, el hermanito de Juan, quienes, sin saberlo, alimentan de esperanzas a este protagonista. Al final Juan saldrá fortalecido, o por lo menos habrá entendido que la ausencia del ser amado no tiene remedio y que el contacto con los demás fue en su caso la mejor forma de asumir el hecho de lo irrecuperable, algo que parece absurdo, pero es profundamente humano.
Paula Markovitch, coguionista, a partir de su propia experiencia ayuda a entender la parábola de “Lake Tahoe”. “Cuando mi mamá murió, miré a mi alrededor: las horas seguían pasando (…) Sin embargo, el mundo ya no era el mismo mundo. Los detalles más habituales me resultaron asombrosos. ¿Cómo era posible que hubiera cambiado todo y al mismo tiempo no hubiera cambiado nada? La realidad se había vuelto inexplicable”.
“Lake Tahoe” (México, 2008), es una exploración a la intensidad que pueden alcanzar las cosas cotidianas, no tanto en la muerte, como en la fraternidad humana. Dirección: Fernando Eimbcke; guión: F. E. y Paula Markovich; fotografía: Alexis Zabé; sonido: Antonio Diego; dirección de arte: Diana Quiroz; edición: Mariana Rodríguez; reparto: Diego Cataño (Juan), Daniela Valentine (Lucía), Héctor Herrera (Don Héber), Juan Carlos Lara (David), Yemil Sefami (Joaquín).
Comentarios a esta nota: benjamin.solis@azteca21.com