
Morante y “El Pana”, la cara y la cruz
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'El Pana' queda a deber y se
verá obligado a repuntar
si quiere que en la 'Madre Patria'
lo tomen en serio
Foto: Internet
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Por Pablo Galán Espadas
Colaboración especial para Azteca 21
Ciudad Real, España. 3 de marzo de 2008. Reaparecía Morante y se presentaba Rodolfo Rodríguez “El Pana” en España después de casi 30 años de alternativa. La corrida había levantado una expectación por ver las evoluciones de estos dos toreros, uno, el de La Puebla, para comprobar cómo llegaba tras su breve retiro del año pasado; y otro, el de Apizaco, para poder constatar que su faena en el coso de Insurgentes al toro “Rey Mago” de Garfias no fue casualidad y, ¿por qué no?, podría volver a repetirse.
Con más de tres cuartos de aforo cubierto y casi media hora de retraso pisaban el albero estos dos personalísimos matadores. Morante, ataviado con un bello terno oliva y azabache, y El Pana, enfundado en un vainilla y plata, se abrían paso entre un público entregado y respetuoso con ellos, que les tributaba una gran ovación, siendo obligados a saludar desde el tercio.
En los chiqueros aguardaba un encierro de la divisa gaditana de Núñez del Cuvillo, desigual de presentación, que a la postre resultó floja, sosa y de escasa bravura, como fue el caso del primero de la tarde, que después de recibir un fuerte puyazo se desplomó sobre el albero y hubo que ayudar a levantarlo, entre las quejas del público, que ya lo había protestado de salida ante la manifiesta falta de fuerzas, pero inexplicablemente el pañuelo verde no asomó. Ante tal materia prima sobra decir que nada pudo hacer el mexicano con un oponente que se derrumbaba a la salida de cada muletazo.
Su segundo sí fue devuelto, por las mismas circunstancias, y fue reemplazado por un sobrero que tenía poca clase, pero más movilidad que los anteriores, con el cual nunca terminó de sentirse a gusto, muchos pases por alto y muletazos sueltos con el sello singular de este torero, pero que para nada llegaba a los tendidos, faena de poco acople y bastante indecisión. Su labor fue silenciada.
Con su tercer toro, el mejor de la corrida, pasó inadvertido con el capote, después de ser desarmado violentamente, tuvo que tomar camino del olivo. Se negó a coger los rehiletes que el público le demandaba y ante un inicio de faena incierto aquello pareció que iba a tomar vuelo cuando Rodolfo engarzó una serie de muletazos con la derecha de mano muy baja y muy templados que hizo que irrumpieran los primeros olés a su labor, luego se sucedieron los enganchones y la falta de acoplamiento se hizo más patente, y después de varios pinchazos y media estocada caída fue abroncado.
Muchos de los que vimos la faena al toro de Garfias al que antes hacía referencia teníamos esperanza de que algo así pudiera darse si alguno de los toros le regalaba algunas embestidas, pero no fue así, y parece que esta segunda oportunidad le ha llegado demasiado tarde, sólo queda desearle suerte para la próxima.
A Morante le costará olvidar la ovación que le fue dedicada momentos antes de saltar a la arena su primer toro, al que recibió con verónicas de ensueño marca de la casa, repletas de mando, plasticidad y torería. Con la franela, excelentes series con ambas manos y detalles de gran pinturería, pero, como el toro tenía las fuerzas muy justas, se acabó pronto, pinchó antes de la estocada y perdió la que pudo haber sido la primera oreja de la tarde.
Con su segundo y tercer toro, más de lo mismo, con un Morante sublime con la capa, toreando tanto por verónicas como en un quite por chicuelinas, como en los remates donde las medias verónicas eran verdaderas obras de orfebrería. Si todavía quedaba algo, con la muleta realizó el toreo muy encajado, con destellos y retazos de excelente poso que arrancaban los olés de un público entregado al sevillano, pero, como ya hemos dicho, hasta que los toros, por su manifiesta falta de fuerzas, se paraban y se negaban a embestir, ante la desesperación de su matador. Antes nos había dejado dos trincherazos para el recuerdo que hicieron crujir la plaza.
Morante, no satisfecho con todo esto, decidió regalar el sobrero con la firme intención de redondear su tarde y que a la postre fue el toro con el que se vivieron los momentos más emotivos de la corrida. Verónicas de recibo y un quite por delantales hicieron sonar los olés más atronadores de la tarde. Banderilleó a su oponente, donde destacaron sobre todo dos pares, cuando, citando muy en corto y asomándose al balcón, clavó en todo lo alto, el diestro de La Puebla no se prodiga mucho con los palos, pero cuando lo hace nos devuelve las reminiscencias más clásicas del segundo tercio, eso hay que reconocérselo. A continuación, cabe destacar el inicio de faena sentado en el estribo y varias series por ambos lados, como la que inició citando de frente al toro que me hizo recordar al maestro Manolo Vázquez, con un público entregado ya a la causa morantista, el toro comenzó a rajarse y a salir suelto de los muletazos y allí sólo quedaba montar la espada y entrar a matar. La tizona cayó baja y, a pesar de que se le pidió mayoritariamente las dos orejas, sólo se le concedió una, para mí acertadamente, por parte de la presidencia.
Como conclusión, podemos decir que Morante ha vuelto con un toreo de una calidad exquisita, que es un torero que ha demostrado el porqué de sus exigencias económicas, que evoluciona constantemente y al que es ridículo encasillar sólo como un torero artista, pues su toreo, adornado de esa repajolera gracia sevillana, está sustentado en el valor, el temple, en el trazo largo, en el toreo más puro, ése que lleva la embestida del toro hasta el final.
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