Presente en su cosmovisión, el agua está fuertemente vinculada a los grupos otomí chichimecas

De acuerdo con la exégesis
de los lugareños, el
agua se observa como
un ente que vuela,
corre y brota
Foto: Cortesía INAH

Ciudad de México.- 30 de Enero del 2008.- (CONACULTA)Considerados por varios siglos como pueblos incivilizados, los grupos otomí chichimecas, preservan un peculiar patrimonio cultural intangible, que a diferencia de las culturas mesoamericanas cuya cosmogonía tiene como elemento significativo al maíz, en éstos el más trascendente es el agua y suele estar vinculado a la esfera de lo simbólico en la diversidad de actos rituales que aún preservan.

 

Presente en múltiples formas y metáforas de su cosmovisión, el agua está fuertemente vinculada con la sobrevivencia de estas milenarias culturas del semidesierto queretano, refiere Diego Prieto Hernández.

 

En la investigación colectiva La ritualidad de los pueblos otomí chichimecas del semidesierto queretano, el antropólogo social del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), establece, que a diferencia de los grupos mesomericanos identificados con el cultivo del maíz, para las poblaciones culturales del norte el agua es el eje articulador de la vida laboral y ritual.

 

“Si bien el maíz es significativo y apreciado para su alimentación, el elemento más trascendente para su subsistencia es el agua, elemento que rige la vida cotidiana de estos pueblos y parte fundamental de su ciclo ritual”.

 

“Para las comunidades de la región, el líquido es una entidad lábil y fluctuante que en sus diversas mutaciones y estados, orienta y prescribe las actividades funcionales y rituales, a fin de que los humanos puedan obtener sus beneficios”, explicó.

 

De acuerdo con la exégesis de los lugareños, el agua se observa como un ente que vuela, corre y brota. Les resulta claro que la falta de apego a las tradiciones y rituales prescritos por sus antepasados, puede traer como consecuencia la falta del vital liquido o el desorden en su aparición, con todas las calamidades que ello puede implicar, abundó.

 

“En esta perspectiva, los complejos rituales ligados al ciclo anual tratan sobre todo,  asegurar que en los distintos momentos o estaciones del año, el agua esté presente como sustento de la vida y fuente fundamental de los alimentos”, subrayó Prieto Hernández, tras añadir que dada la enorme importancia de este elemento, los pueblos otomí chichimecas reconocen cuatro tipos de agua: ya dehe o viento húmedo, el agua que cae (lluvia), el agua que corre (ríos) y el agua que brota (manantiales).

 

Como parte de los actos rituales ligados a las creencias y valores de esta región indígena, la práctica de las peregrinaciones a la cima de los cerros se adhiere a este complejo cosmogónico, como lo planean también en esta investigación los especialistas Mirza Mendoza Rico, Beatriz Utrilla Sarmiento y Alejandro Vázquez Estrada.

 

Los cerros son comprendidos como el lugar en el que habitan las entidades encargadas de cuidar y dotar el agua. “De esta manera, se articula la pareja simbólica cerro-agua, que da origen a un entramado de complejos rituales anuales y de alcance regional. Asimismo, para los otomí chichimecas los cerros son el lugar de encuentro con sus ancestros y las fuerzas divinas”, refirió el antropólogo.

 

Las tres principales elevaciones consideradas como espacios de culto y de visita obligada dentro del ciclo de la vida de las personas son: el Zamorano, el Frontón y la Peña de Bernal. Los habitantes de San Miguel, Tolimán afirman lo anterior en la siguiente expresión: “Desde niños, nuestros padres nos han enseñado a peregrinar… aquí la gente sabe que tiene que irse a caminar porque somos un pueblo peregrino…”.

 

Las peregrinaciones a los cerros remiten al culto de los antepasados chichimecas, los ‘abuelitos mecos’, o ya meco, como llaman sus descendientes de habla otomí a los que consideran fundadores de sus pueblos.

 

“En el semidesierto queretano prevalece un calendario ritual, cuyas actividades que se desarrollan a lo largo del año tienen por objetivo rendirle culto a la divinidad, a los santos y a los antepasados, para pedirles un buen temporal, protección y ayuda, así como para agradecerles las bendiciones, dones y alimentos”, abundó el antropólogo social del INAH.

 

A lo largo del año —añadió— se registran dos clases de complejos rituales, las que se han denominado como ‘de itinerancia’ y las ‘de congregación’ o fiestas comunitarias. Las primeras se verifican a finales de abril e inicios de mayo, éstas tienen la característica de propiciar la salida de la población de sus localidades hacia los cerros sagrados, mientras que las segundas reúnen a los habitantes dentro de su propia comunidad y se efectúan por el inicio de la primavera y al término del periodo de lluvias.

 

Finalmente, el antropólogo Prieto Hernández concluyó que son esta serie de aspectos del patrimonio cultural intangible, los que permiten ubicar a los otomíes como uno de los contingentes étnicos que mantienen la memoria de las antiguas tribus chichimecas, de su pasado seminómada, de su carácter indómito y de su determinación de negarse a desaparecer.

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