La pianista Eva María Zuk reivindica la genialidad musical del compositor mexicano Ricardo Castro

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Eva María asegura que Castro
es el único compositor que
ha sido sacado en hombros
después de sus presentaciones
en ciudades de la República
Foto: Cortesía
Arturo López/CONACULTA
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Ciudad de México.- 1º de Noviembre del 2007.- (CONACULTA) En una de las últimas mesas redondas sobre el ciclo Ricardo Castro (1864-1907), a cien años de su muerte, que se llevó a cabo en el Centro Nacional de las Artes, hubo una reflexión en torno de este excepcional músico mexicano, sobre sus aportaciones, contexto histórico, sus influencias y su incidencia en la creación musical posterior.
La pianista Eva María Zuk presentó una ponencia titulada Ricardo Castro, el precursor desconocido y luego interpretó Trois pensées musicales. Al final de la charla en la que intervinieron Joel Almazán, Áurea Maya y José Antonio Robles Cahero, Zuk concedió una entrevista para hablar sobre la obra de Castro, del origen y misterioso destino de su ópera Atzimba, además de otro gran músico mexicano olvidado, Felipe Villanueva, de quien la concertista grabó dos discos que para 2008 verán luz.
“La obra para piano de Castro es de altísimo nivel. Fue el primer músico mexicano que viajó a los Estados Unidos y Europa; el único compositor cargado en hombros durante sus presentaciones en ciudades de la República, algo inusual para un músico”, afirma Zuk.
Y agrega: “Fue también el primer músico en realizar un concierto para piano y orquesta en México y Latinoamérica, el autor del cuarto concierto compuesto en nuestro continente. Antes de Castro lo hicieron Edgard MacDowell y Amy Beach. El segundo movimiento de este concierto es particularmente bello; el primer movimiento está unido al segundo, una práctica de la época Romántica en Europa, y el tercer movimiento, curiosamente, es una polonesa.
“Ricardo Castro –señala la pianista– fue el único mexicano que escribió polonesas. La empatía de los compositores mexicanos con la música de Federico Chopin fue notable. Hay un promedio de 200 mazurcas escritas por mexicanos, que es una excepción. Castro fue el único que compuso polonesas. En el Concierto para piano y orquesta, por ejemplo, Castro no copió el modelo de Chopin, sino el de Carl Maria von Weber, quien escribió una polonesa transcrita para piano y orquesta por Franz Liszt. Tengo una teoría al respecto: Castro conocía ambas versiones o, por lo menos, una de ellas. El modelo rítmico de su polonesa corresponde al de Weber, y luego entonces se necesitaba un pianista consumado para interpretarla, porque no es nada sencilla su ejecución. Una polonesa que por cierto voy a interpretar con la Sinfónica del Estado de México, como lo hice este año con la Filarmónica de Bogotá”.
A pregunta expresa sobre el ostracismo o popularidad musical de Castro en México, Eva María Zuk respondió: “En mi ponencia hablé de Castro como un precursor desconocido; su producción musical ha sido un secreto guardado durante mucho tiempo. Se conocía el vals Capricho. Cuando grabé un disco con su música me sorprendió que no hubiera nada de discografía suya hasta antes de 1995. Hoy son varias las personas interesadas en este prolífico compositor mexicano. La pianista Silvia Navarrete es una de ellas. Otro joven acaba de editar sus valses. Hay material suficiente para cinco o seis discos más”.
Respecto al misterioso destino de la ópera Atzimba, la maestra Zuk contó lo siguiente: “La obra completa fue entregada por un pariente de Castro a un gobernador de Durango, quien la recibió y hasta ahí. No saben qué pasó con esa obra. La ópera Atzimba nunca ha sido grabada. Había otra partitura que también se extravió. Fueron dos partituras: la resguardada por la familia en Durango, y la que se utilizó en Bellas Artes. De la que estaba aquí sólo quedaban el primero y tercer actos, el segundo, que nunca fue recuperado, ahora lo reconstruye Arturo Márquez".
De Felipe Villanueva, Zuk dijo: “Fue el primer compositor que llevé a un disco y a quien dediqué una investigación. Gran hombre de vida corta y difícil, Villanueva tenía una musicalidad, definida por el crítico Stevenson como el ‘Schubert de América’. Las modulaciones de su música no se sienten forzadas. Todo en él era genialidad”.