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Arte y Cultura - October 30, 2007

Elementos que deben contener las ofrendas en los altares caseros para recordar a sus muertos

Para casi todas las etnias de México,
el universo sigue siendo una unidad
dividida en dos partes opuestas y
complementarias, la de los
vivos y la de los muertos
Foto: Cortesía CONACULTA

Ciudad de México.- 30 de octubre del 2007.- (CONACULTA) Ante las amenazas de desaparición que tienen las culturas ancestrales, provocadas por los procesos socioculturales homogenizadores y la economía de mercado globalizadora, las fiestas indígenas dedicadas a los Muertos en México  fueron proclamadas el 7 de noviembre de 2003 por un jurado internacional de la UNESCO, entre  un total de 28 formas de expresión y espacios culturales como Obras Maestras del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.

Los pueblos indígenas que preservan la tradición de celebración a los muertos se localizan en 20 de los 31 estados del país, entre los que se encuentran las etnias de  los amuzgos, atzincas, coras, cuicatecos, chatinos, chichimecas jonaz, chinantecos, chocho-popolocas, choles, chontales de Oaxaca y Tabasco, huastecos o tenec, huaves, huicholes, ixcatecos, ixiles, jacaltecos, matlazincas, mayas, lacandones, mayos, mazahuas, mazatecos, mixes, mixtecos, motointlecos, nahuas, pames, popolucas, purépechas, tepehuas, tepehuanos, tlapanecos, tojolabales, totonacas, triquis, tzeltales, tzotziles, yaquis, zapotecos y zoques.

A pesar de sus diferencias tanto en lenguas como costumbres, los pueblos indígenas de México comparten la historia de dos tradiciones a partir del  siglo XVI cuando la expansión española hizo posible el encuentro de dos mundos y dio como resultado una gran variedad de prácticas y creencias entre los más de 60 grupos étnicos que han tenido presencia ininterrumpida en todas las regiones del país, ya que tomaron concepciones provenientes de las culturas africanas, asiáticas y europeas.

LA FIESTA A LOS MUERTOS  TAMBIÉN  DETERMINA EL FIN DEL CICLO AGRÍCOLA

Desde los tiempos prehispánicos, las celebraciones anuales destinadas a los muertos representan un momento privilegiado del encuentro  de los hombres con sus antepasados. En gran parte de los pueblos indígenas, la fiesta del Día de Muertos corresponde al fin de un calendario ritual y a la culminación del ciclo agrícola,  por lo que también es un festival de la cosecha, ya que se comparte con los ancestros el beneficio de los primeros frutos. Se puede decir que es el principio de reciprocidad que rige entre ellos y los hombres,  y  convierte a las ofrendas en una retribución simbólica.

La cultura religiosa que surge en México a partir del siglo XVI  es el resultado de la integración de un conjunto de elementos de los pueblos  prehispánicos, en los que prevalecía un pensamiento cíclico, basado en la dualidad de lo frío y lo caliente, la sequía y la lluvia, la vida y la muerte.

Para la mayoría de las etnias de México, el universo sigue siendo una unidad dividida en dos partes opuestas y complementarias. Entre los otomíes, el cosmos se divide en dos mitades simétricas que distribuyen el mundo de los humanos en la parte superior y el de los antepasados en la parte inferior, mientras los totonacos estiman que el Sol preside la parte seca y cálida del mundo. La creencia en dos almas que tienen destinos divergentes es también común entre los tzotziles de Chiapas, quienes piensan que el ch´ulel´ de un hombre recorre primero el mundo subterráneo para dirigirse más tarde hacia Winajel, el lugar de los muertos que sigue la ruta del Sol.

Así, mientras los vivos consumen los alimentos regionales sobre las tumbas de sus familiares y destinan el resto del día a entonar plegarias y melodías musicales para los difuntos, los muertos se alimentan de las ofrendas en los altares domésticos, los cuales deben contener los siguientes elementos:

1. Pétalos de cempasúchil regados sobre el piso guían a las almas de los difuntos desde el camino principal a la mesa donde se ofrece la comida en el interior de la casa.

2. La mesa. Enfrente del altar donde las ofrendas son dispuestas y una estructura rectangular, siempre decorada con flores para los santos (es pensada como la puerta de los santos).

3. El altar de la casa.

4. Arco decorado con flores: es pensado como la puerta para los muertos en Todos Santos.

5. Papel picado decorando los hilos de la mesa.

6. Velas y veladoras son colocadas según el gusto de cada familia.

7. Siete platos con mole negro para los muertos adultos son servidos con siete montones de tortillas. Piezas de pollo cocido y guajolote que se comerán con el mole.

8. Diferentes tipos de tamales.

9. Pan de muerto.  Se hornea en diferentes figuras, desde simples formas redondas hasta cráneos. Tiene por objeto deleitar al ánima.

10. Bebidas: licor que puede ser mezcal o  tequila preferiblemente, es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida y decida visitar a los vivos;  café y chocolate caliente para acompañar el pan de muerto.

11. Frutas de la estación.

12. Incensario (tecolcaxit). Se mantiene ardiendo durante toda la celebración.

13. Una taza con agua bendita es indispensable en la mesa de Todos los Santos. Dentro de la taza se colocará una flor, que es usada para esparcir el agua bendita sobre las ofrendas.

14. Una imagen del santo más importante de la casa es colocada en el centro del altar. Usualmente se encuentran las cruces de los miembros muertos de la familia colocadas en los extremos del altar.

Los cuatro elementos que no deben faltar en una ofrenda son las flores de cempasúchil; el aroma de las flores  tiene una importancia ritual que comparte con las velas y el copal, cuyas emanaciones representan la parte etérea y celeste de la ofrenda. Los alimentos, emulan al cuerpo humano. Entre los purépechas de Michoacán,   el pan simula figuras antropomorfas o los tamales de carne que se preparan en San Miguel Tzinacapan, Puebla,  que simbolizan  el cadáver de los difuntos.

De acuerdo con una creencia generalizada, los difuntos se nutren del aroma agradable de las ofrendas, dejándolas insípidas e inoloras.

Si hacemos una confrontación de los cultos prehispánicos  con la religión cristiana, se sostiene que la muerte no es el fin natural de la vida, sino de un ciclo infinito.  Vida, muerte y resurrección son los estadios que nos muestra la religión Cristiana, pero de acuerdo con el concepto prehispánico de la muerte, el acto de morir es acceder al proceso creador que da la vida. El cuerpo muere y el espíritu es entregado a Dios (a los dioses) como la deuda contraída por habernos dado la vida *

*Con la información tomada de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

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