Museo que cambió una ciudad y consiguió el orgullo ciudadano: el Guggenheim Bilbao cumple 10 años

El imponente edificio, compuesto
de volúmenes de formas regulares
con cubiertas de piedra, curvas de
titanio y muros de cristal costó
unos 140 millones de euros
Foto: Cortesía mujeresdeempresa.com

Bilbao, España.- 17 de octubre del 2007 .- Escultura efectista o centro artístico de calidad. Los detractores y defensores del Museo Guggenheim Bilbao llevan tiempo esgrimiendo argumentos.

Pero diez años después de su inauguración, que se cumplen el 19 de octubre, unos y otros coinciden en que a su existencia se debe la gran transformación de la ciudad del norte de España.

“Bilbao necesitaba un revulsivo que tirara de la economía y el orgullo ciudadano y que atrajera al turismo”, explica el periodista vasco Iñaki Esteban, autor del libro “El efecto Guggenheim”.

Y la que el propio Frank O. Gehry (Toronto, 1929) ha calificado como su obra maestra fue el impulso definitivo para la transformación de una ciudad industrial que físicamente tenía poco encanto y que estaba sumida, tras el cierre de astilleros y altos hornos, en una crisis económica.

El arquitecto ganó el concurso para edificar el nuevo museo de la Fundación estadounidense Guggenheim en 1991, dos años después de recibir el prestigioso premio Pritzker, el Premio Nobel de los arquitectos.

La inauguración del imponente edificio, compuesto de volúmenes de formas regulares con cubiertas de piedra, curvas de titanio y muros de cristal y cuya construcción costó el equivalente a unos 140 millones de euros, supuso el comienzo del cambio de la ciudad vasca, de unos 400.000 habitantes: de oscura estampa industrial, Bilbao pasó a ser en diez años un centro de turismo cultural y diseño arquitectónico. Fue el “efecto Guggenheim”.

La silueta del inmenso edificio, que recuerda la de un barco futurista y cuya visión cambia por los reflejos según luzca el sol, se ha convertido en la imagen de Bilbao. Y juntos, museo y ciudad, son ahora elementos primordiales de proyección mundial del País Vasco, una región conocida hasta entonces fuera de España sobre todo por el terrorismo de ETA.

Desde aquel 19 de octubre de 1997 en que fue inaugurado, sus 19 galerías dedicadas al arte contemporáneo han visto desfilar a casi 10 millones de visitantes (más de la mitad extranjeros) y han albergado más de 40 presentaciones de la Colección Permanente y otras cuatro decenas de exposiciones temporales.

No obstante, algunos siguen considerando el Guggenheim un gran envoltorio que no ha resuelto bien su contenido.

“La ironía del Guggenheim es que deja el arte fuera”, han dicho en alguna ocasión los críticos, que esgrimen como argumento, por ejemplo, que la exposición más visitada fue una sobre la motocicleta. Guste o no, lo cierto es que Bilbao cuenta con un antes y un después gracias al Guggenheim.

Antes de su llegada, la capital de la provincia vasca de Vizcaya era aún una ciudad lúgubre y gris, sumida en una crisis postindustrial, con una tasa de desempleo alta.

La misma zona en la que hoy se levanta el edificio, junto a la ría en el paseo Abandoibarra, era “un paisaje espeluznante, gótico, tenebroso, lleno de contenedores y con paredes llenas de pintadas”, cuenta Esteban.

Diez años después, una gran transformación urbanística y económica de la ciudad, situada entre montañas y apiñada frente a la ría del Nervión, ha dejado al descubierto el nuevo Bilbao, una urbe moderna y turística, que tiene en el Guggenheim su epicentro.

No en vano, el museo ha generado un PIB de 1.572 millones de euros (más de 2.224 millones de dólares), que se traducen en unos ingresos adicionales de 260 millones de euros a las arcas de la hacienda vasca. Según los datos que aporta el propio museo, contribuye al sostenimiento de 4.355 empleos.

Por influencia directa del Guggenheim, Bilbao dejó de ser una ciudad a la que sólo llegaba gente de fuera por negocios para convertirse en una atracción cultural. Hubo que construir hoteles e infraestructuras e incluso ahí se notó la influencia del museo.

Ya no valía cualquier cosa. Las cadenas hoteleras encargaron a importantes arquitectos sus edificios y a prestigiosos diseñadores el interiorismo.

Bilbao cuenta también con un metro de diseño, obra de Norman Foster, un puente del español Santiago Calatrava, dos torres del japonés Arata Isozaki… “Hoy Bilbao es una ciudad turística, algo impensable hace quince años, que se ha subido al carro del diseño”, sentencia Esteban. (Agencias)

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