Testimonio de un encuentro mágico e inesperado con un auténtico trío huichol en Zacatecas

Músicos huicholes, ataviados con su
colorida vestimenta, procedentes
de Santa Catarina Cuexcomatitlán,
municipio de Mezquitic, Jalisco
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 26 de agosto de 2008. El sábado 4 de agosto, cerca de la medianoche, al concluir las funciones de gala en el Teatro “Fernando Calderón” del XII Festival Zacatecas del Folclor Internacional, me dirigía a descansar cuando de pronto me llamó la atención una tonada que difería de toda la música que salía de “antros” y automóviles, superponiéndose a todo el ruido ambiental que se puede concentrar en una noche de fin de semana en el Centro Histórico de Zacatecas.

Fue sólo un instante, pero cierta peculiaridad del sonido me atrajo irresistiblemente. Me detuve para rastrear mejor el origen. Me parecía que era a la izquierda de donde me encontraba. En la Plazuela Goitia aún quedaban algunos noctámbulos disfrutando del acartonado y a la vez fresco espectáculo de los payasos o mimos o mimos-payasos. El sonido se percibía mejor, precisamente a un lado del Hotel Santa Rita, a unos pasos de la Catedral.

Casi a bocajarro, por la escasa luz de ese tramo de la avenida Hidalgo, descubrí a un grupo de motociclistas de Zamora, Michoacán, participantes de la Quinta Concentración del Motociclismo Internacional Zacatecas 2007, que bebían –tranquila y pacíficamente, hay que añadir– mezcal zacatecano en la acera y escuchaban a un trío huichol, formado por vihuelero, violinista y contrabajista. ¡Vaya sorpresa!

A pesar de que cantaban en español y su interpretación no era precisamente magistral, sonaban muy bien y lucían espléndidamente en la noche su vestimenta típica, calzones y camisa de manta blancos, bordados con figuras bermejas de animales, dos con huaraches y uno con tenis. En ese momento cantaban “Gabino Barrera”; quizás lo más relevante, para mí, eran las voces de los jóvenes huicholes.

Sin oposición de los motociclistas y sí reticencias de los indígenas, me quedé a su vera, a escucharlos y a intentar tomarles una foto. Después del primer flashazo, uno de los integrantes del trío me dijo “Ahí con lo que guste cooperar”. Al terminar el corrido, los motociclistas michoacanos siguieron haciéndoles preguntas acerca del repertorio que se sabían –“Caminos de Michoacán” no la “traían”–.

Cooperé con una moneda de diez pesos –por la foto– y pude quedarme a disfrutar de excelentes versiones de “Tú y las nubes”, “Tristes recuerdos” y “Camino de Guanajuato”, que una tras otra, al ir solicitando temas y descartar los que no sabían, pidieron los michoacanos y tocaron los huicholes.

Agotados los temas que les gustaban, los motociclistas pagaron al trío sus interpretaciones. Entonces aproveché para platicar brevemente con los músicos. “Somos de Santa Catarina Cuexcomatitlán, municipio de Mezquitic, Jalisco, huicholes 100 por ciento. Sí sabemos música tradicional, cobramos 20 pesos por canción. Yo me llamo José Manuel Rodríguez; yo, José Manuel Carrillo de la Cruz, yo, Hilario de la Cruz Carrillo.

“Nuestro pueblo queda de aquí como a seis horas en camión. Somos un trío, pero no tiene nombre, tenemos apenas unos tres meses, vamos empezando. Nadie nos enseñó a tocar, nosotros solos, así nos enseñamos. En Santa Catarina somos muchísimos músicos, toda la raza de nosotros es músico, la mayoría de nosotros es músico. Hablamos nuestra lengua, y también podemos cantar en huichol”, dice el vihuelero, José Manuel Carrillo.

Ante mi interés, los huicholes intercambian palabras en su lengua y ríen, luego me preguntan de dónde vengo. Al saber que de la ciudad de México, me dicen riendo “pues le va a salir más caro”. Les pido que toquen piezas tradicionales. No parecen saber muchas, pero tocan una que, aseguran, es una danza, “La garza y el venado”, la cual es de gran vigor y fuerza rítmica, cantada en huichol.

Al pedirles otra, parlamentan unos momentos e incluso sonríen ladinamente. Acaso están poniéndose de acuerdo para tocar otra vez una versión corta, pues no excedió los dos minutos la primera pieza. Luego uno de ellos me informa qué van a tocar “Tutununuk”, me parece escuchar. “Flor chiquita”, me explica el vihuelero ante mi cara de interrogación.

El contrabajista la canta, un fragmento en huichol, otro en español. Igualmente muy breve el tema. A diferencia de la anterior, es una pieza más sencilla, grata; una canción de amor. “Vienen partes traducidas, para que le entiendas, pero es lo mismo que dice en huichol”, me aclara Hilario al terminar de cantar.

Guardan sus instrumentos, dispuestos a retirarse, no sin antes cobrarme las canciones. “Mañana vamos a andar por aquí, nos puedes buscar en el Museo ‘Pedro Coronel’, a partir de las diez, once; ahí va a estar mi papá”, me informa José Manuel, el vihuelero, al tiempo que se van por la acera, rumbo a la Catedral, platicando, cargando sus instrumentos mestizos, cargados, a su vez, de sentimientos híbridos, ya no tan ajenos a su natural idiosincrasia.

Sus sonrisas llegan hasta mis oídos, como si presintiera que se divirtieron conmigo, en una inocente revancha por tantos años de burlas y escarnio. No obstante, me congratulo por haberme topado con esa música dulce y centenaria, que, simultáneamente, nos trasciende y hermana en nuestras diferencias.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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