
Homenaje a Pedro Infante en el Rancho del Charro
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El cantante Gabriel Navarro hizo
las delicias del público interpretando
pura música ranchera
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21
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Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca
Ciudad de México. 18 de julio de 2007. Hay hombres cuyas memoria y trayectoria rebasan el periodo que les tocó en suerte vivir. Hombres cuyas obras son imperecederas y han traspasado las fronteras geográficas y políticas. Hombres de una sola pieza, de un solo molde. Irrepetibles. Filósofos, poetas, inventores, marinos, soldados… Artistas del espectáculo.
En este sentido, en México no se ha dado otro caso como el de Pedro Infante, quien sigue vivo en la memoria colectiva de un pueblo gracias a las películas –y, creo, cada vez menos por sus canciones, aún parte del parnaso nacional– que filmó y en las que encarnó al prototipo del mexicano de la época del “milagro mexicano”: alegre, parrandero, dicharachero, seductor, mujeriego, hijo del barrio, ranchero mas no campesino y tantos otros inolvidables personajes.
Cantante y actor, básicamente, Pedro Infante se fue de este mundo terrenal para ingresar al Olimpo del espectáculo mexicano. Esto, aunado a su condición asumida de ser “hijo del pueblo”, contribuye a que el público, el pueblo mexicano lo siga considerando un símbolo de identidad, un héroe sublimado y un ideal por alcanzar.
Así, después de cincuenta años de la muerte del mazatleco, ocurrida en Mérida, Yucatán, el 15 de abril de 1957, la gente, ahora sin ídolos de esa estirpe, de esa madera, de ese carisma, le sigue rindiendo tributo y pleitesía dondequiera que se organice un evento en su honor, tal como ocurrió el pasado domingo 8 en el Rancho del Charro, de avenida Constituyentes, al poniente de esta ciudad, cuando más de cinco mil personas se congregaron en las gradas del lienzo charro “Javier Rojo Gómez”, de la Asociación Nacional de Charros, para presenciar una charreada de gala, un espectáculo acrobático de motociclismo y escuchar a diversos artistas cantar algunos de los éxitos de “Pepe el Toro”.
Al filo del mediodía, el lugar prácticamente estaba abarrotado y con un gran ambiente, ideal para el desarrollo de una charreada en la que se dio una exhibición de las suertes charras, como el coleadero de vaquillas, el floreo, el paso de la muerte, jinetes sobre caballos broncos y un grupo de amazonas deleitó al respetable con una serie de vistosas escaramuzas.
Posteriormente, cuatro grupos de motociclistas brindaron un espectáculo acrobático con varias rutinas en las que hicieron gala de sus habilidades y dominio de las potentes máquinas, sobre todo en la creación de cuadros en los que intervenían dos, tres, cuatro y hasta cinco motocicletas y diez motociclistas.
Pero el lienzo charro se despobló al filo de las 15:30 horas, justo cuando estaba por iniciar el partido de México contra Paraguay de la Copa América y cuando estaba por comenzar el canto de los artistas participantes en el homenaje. Así, con menos de dos mil personas, desfilaron por el ruedo los cantantes Ricardo Alvarado, Humberto Cravioto, Antonio Alvarado, Valentina Leyva, un hombre y una mujer estadounidenses que no cantan mal las rancheras y cuyos nombres no entendí, Lorenzo Negrete y Gabriel Navarro –de manera individual, cada uno subió a las gradas, para sentir más al ya escaso público, y luego cantando las coplas de “Dos tipos de cuidado” (México, 1952), que hacen muy bien–, Rosa María Huerta –hija de Lola, una de las Hermanas Huerta–, Enrique Palacios, Paola Sampayo –montada a caballo y ataviada con un bello vestido blanco con vistosos detalles en rojo–, el niño José Eduardo, Irma Infante Dorantes, Lupita Infante Torrentera y “Los Caporales”, y otros más, como un joven venido ex profeso de León, Guanajuato, espontáneos, que aguantaron hasta el final, para cantar ante menos de 500 personas, pasadas de las seis de la tarde.
Así, con este homenaje, se cierra un ciclo en la vida del espectáculo mexicano: cincuenta años sin Pedro Infante, que aún logra mover a miles de admiradores. No obstante, el próximo año servirá para vislumbrar si su estrella sigue rutilante atrayendo a miles en los homenajes acostumbrados en el Panteón Jardín o en la explanada de Cuajimalpa o comienza a languidecer, ya sin el imán del aniversario del cincuentenario de su fallecimiento, que logró eco en Sinaloa, Yucatán y el Distrito Federal, así como en diversos medios de comunicación. Eso sí: su nombre y su recuerdo, sin duda, pervivirán por muchos años más en la memoria de millones de personas.
Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com