BM y FMI: ¿Y la ética?
POR LA ESPIRAL
Claudia Luna Palencia
-BM y FMI: ¿Y la ética?
-Pregonar con el ejemplo
-La nueva geoeconomía
Salvo la Sociedad de las Naciones (pionero de la ONU) y la Oficina Internacional del Trabajo, la mayoría de los organismos internacionales surgieron en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial cuando el reparto del mundo y su reconstrucción requería de dos arquitectos estratégicos: uno que diseñará las políticas y otro que diera los créditos y financiamientos de forma condicionada.
El resultado fue la creación en 1944 del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) artífices de la mayor parte de los cambios, para bien y para mal, que han obrado en el llamado “tercer mundo” como lenguaje predominante de los setenta y ochenta o de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo de las últimas dos décadas.
En su historia, el BM fue evolucionando desde la época en que el Banco Internacional de Reconstrucción (BIRF) promovía la reconstrucción de posguerra y el desarrollo (1946) hasta cambiar la orientación por el alivio de la pobreza en todo el mundo, en colaboración con su institución afiliada, la Asociación Internacional de Fomento.
Las actividades del BM y el FMI son complementarias: “El banco es una institución crediticia cuyo objetivo es ayudar a integrar a los países en la economía mundial y promover un crecimiento económico a largo plazo que permita reducir la pobreza en los países en desarrollo. El FMI actúa como organismo supervisor de las monedas mundiales, para lo cual ayuda a mantener un sistema organizado de pagos entre todos los países, y otorga préstamos a sus países miembros que tienen grandes déficit de balanza de pagos”.
A diferencia del BM que otorga préstamos para la reforma de políticas y para proyectos, el FMI interviene en el ámbito de las políticas; concede préstamos a los países miembros que tienen problemas de corto plazo para cumplir con las obligaciones relativas a los pagos exteriores.
Otro punto de abordaje es que mientras sólo los países en desarrollo o en transición reciben financiamiento del BM, todos los países miembros del FMI sin distinción de sus indicadores macroeconómicos pueden solicitar los servicios y recursos de dicha institución.
A COLACIÓN
En los años sesenta, con la maquinaria de la Guerra Fría en pleno apogeo, ambos organismos fueron contrarios a la teoría de la dependencia (Raúl Prebisch, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso) y se inclinaron más bien a defender que buena parte de los males de los países más atrasados derivaba de la insuficiencia del crecimiento económico, su incapacidad por lograr ciclos estables y capitalizar el crecimiento en mejores niveles de bienestar para su población.
En los sesenta y setenta, el FMI se dedicó a soltar créditos, financiamientos y todo tipo de salvamentos emergentes y condicionados que en la posterior década de los ochenta, tras los ciclos de alzas en las tasas de interés de referencia en los mercados internacionales, irrumpieron con las posibilidades de una moratoria en diversos países de América Latina, cuyas arcas internas estaban devastadas, la economía hipotecada y su población depauperada.
La lección de la década de los ochenta para países deudores y organismos acreedores fue única: ningún préstamo ayuda a elevar el crecimiento económico, ni a contribuir al cambio en el largo plazo, sino se mantiene por la doble vía un mayor compromiso que, para los organismos internacionales, implicaba incorporar conceptos de ética en sus fondos e instrumentos acreedores; y para los gobiernos de los países deudores un marco de política donde el crecimiento por sí solo dejaba de ser la única premisa.
Mientras las reflexiones al respecto emergían en los foros de encuentro internacional con duras críticas al servicio de la deuda, la llamada “década perdida” para América Latina (calificada por la Cepal) cedió paso a los noventa con la convulsión de la caída del bloque socialista.
El perfil de un nuevo mundo dominado por una corriente que todo lo globaliza rebasó a los organismos internacionales dejándoles sin capacidad de respuesta ante las profundas transformaciones geopolíticas y geopolíticas. Ello ha hecho perentoria la modernización de los organismos internacionales, su democratización a favor de una mayor inclusión de los países de África, Asia y América Latina en sus consejos de decisión, acción y dirección.
Los organismos internacionales se han quedado inertes, salvo algunas líneas, por ejemplo, el Banco Mundial dirige programas que fomentan el empoderamiento, la inclusión de los marginados, la simplificación administrativa y fiscal. Se sabe que ante más de la mitad de los seres humanos de este planeta sumidos en la pobreza no hay muchas opciones, ningún financiamiento sería suficiente, ni esfuerzo gubernamental. La premisa es darle a la gente la capacidad de acción para encabezar su propio cambio.
Por su parte, el Fondo Monetario Internacional ha dejado de “rescatar países con sus créditos stand by” después de los dos casos históricos: el de México de 1995 con 52 mil 800 millones de dólares (20 mil millones del gobierno de Estados Unidos, 17 mil 800 millones de dólares del FMI y 10 mil millones de dólares del Banco de Basilea entre otros acreedores) y el de Brasil, en 2002, por 30 mil millones de dólares.
Se pretende un viraje que no encuentra a los capitanes adecuados para la pericia de la renovación. Después de la Cumbre del Milenio, el G-8 insistió en que el FMI y el BM deberían comenzar un programa de condonación de la deuda externa de un grupo de países africanos y centroamericanos principalmente a fin de permitir que éstos dejaran de trasladar fondos al exterior para dedicarlos más bien al tema de reducir la pobreza como compromiso vital para el 2015.
Estados Unidos impuso entonces a Paul Wolfowitz a la cabeza del BM y de forma inusitada llegó Rodrigo Rato, un español de prestigio, al frente del FMI.
Muy bien hasta aquí la historia intenta cuajar, salvo que repentinamente Wolfowitz debió renunciar después de dos años al frente del BM por problemas de corrupción interna al favorecer el sueldo de su novia; y Rato lo ha hecho al poco tras cumplir justo tres años de dirigir al FMI.
Sin mediar explicación alguna, Rato permite todo tipo de especulaciones que también prueban su ética, como aquello que publicó el periódico ABC con la hipótesis de que el ex primer ministro de Hacienda, aguardó hasta cumplir tres años justos en el organismo, para gozar de una pensión vitalicia millonaria: 331 mil 925 euros al año, más 59 mil 416 euros anuales para gastos, todo libre de impuestos. Algo huele muy mal al interior de ambos organismos.