El fascinante fenómeno conocido como “El descenso de Kukulkán”, suceso que nadie debe perderse

La impresionante pirámide donde
'Kukulkán' desciende y asciende en
los equinoccios ante la mirada
atónita de los visitantes
Foto: Internet

Ciudad de México.- 7 de Julio del 2007.- Fuente: (http://omega.ilce.edu.mx:3000/sites/ciencia/volumen2/ciencia3/062/htm/sec_6.htm) En el sureste de la República Mexicana, a poco más de 100 km de Mérida, se yerguen las imponentes ruinas de la ciudad prehispánica de Chichén-Itzá, la "boca del pozo de los itzaes" en lengua maya. Cientos de turistas las visitan día con día, atraídos por su enigmática belleza; pero al acercarse los equinoccios de primavera (21 de marzo) y de otoño (22 de septiembre) el número de visitantes aumenta de manera impresionante, y han llegado a sobrepasar las 60 000 almas en los días precisos de los equinoccios. ¿Qué tienen de especial esas fechas? ¿Qué es lo que atrae a tales multitudes?

Se trata del célebre fenómeno conocido como "el descenso de Kukulkán", un maravilloso juego de luces y sombras que arquitectura y naturaleza, unidas, nos ofrecen sólo en esas fechas, en la pirámide conocida como "El Castillo".

El espectáculo es fascinante. Al amanecer la luz del Sol y la sombra de la arista noreste de la pirámide se combinan para producir la imagen de una serpiente (Kukulkán) sobre una de las paredes de la escalinata norte. Y ése es sólo el principio. Ante el asombro del espectador, la imagen de la "serpiente", que en sí misma ya es algo maravilloso, no permanece estática, sino que va descendiendo lentamente a lo largo de la escalinata conforme avanza el día. ¡Kukulkán desciende a la Tierra!

Horas después, al atardecer, el proceso se invierte y la imagen de Kukulkán asciende majestuosamente por el muro opuesto de la misma escalinata hasta que, finalmente, el espectáculo concluye con la puesta del Sol dejando en el afortunado espectador un recuerdo imborrable.

Es indudable que "el descenso de Kukulkán" tiene un efecto emotivo directo sobre el espectador. Pero no es el único. También despierta en él una gran admiración y un profundo respeto por los astrónomos mayas, cuyos precisos conocimientos de los movimientos de los astros permitieron diseñar un espectáculo tan increíble. Esos conocimientos tuvieron que surgir de un cuidadoso estudio del cielo y, según veremos, no fueron privativos de la cultura maya; los compartieron prácticamente todas las culturas de la antigüedad. Son una consecuencia del interés del hombre por el Universo en que vive y por cada una de sus partes: por el Sol, por la Luna, por los planetas y por las estrellas. Son, en fin, los cimientos de esa formidable estructura que hoy llamamos "astronomía".

 

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