“Tres lindas cubanas”, de Gonzalo Celorio, o el sabor de la nostalgia

Portada de un libro que nos cuenta
la historia de tres hermanas y
sus respectivas familias
Foto: Cortesía Tusquets Editores

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 4 de junio de 2007. Gonzalo Celorio es un escritor que paulatinamente ha ido construyendo una sólida obra narrativa y ensayística en la literatura mexicana. De hecho, sin aspavientos ni exageraciones, su obra ha crecido bajo la sombra de una prosa mesurada, reposada, bien cuidada. Definitivamente, es un escritor que cultiva la buena prosa. Esto lo define y consolida como uno de los narradores y ensayistas mexicanos con una obra perdurable, consistente y esencial en el cruce de siglos que nos ha tocado en suerte vivir, con exceso de “paja” dizque literaria.

En su más reciente novela (¿río o arroyo?), “Tres lindas cubanas” (Tusquets Editores, México, 2006) realiza un viaje más nómada que sedentario sobre su pasado familiar y su entrañable relación con Cuba, con su cultura, con su proceso revolucionario devenido en caricatura de sí mismo. En muchos sentidos, es un ajuste de cuentas.

Escudado en su natural deseo de ahondar en sus raíces familiares y en el vasto conocimiento del tema “cubano” (profesor universitario, ha dedicado muchas horas de estudio y clase a intentar desentrañarlo), Celorio inicia su viaje personal con el esbozo de su árbol genealógico, cuyas raíces, con algo de savia ibérica, están en Cuba y cuyas ramas se desarrollan profusamente en México, sobre todo. Este inicio de novela nos lleva, o esa impresión me produjo, por parajes y pasajes con un bello sabor a nostalgia, a realismo mágico. Para bien o para mal, más adelante desaparece y nos quedamos frente a una especie de realismo finisecular que tiende a saldar cuentas con la Revolución cubana o con lo poco que queda de ésta. Traza, de un modo u otro, sus filias y sus críticas, su amistad inalterable con escritores cubanos y su pasión por la cultura cubana, su desencanto y desconcierto ante los caminos que ha seguido la Revolución, ante el execrable (no lo dice así, pero se puede inferir) anquilosamiento de Fidel.

Pero, como siempre, hay algo más que eso. En el caso de México, Celorio recrea un tiempo que ya desapareció del todo, más que un tiempo, una época, un modo de vida, un amor a la vida que lo acompañó durante su infancia, adolescencia y adultez. Un sabor a nostalgia que hace pensar, de veras y con ganas, que todo tiempo pasado fue mejor. Sobre todo en lo concerniente a educación sentimental y familiar. Esa época (“Qué tiempos aquellos, don Simón”) la recrea vivamente a partir de un uso ejemplar del lenguaje, nada extraño en nuestro escritor, que, sin embargo, en este sentido, también pareciera haber llegado al fin de un ciclo, de un periplo personal y evidentemente literario.

“Tres lindas cubanas” se desarrolla a partir de la historia de tres hermanas y sus respectivas familias. Una, muere en Cuba, sola, miserable y lastimosamente, como posible metáfora de la propia Revolución; otra sale de la isla años después del triunfo de los barbones de Sierra Maestra, sólo para morir abandonada por sus hijos, sin amor e incomprendida (desarraigada, pues) en Miami, la otra viene a México y procrea una numerosa prole, de la que forma parte el autor, y éste, con las tres hermosas hermanas cubanas y consigo mismo, ha cumplido su obligación, la de recrear la vida familiar, entreverada con la suya, así como con nosotros, al entregarnos un delicioso relato, menos experimental que sobrio, que también puede verse (o leerse) como un bello cuadro de costumbres, como el de Mario Carreño que ilustra la portada del libro.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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