El mercado de Ciltlaltépetl: un paseo por la ancestral magia de México

Puestos que exhibían maíz en pequeños
montones y que afortunadamente
aún se venden en cuartillos
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Citlaltépetl, Veracruz. 23 de mayo de 2007.- Durante la segunda huapangueada de la Tercera Fiesta Huasteca, se estuvieron haciendo reiteradas peticiones para que los propietarios de automóviles dejaran libre la calle principal de este municipio debido a que en ésta se instalan numerosos puestos del tradicional tianguis dominical.

Así, en el interior de la casa del señor Victorino Trinidad, el citlaltepense que nos brindó amablemente su morada para pasar las tres noches de fiesta, se escuchaba desde temprana hora el ajetreo de los comerciantes y de los marchantes. Al asomarme a la calle, el espectáculo era majestuoso en su inveterada repetición: incontables puestos la ocupaban. El abigarrado paisaje era una irresistible invitación a perderse en sus meandros de olores, sabores y colores.

Fascinado, comencé a andar entre los primeros puestos del tianguis –o los últimos, según se mire o camine–, que exhibían maíz en pequeños montones. Pude constatar que, afortunadamente, aún se venden cuartillos del mágico grano. “Un cuartillo de maíz”, nos ilustra el maestro Román Güemes en su libro “Cultura desocupada”, “pesa aproximadamente tres kilos y medio”.

El tianguis con sus incomparables colores,
sabores y aromas como el del buen café
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

Luego estaban los puestos de frijol “nuevo” y “viejo”. Para mi sorpresa, se vendía más caro el kilo de viejo que el de nuevo. “Se cuecen más rápido y agarran mejor sabor”, me explicó el vendedor. Si alguna vez, lector, has ido a Tantoyuca y te has perdido en su laberíntico tianguis, éste de Citlaltépetl es un reflejo de aquél, menos impactante el de aquí, más surtido y extenso el de allá.

Es de llamar la atención la mezcla que hay de productos autóctonos y los de fabricación industrial. Así, destacan los botines artesanales, los deliciosos quesos, el pan de horno de barro, la carne fresca, el café y el tamarindo junto a las cubetas multicolor de plástico, los cuasi milagrosos productos naturistas envasados, los discos pirata y los zapatos fabricados en serie –quizás de León o Guadalajara, si no es que en la omnipresente China–.

Por supuesto, para saciar el hambre y deleitar nuestro paladar el zacahuil es la mejor opción. Varios puestos venden este tradicional platillo huasteco. Pero también hay barbacoa de res, “blanditos”, tostadas, cecina… Aguas frescas para la sed, sobre todo la de horchata, que en este lugar adquiere una tonalidad rosa, como si fuera de fresa.

El recorrido de punta a punta del tianguis, con sus inevitables y no tan prolongadas paradas, se realiza en alrededor de media hora. Y hay casi de todo, pues la gente de comunidades cercanas acude a esta población a surtirse de víveres y enseres diversos. Quizá sea cuestión de enfoque, lo cierto es que este tianguis, más que ser una muestra de los estragos del progreso o de las ruinas de nuestro pasado, es una buena oportunidad para respirar y llenarse los ojos de la inagotable magia de México en muchos campos de la vida cotidiana. Sólo hay que tener la mirada alerta y el espíritu dispuesto, como en todo voluntario sortilegio.

Para llegar a Citlaltépetl, es recomendable llegar a Naranjos, después se puede dirigir hacia Chinampa de Gorostiza y Tamalín. Sí, hace calor, pero vale la pena visitarlo y adquirir productos de la región, que son deliciosos y de buen precio. Y la gente es cordial y amable. Visítelo: no tardará en regresar, como lo pregona el son “Las tres huastecas”.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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