Llena eres de gracia… María de Barros en el Teatro de la Ciudad

La sensual
cantante se
paseó entre
los pasillos del
teatro
embrujando a
los presentes
con su magia y
ritmo sinigual
Foto:
Reyna Cortés
/Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 8 de mayo de 2007. Como parte de las actividades del Putumayo Fest 2007, la noche del 3 de mayo se presentaron las cantantes Marta Gómez y María de Barros en el Teatro de la Ciudad ante cientos de admiradores que acudieron atraídos por su manera de cantar, de plantarse en el escenario y de transmitir emociones y sentimientos.

Con un retraso de casi media hora, en lo que el Teatro registraba una asistencia más acorde con la calidad de las artistas incluidas en sendos discos del sello Putumayo, dentro de lo que se conoce como World Music, el concierto dio inicio poco antes de las nueve de la noche, cuando hizo su aparición la cantautora colombiana Marta Gómez, ataviada de blusa café, falda bermeja larga y colorida.

La caleña, residente en Nueva York, manifestó que se sentía muy contenta de estar en la ciudad de México, que en mucho le recordaba a la que la vio nacer en Colombia. Así, poco a poco fue prodigando su sensibilidad y su música a través de temas como “María Mulata”, “Doña Luisa”, “De amarillo se viste la tarde”, “Paula ausente” –incluida en “Women of the World Acustic”, álbum que recientemente Putumayo lanzó al mercado–, entre otras.

Cobijada por excelentes músicos y su guitarra, Marta Gómez, antes de interpretar un tema, daba una explicación acerca de la génesis, de cómo lo concibió, aprovechando, dijo, la ventaja de estar ante un auditorio que comparte la misma lengua.

La actuación de la cantante colombiana fue "in crescendo" y con ello se ganó el aplauso y el corazón del público, pues sus letras están hechas con la sal de la cotidianidad y la sazón de la poesía, además de surgir de su garganta llenas de colores y sentimiento, con lo que, en poco más de una hora, dejó la mesa puesta para la "Reina de las Coladeiras".

Después vino un enfadoso intermedio, necesario para realizar el cambio de instrumentos, pero auténtico balde de agua fría para los impacientes seguidores de la africana María de Barrios, originaria de Cabo Verde y residente en Los Ángeles, sacerdotisa de la música caboverdiana con influencias de música contemporánea de varias partes del mundo.

La continuación del concierto se dio con un escenario a oscuras que paulatinamente se fue aclarando para revelarnos la silueta de siete músicos que precedieron a la poderosa voz de María de Barros, cuyo sonoro resplandor iluminó por completo el foro y el rostro de los espectadores, incluso antes de que la bella isleña de larga cabellera negra trenzada apareciera sobre el escenario, enfundada en un vestido color salmón, con los hombros descubiertos y una sonrisa cautivadora.

A partir de ahí la magia de una voz y una sensualidad chisporroteante, siempre secundadas por ritmos que lo mismo nos llevaban a las islas africanas que nos traían al Caribe o nos transportaban al Brasil, se posesionaron de ese reducto nocturno en el que los pies, el cuerpo todo, se movieron al compás de los deseos y de la música de esta joya atlántica.

María de Barros hizo gala de su buen español y expresó su beneplácito por encontrarse en la otrora gran Ciudad de los Palacios, acompañada de su querida amiga Angélica Aragón –presente en un placo del teatro– y en un escenario magnífico como el que era testigo mudo de su desbordada sencillez, de su inefable y fascinante arte.

Con el público literalmente hechizado, María de Barros hizo lo que quiso con él, que, entregado, se dejó arrastrar por la seducción y la gracia de esa mujer mulata que no dejaba de sonreír, como si su sonrisa fuera un imán, que a todos atraía. Así, lo puso a bailar cuantas veces quiso, se paseó entre los pasillos del teatro –diosa terrenal– y bailó con un espontáneo y muchas más que aceptaron su invitación de bailar con ella en el escenario.

La cantante abandonó unos minutos el foro para hacer un cambio de ropa, mientras, sus músicos interpretaron una pieza bailable, como casi todas las que tocaron esa mágica noche. Cuando regresó, María de Barros lucía magnífica en un vestido escarlata, que resaltaba su natural e inocultable sensualidad.

La fiesta siguió. Y la africana ofreció una sorpresa al público: su versión del bolero “La gloria eres tú”, del cubano José Antonio Méndez, acompañada vocalmente por uno de sus músicos, el acordeonista y destacado compositor Ismael Gallegos, oriundo de Salamanca, Guanajuato.

Aclamada y contenta, María de Barros dio por concluido su concierto al invitar al escenario a Marta Gómez para interpretar “Cielito lindo”. Después, ambas intérpretes salieron al vestíbulo del Teatro a saludar al público, a firmar discos y regalar autógrafos. Así, María de Barros dio una muestra de los prodigios que suele suscitar durante sus presentaciones en vivo, confirmando que, indudablemente, es una artista llena de gracia.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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