El cine mexicano de ciencia ficción en “El futuro más acá”

Un libro que aborda seriamente
una parte importante de la
historia del cine mexicano
Foto:
Cortesía UNAM y Landucci Editores

Por Jorge Salvador Jurado
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 10 de mayo de 2007. En noviembre de 2003, la ciudad de México tuvo el primer reencuentro con visitantes ya conocidos: médicos locos, luchadores, mujeres invasoras portadoras de minifaldas y escotes, y monstruos del espacio, entre otros. Se trataba del Primer Festival de Cine Mexicano de Ciencia Ficción “El Futuro Más Acá”, fruto de la ardua labor de investigación iniciada por Itala Schmelz en 1999, y que contó con la ayuda de Héctor Orozco y Vania Rojas en la investigación, además de un nutrido grupo de especialistas (críticos, escritores, músicos, etc.) que fortalecieron con sus aportaciones dicha iniciativa, la cual trataba de documentar, rescatar y revalorar un género del cine mexicano que, a pesar de su éxito en taquilla y en el imaginario colectivo, no era considerado digno de atención por parte de la crítica cinematográfica especializada, tan dada a seguir las propuestas estéticas europeas.

Las consecuencias fueron diversas: el recorrido del festival por varias ciudades del mundo; la documentación y revalorización del género en México, que acarrea la reflexión sobre cómo se apropia la cultura nacional de ciertos tópicos de la cinematografía, literatura y música de otros países, especialmente de Estados Unidos; y la publicación del libro “El futuro más acá”, obra que da cuenta de todo lo anterior.

Editado por la UNAM y Landucci Editores, el libro ofrece el primer análisis serio y extenso sobre este tema, apoyado en una estrategia que combina la reflexión de los investigadores del proyecto, algunos ensayos de especialistas (Miguel Ángel Fernández, José Luis Barrios, Alfonso Morales, Naief Yehya, Tania Negrete y Héctor Orozco), y testimonios-entrevistas con algunos de los que hicieron ese cine: Evangelina Elizondo, Julio Chávez, Adriana Roel, Evita Muñoz “Chachita”, Alejandro Licona, Ramón Obón y Gloria Mayo, además de una amplia iconografía.

Desde finales del siglo XIX, Occidente comienza a vivir una euforia por la tecnología y el progreso, que en el siguiente siglo tendrá su mayor expresión en Hollywood, donde, aunado a la paranoia ante lo extraño —tan propia del pueblo estadounidense—, dará como resultado una extensa filmografía abundante en naves espaciales, alienígenas, viajes por el tiempo y el espacio, monstruos invasores y civiles patriotas que se tornan héroes ante el enemigo.

A partir de la década de los cuarenta, México comienza a reproducir el género adaptándolo a la idiosincrasia revolucionaria, donde la ciencia y la tecnología nos parecen temas lejanos o de guasa: todos sabemos que los extraterrestres invasores aterrizan en Washington, no en Xochimilco, y si lo hicieran, tenemos a El Santo y a El Piporro, a Capulina y a Chabelo para defendernos, aunque la mayoría de las ocasiones ese invasor es Lorena Velázquez.

Naief Yehya ha escrito que la ciencia ficción arraiga fácilmente en el gusto popular por su capacidad para inventar mundos que reviertan el orden hegemónico dominante, mundos donde los marginados encuentren justicia aunque sea mediante la sátira, donde la alta tecnología nos sea común o se rompa la solemnidad que hay alrededor de ella. Y en México, explica Itala: “a través de tres elementos clave: los luchadores, los cómicos y las bellezas, se infiltraron en nuestro cine las temáticas de la ciencia ficción. Más que un interés real sobre posibles futuros o la ostentación de efectos especiales, los mexicanos encontraron la manera de recontextualizar los escenarios clásicos como un pretexto para poner en acción a sus personajes favoritos. El acabado en cartón, el set reciclado, los hilos nailon que elevan las naves espaciales, el cierre en el disfraz del monstruo y las escenografías que hacen realidad la fantasía de los laboratorios Mi Alegría le dan a estas cintas una estética muy propia, la cual despierta una especie de fascinación retrospectiva.”

Vale la pena dar un recorrido por las películas que quizá ya no recordábamos haber visto: “La nave de los monstruos”, “Santo contra la invasión de los marcianos”, “El planeta de las mujeres invasoras” o “El robot humano”. Un cine que acompañó a México durante sus años de modernización y que volvió a ese proceso asimilable, a pesar de su torpeza inherente. Como lo declaró en una entrevista la misma Itala: “Los niños inventan monstruos y naves espaciales, y lo hacen con lo que encuentran en su casa. Un poco así están hechas estas películas”.

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