“El sapo que no quería comer” y “Un hombre de mar”, libros para niños

Un libro que llama la atención y
despierta el interés de sus
 pequeños lectores
Foto: Azteca21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 8 de mayo de 2007. El fomento del hábito de la lectura en México es una actividad que no se realiza de manera decidida y decisiva por parte de la mayoría de las personas e instituciones que deben hacerlo. Es decir, maestros y padres de familia; escuelas de todos los niveles y el CONACULTA, básicamente.

Si es de sobra conocido que en México no se lee lo suficiente, que hay pocos lectores, es tarea de todos los interesados promover ese hábito, fomentar el ejercicio de la imaginación a través de la lectura y, por qué no, de la escritura.

Las editoriales también juegan un papel determinante en este lamentable estado de cosas. Así, resulta loable la labor que el Fondo de Cultura Económica realiza para promover el fomento de la lectura. Es una obviedad, pero… sin buenos libros no se forman buenos lectores. Y el Fondo tiene como tradición editar buenos libros desde 1934, cuando don Daniel Cosío Villegas decidió publicar de economía.

En este sentido, los libros dedicados a los niños cumplen una función trascendental: acercarlos a la literatura, familiarizarlos con ella; que toquen los libros y aprecien su textura, que aprendan a manipularlos. Resumiendo, que los niños pongan alertas todos sus sentidos cuando tienen un libro en sus manos.

Así, “El sapo que no quería comer”, escrito por Martha Sastrías y con ilustraciones de Francisco Nava Bouchaín, y “Un hombre de mar”, texto de Rodolfo Castro con ilustraciones de Manuel Monroy, publicados por el Fondo de Cultura Económica en 2002 y 2004, respectivamente, cumplen la misión de ser libros que llaman la atención y despiertan el interés de sus pequeños lectores.

Escritos con un lenguaje sencillo y accesible, con historias casi sin argumento, este par de libros son bellos y tienen la cualidad de que, una vez concluida su lectura, el lector regresa a ellos para intentar aprehender el poder mágico de las palabras y deleitarse con las artísticas ilustraciones.

Por lo anterior, si queremos que en México haya más y mejores lectores, debemos empezar por leer buenos libros, y leer con nuestros hijos. De esta manera crecerán con el gusto por la literatura y sabrán distinguir los buenos de los malos libros. Y el fomento del hábito lector dejará de parecer misión imposible para ser una maravillosa realidad.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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