Una flor para Javier Solís, auténtico ícono de la mitología popular mexicana

Javier es recordado como
intérprete de temas como
'Las rejas no matan',
'Esta tristeza mía'
 y 'Sombras' entre muchos otros
Foto:
Gregorio Martínez M./Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 23 de abril de 2007. En las cantinas de Tacubaya aún hay gente que lo recuerda y que cuenta que fue su amigo. Pero hay más que cuentan lo que les contó alguien que sí lo conoció. De esta manera, con la aportación del imaginario colectivo y la sal de la ausencia, el mito y el recuerdo de Javier Solís siguen cultivándose en este populoso barrio, ubicado en el poniente de la ciudad.

Incluso, en el mercado del Olivar del Conde, colonia cercana a Tacubaya, los domingos acudía a la carnicería “El Torito” un viejo payaso, quien solía tomar asiento en una banca y sólo pedía ayuda de la gente apoyado en una melancólica y triste expresión de su rostro. A veces, aún alcanzaba a inflar un globo y se lo obsequiaba a un niño. Al que esto escribe, ese viejo payaso le refirió muchas anécdotas del “Ídolo de Tacubaya”, mismas que tienen que ver con su afición a las mujeres, a la bebida y al indiscutible apego al barrio, al que era frecuente que fuera a desayunar y a visitar a los cuates.

Lo cierto es que han pasado 41 años desde la muerte de quien en vida llevó el nombre artístico de Javier Solís, pero que en realidad se llamó Gabriel Siria Levario. Sin embargo, el tiempo transcurrido sólo reafirma un hecho: el intérprete de temas como “Las rejas no matan”, “Esta tristeza mía”, “Sombras”, entre muchos otros, ha adquirido la categoría de inmortal, colocándose al lado de otros auténticos íconos de la mitología popular mexicana: Pedro Infante, Jorge Negrete y José Alfredo Jiménez, a los que se puede equiparar en cuanto a exitosa y legendaria carrera.

En Tacubaya, cuando se habla de este verdadero hijo del pueblo (desde muy pequeño tuvo que trabajar en los más variados oficios, entre los que destacan los de tablajero, boxeador y cantante), es común que la gente se refiera a él con su nombre de pila artístico: “Javier esto, Javier lo otro…”. Así, se le otorga el aire de pertenencia al pueblo, se le reconoce en el propio espejo vital y se le identifica como a un igual, “del barrio”.

El pasado jueves 19 de abril hubo personas que fueron a rendir un tributo a su memoria frente a su tumba, en el lote de actores de la ANDA del Panteón Jardín. En Tacubaya, en el jardín situado a un costado de lo que antaño fue la tienda “Blanco” y enfrente de la iglesia de la Virgen de la Candelaria, el año pasado se develó un busto del cantante que llevó a la cumbre el bolero ranchero. Ahí, en ese jardín, el domingo 22 un solitario admirador depositó una flor en su busto, efímero y sincero homenaje, en reconocimiento a su calidad humana y a su voz, que, en su vuelo hacia las alturas, siempre está preñada de un inagotable sentimiento de dolor.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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