Cheney, Afganistán, el opio

POR LA ESPIRAL
Claudia Luna Palencia

-Cheney, Afganistán, el opio
-Intereses estratégicos
-El susto de Cheney

 En marzo del 2001, Afganistán saltó a la esfera internacional propagándose de manera masiva por los medios de comunicación que el movimiento talibán había destruido las milenarias estatuas de Buda esculpidas en riscos, en la céntrica provincia afgana de Bamiyán.
 No faltaron los reportajes posteriores documentando las atrocidades del régimen talibán, el modo de vida de las mujeres en Afganistán y las rígidas reglas  talibanes a la población.
 Después de marzo, nuevamente el mundo intercomunicado por la velocidad de circulación de la información, se enteró de que  unas semanas después, la United Nations Office on Drugs and Crime,  envió  un comunicado al gobierno talibán solicitando la adopción de estándares internacionales para la destrucción de sembradíos, plantíos y el desmembramiento de redes del narcotráfico.
 En mayo del 2001 una  delegación de inspectores de la estadounidense DEA partió de Peshawar a Kabul para entrevistarse con una representación del gobierno talibán.  De ese encuentro, las noticias hablaron de una disposición talibán para contrarrestar al narcotráfico.
 Casi cuatro meses después, escuchamos nuevamente de Afganistán como enemigo de la democracia, amigo del terrorismo y protector de Usama Bin Laden y la Red Al Qaeda, precisamente los culpables señalados por el presidente George W. Bush y toda su plantilla  de los  terribles atentados del 11 de septiembre del 2001 acaecidos en la Unión Americana.
 Entonces el presidente Bush y el vicepresidente Richard Cheney afirmaron, como inminente, una asonada bélica contra el país protector del enemigo, una respuesta militar que por cierto demoró 26 días en suceder desde el anuncio de la Casa Blanca y el Pentágono, hasta que el día 7 de octubre del 2001, sucedió la primera oleada bélica estadounidense.
 Podemos afirmar que el 11 de septiembre no sólo alteró la estructura del orden internacional inclinando la balanza hacia un desequilibrio unilateral, sino que además nos volvió a todos testigos mediáticos de los ataques a las Torres Gemelas, y testigos, paso a paso, de la invasión del ejército estadounidense hacia un país depauperado, del que poco se sabía pero que en poco tiempo recibió bombardeos, 10 mil toneladas de bombas,  que provocaron más de un millón de refugiados en las fronteras con Pakistán y la India.
 En mi libro “La política del miedo”,  de Ediciones Castillo, presentado en febrero del 2003,  abordo la  respuesta estadounidense, la relevancia de Afganistán dentro del contexto de una nueva estrategia geopolítica y geoeconómica en la que seguían la promoción de cambios en 7 países que Estados Unidos considera una amenaza para ejercer su hegemonía, casi imperial.
 Afganistán abrió muchos frentes en el escenario internacional, definir “el eje del mal”, los amigos y los enemigos, básicamente. Y al mismo tiempo metió en el ambiente lo que muchos analistas en la aldea global comenzaron a presentir: Irak y su presidente Saddam Hussein, en ese paso de amigo a enemigo, en cuenta pendiente de tiempo atrás.
 Hay documentos “A background paper on risk analysis  and scenarios”, y “after an attack on Iraq: the military, political, and economic consequences” del 2002 dedicados a dilucidar las probables consecuencias de una invasión a Irak y el grado de impacto en el ámbito mundial.
 Irak siempre fue un objetivo muy claro del presidente Bush por tratarse de un país relevante como el tercer productor mundial de petróleo, después de Irán y Arabia Saudita; empero, el segundo  a nivel global con mayores reservadas probadas en el mundo, después de Arabia Saudita.
A COLACIÓN
 Por su parte, Afganistán al tener primeramente los reflectores fue un motivo de investigación para indagar el por qué y pasar más allá del cliché del  Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI) con definiciones de “un país depauperado, una población extremadamente pobre y altamente dependiente”, según ambos organismos, del cultivo para al autoconsumo de bienes agrícolas y actividades de pastoreo y cría de rebaños.
 Cuando se sacuden los informes oficiales y se indaga sobre de las actividades de los afganos, resulta entonces que la economía funciona mediante un narco-Estado que favorece la narcoeconomía de cuya base principal son la producción del opio y la heroína.
 En 1998, la CIA señaló de un incremento del 300% en la producción de opio y  heroína en territorio afgano. Es la principal fuente de vida de la población y Afganistán es un gran puente que surte de la droga a China, otros países asiáticos y europeos como Gran Bretaña.
 Por cierto que la invasión estadounidense a pesar de que derrocó al régimen talibán, “instruyó la democracia” e instaló un nuevo gobierno, precisamente éste no ha podido o querido  limpiar la imagen del narco-Estado, de un país que sigue funcionando en una narcoeconomía.
 Recientemente la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), difundió que en el 2006, el   cultivo de adormidera de opio aumentó 59% en Afganistán
En el Estudio anual de la ONUDD sobre el opio en el Afganistán se indica que la superficie de cultivo de adormidera alcanzó la cifra sin precedentes de 165 mil hectáreas en 2006, en comparación con 104 mil  hectáreas en 2005.
Para este año, el organismo proyecta, que en Afganistán la cosecha ascenderá a unas 6 mil 100 toneladas de opio, “representa un 30% más del consumo mundial."
Tampoco podemos ignorar las cualidades del territorio afgano en carbón (4% de las reservas mundiales) y gas natural.
 Pero, además de la droga, el carbón y el gas natural, este país tiene una zona esencial para la geopolítica mundial, para el trazado de gasoductos y oleoductos que atraviesan numerosos países: al sur y este colinda con Pakistán; al oeste con Irán; y al norte con las ex repúblicas soviéticas de Turkmenistán, Uzbekistán y  tayikistán. Así es que una invasión estadounidense hacia Irán puede realizarse por tierra desde Afganistán.
 ¿Qué hacia Cheney en la base área de Bagram, cerca de Kabul? Vaya delicada situación en momentos en que se respira una tensión que a muchos nos pone al borde de temer lo peor si Bush y sus secuaces van por Irán.
 El atentado perpetrado por un suicida que mató hasta 20 personas, justo en el lugar donde estaba el vicepresidente de los Estados Unidos, en Bagram, es un recordatorio, una alerta permanente, de que nadie está a salvo, ni seguro,  ni siquiera siendo hijo del imperialismo unipolar, y sobre todo cuando Cheney y Bush hacen un buen negocio de la guerra a costa de tantos millones de civiles.

 

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