San Sebastián, Veracruz: crónica y génesis de una fiesta huasteca

Oscar Azuara hace pruebas de
sonido en el estrado antes de
que inicie la huapangueada
 Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

San Sebastián, Veracruz. 10 de enero de 2007. La huasteca veracruzana amaneció cubierta de niebla el sábado 6 de enero. Me dirijo a San Sebastián, población perteneciente al municipio de Tantoyucan, en un autobús Estrella Blanca que cubre la ruta Poza Rica-Tampico y recorre una parte importante de esta zona huasteca en su trayecto al puerto tamaulipeco. Nombres me vienen a la mente con vaga certeza de orden geográfico-cronológico: Tihuatlán, Tuxpan –¿o Tuxpam?–, Potrero del Llano –con sus animadores zacahuil, taquitos y atole–, Tepetzintla, Chontla, Piedras Clavadas… San Sebastián.

Si el autobús salió a las 5:50 a.m. de Poza Rica casi con la mayoría de asientos desocupados, en la Huasteca se fue atestado de gente, un hacinamiento increíble si uno no abordara el Metro en la ciudad de México en las horas pico. Y es que el tránsito de personas en horas tempranas es elevado y permanente.

La verdura del paisaje es impresionante y exulta el espíritu, palia el agotamiento y recompensa la desmañanada. A la vera del camino, de la angosta y serpeante carretera, surgen de la nada –niebla– siluetas albas de campesinos o figuras destellantes de hombres y mujeres vestidos en colores vivos que se dirigen a trabajar a alguna de las numerosas comunidades.

El experimentado chofer sonríe ante mi comentario de que el día está muy “neblinoso”. “Esto no es nada”, replica, deteniéndose nuevamente para el ascenso y descenso de pasajeros, como si fuera un avezado mago que sabe perfectamente cuándo y dónde saldrán más, que brotan después de una curva, de un paraje aparentemente desolado.

Finalmente, después de más de tres horas y media de viaje, llego al risueño pueblo denominado San Sebastián, enclavado justo alrededor de la carretera. Para mí, el día sigue nubladón, grisáceo. A ver si no llueve, pienso. Ahí, en plena carretera desciendo del autobús, que sigue cumpliendo su meritoria labor de comunicar y transportar a personas de la región norte de Veracruz.

Como en muchas ciudades y pueblos de la Huasteca, a un lado de la carpeta asfáltica está la Terminal de Estrella Blanca y del otro, la de ADO. A la izquierda, veo los taxis apostados debajo de un árbol, de donde colgaba una manta con el anuncio de la huapangueada de esa tarde; más allá, la torre de la iglesia de San Sebastián, “atrás de la iglesia está mi casa”, me había dicho por teléfono el profesor Óscar Azuara, uno de los organizadores del Primer Festival del Huapango.

Hacia allá dirigí mis pasos. Iban a dar las diez y, aunque ya no había tanta niebla, el cielo seguía nublado. Me detuve por unos instantes ante la iglesia, que ya se encuentra en etapa avanzada de construcción, y contemplé la escultura en madera del mártir cristiano, saeteado, que se encuentra en el atrio y cuya expresión difiere en mucho a la labrada por Alfonso Berruguete, en Valladolid, España, pues en la de esta localidad veracruzana impresiona su expresión de abandono, muy emparentada con la del Redentor.

Antes de llegar a su casa, un hombre que limpiaba la Galera me dijo si buscaba al profesor Óscar. Después de mi afirmación, me dijo que estaba en la Cancha y me indicó cómo llegar. Muy fácil: a una cuadra. A pesar de lo nublado, la luz del lugar me deslumbró, así como el cerro que se vislumbraba en el horizonte entre la niebla, rumbo a Los ajos, otra comunidad cercana y huapanguera.

Desde lejos vi a Óscar, Goyo y otros amigos en friega. Me acerqué. Óscar estaba recibiendo la cerveza, Goyo bajaba la tarima de una camioneta y la colocaba en el piso de la cancha, en la que estaban ya colocadas cientos de sillas que limpiaban unos niños; otros hombres se encargaban de sacar punta a unos troncos que iban a emplear para construir el tapextle o la Periquera, lugar elevado donde tocan los músicos.

Nos saludamos con un abrazo, pues nos hicimos amigos en Colatlán, durante el “V Encuentro de Huapango”. Los dejé hacer mientras tomaba algunas fotos. Vi cómo colocaban las chelas en los contenedores, cómo partían el hielo y lo colocaban sobre las latas, y cómo le ponían unos cobertores para que duraran los trozos de hielo.

Presencié cómo surgían necesidades de último momento, pero también cómo la gente se iba organizando y participando, cómo se acercaban a preguntar: “Profe, ¿en qué te ayudo?”. Cómo se iban armando los primeros puestos de artesanías y de mercancías varias. Escuché decenas de veces “Oscarín, que si esto o lo otro…”. Óscar y los otros organizadores estaban en chinga loca desde el día anterior, cuando le pararon a las tres de la mañana del sábado 6. Bueno, era un consuelo saber que no era el único desvelado, cansado y hambriento.

También me tocó presenciar los preparativos de los vaqueros para el jaripeo, así como los balonazos de los jugadores locales que participarían en el cuadrangular –que finalmente no se realizó, pues sólo se juntaron dos equipos, y uno incompleto, por lo que ganó por default el representativo de Los ajos, según me contó el amigo May, del Caber Luiseis, donde muestra orgulloso los trofeos que el equipo local ha obtenido–.

Así, después de un rato, Óscar me llevó a su hogar, donde preparaban el mole y pollo que se serviría alrededor de las 14 horas en la “comida oficial”. Me entregó mi gafete. Me presentó a su mamá, a su abuelita, a su hermano Javier, que trabaja en San Luis Potosí, y a un amigo y compañero de trabajo de éste, Víctor.

“Vamos a tomarnos un café”, dijo Óscar, que significa “vamos a desayunar”. Unas deliciosas grasitas de cerdo, queso ranchero y café, acompañadas de unas calientes tortillas hechas a mano y una sabrosa salsa verde. En eso estábamos cuando le fueron a avisar que había llegado el trío Cenzontle. Se paró y se fue a instalarlos. Fui tras él, pero ya no lo alcancé. Eran pasaditas de las diez y media. Me fui a la Cancha.

Me acomedí a ayudar a transportar los refrescos de un lado al otro de la Cancha. Bueno, sólo se las colocaba en los brazos a los que fungían de tamemes huastecos. Después acompañé a Javier a llevar la máquina de soldar del electricista; nos encontramos a Los Cholos de la Cumbia, de San Francisco, Chontla, municipio cercano, jóvenes músicos versátiles que recorren la Huasteca entera con su música y a quien Víctor ha escuchado y califica como “buenos”. Bien, pensé, habrá que entrevistarlos.

Regresamos a la Cancha. Ya estaban ahí los hermanos Aparicio Hernández, del trío Cenzontle, de Huauchinango, Puebla, de donde salieron a los cinco de la mañana, quienes iban con sus papás, como casi en todas las huapangueadas. Estos muchachos son tenaces y puntuales: casi siempre son los primeros en llegar a los lugares donde habrá fiesta huasteca. El que persevera alcanza, dice el refrán. Y estos muchachos son perseverantes, ergo, alcanzarán sus metas.

El trajinar continuaba. Me dio tiempo y ocasión de hablar largo y tendido con los cenzontles. Más tarde llegaron los integrantes del Trío Tamalín; a los pocos minutos, el trío Ilusión Huasteca, de Tempoal, ambos de Veracruz. Óscar y sus compañeros concluían con el decorado del escenario y el tapextle. A esas horas, el sol había disipado mis temores climáticos y el calor cobraba en sudor mi desconfianza. A continuación arribaron los integrantes de los tríos Los Leales y Voces Inocentes, amigos de la huasteca potosina, que también están escribiendo su nombre en esta, parafraseando al maestro Alain Derbez, historia aún no escrita.

Ya se acercaba la hora de la comida, ya se había agotado la memoria de mi cámara, ya necesitaba vaciarla. Y los dos ciber de San Sebastián estaban cerrados. Goyo, mi amable y generoso tocayo, me llevó con uno de sus primos a ver si podíamos resolver el problema. Invertimos buen tiempo y esfuerzo, pero fue inútil: no pudimos bajar las fotos porque el quemador estaba desconfigurado.

Regresamos a la Cancha. Ya había iniciado la comida. Ya habían llegado más cofrades huastecos: Ramón Chávez “El jaranero”, de Tampico, Esperanza Zumaya, de Pánuco, el trío Son de Corasón y Saúl Pérez Pedraza, de Tepetzintla… Por suerte, Óscar sugirió pedirle ayuda a May, que se encontraba en el campo de futbol. Y este amigo se prestó a ayudarme. Su ciber “Luiseis” (nombrado así por una dinastía de Luises, que va en el sexto), bien equipado, fue mi salvación.

A estas horas de la tarde los acontecimientos seguían sucediéndose. Ya en el pueblo se respiraba el ambiente de huapangueada. Ya en la iglesia estaban congregados muchos de los participantes para escuchar la misa convocada por el párroco del lugar. Ahí vi a los amigos del Comité Organizador del Encuentro de Huapango en Colatlán, Porfirio y Moisés Hernández Barrales, Justino Hernández Alvarado, los tríos colatecos Koneme y Cocuyitos, entre muchas personas más.

Apenas había tiempo para un refrescante y reparador baño a cielo abierto huasteco. Ya no hubo chance para comer. Ni modo, más hambre tenía de huapango. Me dirigí a la Cancha –de basquetbol–, que lucía esplendorosa, bella, llena de gente, con las gradas ocupadas y pocas sillas de plástico sin ocuparse aún. Óscar hacía las últimas pruebas de sonido. Laura Ahumada, la conductora del programa “Mediodía Huasteco” de Radio Tampico y conductora de este Primer Festival del Huapango en San Sebastián, se reportaba lista.

Platiqué con las personas de Tepetzintla, con el profesor Saúl, con la señora Antonia Vera Salazar, coordinadora del grupo Huitzitzilin, que organizan una huapangueada en ese municipio huasteco y que este año piensan adelantar por la realización del XII Festival de la Huasteca en Huauchinango, Puebla.

Y de pronto las luces de la Cancha se encendieron –cuentan con sensores–, la voz de Laura Ahumada se escuchó por el sonido, el ambiente ya era de fiesta. Otra vez se había creado la magia, otra vez se habían reunido los hijos de la Huasteca, otra vez el amor por la tierra y sus manifestaciones artísticas habían atraído a cientos, a miles de personas –yo calculé entre mil 500 a dos mil–. Otra vez sonó el grito “¡Que venga el huapango!”. Otra huapangueada comenzaba a inscribirse en la memoria de los huastecos por mor del huapango: el Primer Festival de San Sebastián, que inició con el pie derecho su tránsito hacia las grandes fiestas huastecas. Y aquí mismo daremos cuenta de ello.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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