Tulancingo te espera con los brazos abiertos

La pintoresca Catedral
de Tulancingo, Hidalgo
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Tulancingo, Hidalgo. 24 de diciembre de 2006. Salir de la ciudad de México en estas fechas es una necesidad y un placer, pero también un tormento; cuando se puede, claro. Es decir, planear un viaje, ya sea de un día o más de uno, implica la necesidad de escapar del megacaos cotidiano, del esmog y el estrés, así como disfrutar por anticipado de las delicias y el placer que promete el destino elegido.

Así, hay que poner manos a la obra y enfrentarse en estos días al intenso tránsito suscitado por el deseo de miles de capitalinos que buscan viajar en automóvil, autobús o avión –¿no es inverosímil que tengamos cancelada ya la posibilidad de viajar en tren desde la capital del país?–. En este caso, acudir a la Central del Norte y conseguir un boleto para Tulancingo se convirtió en una auténtica odisea, sin importar que el viaje se realizara de pie, por el sobrecupo del autobús. Otra, salir de Indios Verdes y entrar a la Autopista.

Pero la ilusión del viaje supera, por supuesto, todas estas dificultades. Como rezaba un letrero grabado en el espejo retrovisor del autobús de la línea “Blancos”: “Sufrir para merecer”. Por suerte, Tulancingo está aproximadamente a 100 kilómetros de la ciudad y el chofer, ya enfilado en la Autopista, pronostica un trayecto de “más o menos una hora”. Además, para hacer más ameno el rato, puso un disco compacto de Alberto Vázquez por sus 45 años de carrera artística, donde lo acompaña la “Novia de México: Angélica María”. Bueno, la nostalgia también es prerrogativa navideña.

Tulancingo de Bravo es una ciudad pujante –seguramente ya rebasa los cien mil habitantes– y es considerada el segundo municipio en importancia de Hidalgo. Está a 2200 metros sobre el nivel del mar y ocupa una superficie de 290 kilómetros cuadrados. Cuenta con un buen clima, con algo de frío en estas fechas y calor de abril a julio. Es una hermosa ciudad con interesantes atractivos turísticos, además de la hospitalidad y cordialidad de su gente.

Como en muchas ciudades, hay que dirigirse al Centro, donde nos espera, imponente y majestuosa, la Catedral, de estilo neoclásico, apenas rota su sobriedad por el paso frecuente de personas y los arreglos navideños del Parque La Floresta, con un árbol de Navidad en el pasillo central, en línea recta del Quiosco. En este parque también se encuentra un soberbio monumento a Benito Juárez, que aún conservaba coronas florales de homenajes recientes –¿cuáles? ¿El Bicentenario? Juárez nació el 21 de marzo de 1806 y murió el 18 de julio de 1872…–, un busto en memoria del doctor Proceso S. Ortega y una imprenta que simboliza la libertad de expresión. Ahí, admirando su Primer Cuadro, pasé varias horas en espera de Santaclós, quien me hizo saber, ya con el declinar del día, que la ilusión anida en el corazón de los hombres y mujeres de buena fe, y que éste ya es un magnífico regalo que los ayuda a vivir mejor, a ser felices con las cosas simples de la vida.

El Jardín del Arte, sede de
 talleres artísticos y culturales
Foto: Gregorio Martínez M./Azteca 21

En efecto, el espíritu navideño se respira en toda la ciudad: en sus calles, en la Catedral, en sus jardines, en el Mercado Municipal, en el ánimo de la gente. Y también a unos pasos de La Floresta, en el Jardín del Arte, donde antes se encontraba el Palacio Municipal, que ahora alberga el Centro Cultural “Ricardo Garibay”, el autor de “La casa que arde de noche”, quien nació en esta ciudad, y ahora es sede de talleres artísticos y culturales. En estos días y hasta el 3 de enero, ahí se realiza la Primera Gran Ferial del Libro. Hermosas esculturas flanquean el jardín –desafortunadamente ya no tienen ficha técnica para conocer a los autores–.

Asimismo, en un costado se ubica la Biblioteca Pública “Sor Juana Inés de la Cruz”, en una construcción de belleza austera. A dos cuadras está el Mercado Municipal “Gilberto Gómez Carvajal”, próximo a celebrar 60 años de su construcción, en el que se puede encontrar todo tipo de mercancías y antojitos de la región. Sin duda, es indispensable visitarlo.

Pero Tulancingo tiene más para los visitantes, como el Museo del Ferrocarril, la antigua Estación, que fue habilitada para recordar la época cuando el tren era el medio de transporte por antonomasia en esta región. Además, está el Zoológico que ofrece 180 especies animales y una excelente vista de la ciudad, pues se localiza en la parte alta de la ciudad.

Por si fuera poco lo anterior, a tres kilómetros se encuentra Huapalcalco, considerado el sitio de ocupación humana más antiguo de Hidalgo, donde una pirámide es vestigio de que este lugar fue sede del segundo imperio tolteca, antes de que lo fuera Tula. Ahí mismo están las pinturas rupestres, que grupos primitivos dejaron como constancia de su existencia y de su visión cosmogónica.

Tulancingo aún tiene mucho por descubrir para el visitante curioso y amante de su terruño: un Museo de Datos Históricos, el moderno Parque Recreativo “El caracol”, el templo de la Virgen de los Ángeles, el Templo del Señor de la Expiración, la Estación de Telecomunicaciones Vía Satélite y mucho más, así como una adecuada infraestructura hotelera y de comunicaciones. Esta ciudad hidalguense ofrece mucho al turista, quien, después de conocerla, se retira con la idea de volver pronto a recorrerla, a disfrutarla, a gozarla. Sí, sin duda, ese “sufrir para merecer” se convirtió en una profecía, pero vale la pena. Compruébelo.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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