Día de Muertos, festividad única en el mundo es celebrada por más de 40 grupos indígenas

 Entre los pueblos nativos
existía una devota veneración
por la huesuda, que ha llegado
 hasta estos días
Foto: Internet

Ciudad de México.- 30 de Octubre de 2006.-Como cada año, la tambaleante flama de las veladoras alumbrará el camino, los vasos de agua servirán para saciar la sed y los suculentos manjares ofrendados matarán el hambre de los difuntos que sin falta acudirán a la cita para convivir con los vivos, durante esta celebración del Día de Muertos en México.

Considerada por la UNESCO como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad desde 2003, la festividad, única en el mundo, y una de las más arraigadas en la población del centro-sur del país, mezcla significados ceremoniales donde simpatizan la tradición católica y prehispánica con la variedad étnica y cultural de la nación.

De acuerdo con datos de instituciones culturales, al menos 41 grupos indígenas de México y diversas localidades urbanas celebran la fiesta de veneración de los muertos, otorgándole los elementos característicos que representan el puente de unión entre el pasado milenario de la sociedad mexicana y las manifestaciones culturales de estos días.

Comunidades coras, choles, huastecos, huicholes, mayas, mazahuas, mazatecos, mixes, mixtecos, nahuas, purépechas, tepehuanas, tojolabales, totonacas, triquis, tzeltales, tzotziles, yaquis y zapotecas, entre otras, se funden en una solo para postrarse ante los fieles difuntos llegan el 1 y 2 de noviembre de cada año.

Los orígenes de la tradición en torno a los muertos se remontan a la época prehispánica, cuando entre los pueblos nativos existía una devota veneración por "la huesuda", que ha llegado hasta estos días, a través de las diferentes manifestaciones que en torno a ella se realizaban.

De acuerdo con el historiador Alfredo López-Austín, la idea de la dualidad vida-muerte era entendida por los aztecas como un ciclo constante similar al de la naturaleza, por ejemplo, a la temporada de lluvias y de vida seguía la de secas y su consecuencia: la muerte, de donde surge nuevamente la vida.

De esta forma, el hombre prehispánico creía que había que mantener el equilibrio universal y por ello realizaba rituales de veneración a los dioses, con los que trataba de mantener el orden del universo. Estos consistían en sacrificios humanos y animales, pues se tenía la creencia de que de la muerte surgía la vida: "el hombre muere para que a la vez vuelva a nacer la vida".

Por su parte, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma ha señalado que el hombre mesoamericano era destinado a un lugar después de morir conforme al género de su fallecimiento y que podía ser acompañando al Sol, al Tlalocan o al Mictlán.

Al primero iban los guerreros muertos en combate o sacrificio y las mujeres muertas en parto, al Tlalocan marchaban aquellos individuos muertos en relación con el agua o los que morían por un rayo, mientras que al Mictlán, noveno y último nivel del inframundo, iban quienes morían de muerte natural o de enfermedades no relacionadas con el agua.

Esta relación es distinguible en las deidades relacionadas con la muerte, que eran veneradas entre los mesoamericanos, como el murciélago maya o Mictlantecuhtli, que se menciona en el Códice Borbónico, o a través de cantos como el que señala "A dónde iré?, A dónde iré? El camino del Dios Dual. Por ventura es tu casa en el lugar de los descarnados?".

Sin embargo, para el antropólogo Aarón Mejía, la actual festividad dista mucho de las creencias que se tenían en la época prehispánica y la manifestación actual de veneración de los muertos; en su opinión es "una tradición que se ha ido resignificando" con elementos provenientes de otras culturas y con el paso de los años.

Las tradiciones, señaló a Notimex, "tienen una gran capacidad de apropiarse de elementos, la entrada de productos de plástico o marcas comerciales, así como influencias foráneas, no impiden que la costumbre continué, no pone en riesgo la tradición, pues éstas son cosas que la gente simplemente va agarrando".

Para el especialista, la celebración del Día de los Muertos tiene su fundamento en el "sentido que tiene realizarlas al interior de las comunidades; si hay cosas que ya no funcionan entre las comunidades simplemente se desechan", no obstante, continua siendo una de las características principales de la celebración el "carácter colectivo" que se le asigna, sobre todo en los pueblos indígenas.

Con las fiestas dedicadas a los fieles difuntos, agregó, "se mantiene ese sentido de permanencia de un grupo, pues se tiene la creencia firme y real de que los antepasados vienen y comparten sus recuerdos con los vivos", cuando por el contrario, los mexicas, lo que hacían era colocar ofrendas para el viaje hacia el Mictlán.

Lo cierto es que como afirma el antropólogo Fernando Hijar, "a pesar de la incorporación de nuevos elementos propios de la modernidad, la tradición del Día de Muertos, subsiste con su colorido y misticismo, sobre todo fuera de la mancha urbana".

Los distintos rituales en diferentes regiones, agregó por separado, se han modificado por varios cientos de años en su forma de expresar y concebir la muerte, y ello no descarta la veneración que en la época prehispánica se tenía a los muertos.

Prueba de ello, son las celebraciones indígenas que con distintas manifestaciones culturales son realizadas por alrededor de seis millones de naturales que habitan estados como Campeche, Chiapas, Durango, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Tabasco, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán o Zacatecas.

Entre los indígenas, las celebraciones comienzan generalmente en los últimos días de octubre (25 al 30) y los primeros de noviembre (1 al 3), sin embargo, existen poblaciones indígenas en las que dichas festividades llegan a extenderse a lo largo de todo el mes de noviembre, como en el caso de los chontales de Tabasco.

En muchos casos, la celebración está asociada aún con la regeneración de la naturaleza y por tanto de la vida, como sucedía entre los antiguos pobladores, y coincide con el inicio de los ciclos agrícolas y de labranza, hasta llegar al 2 de noviembre, como señaló Aarón Mejía.

En la región de la Huasteca, la festividad es conocida como Xantolo y a pesar de ser un tiempo de tristeza también es una celebración de alegría, porque ya se ha cosechado la milpa de temporal, por lo cual las fiestas inician en algunos casos con una primera ofrenda el 29 de septiembre, día de San Miguel, y otras el 18 de octubre, día de San Lucas.

Las almas se reciben con ofrendas que la gente prepara con mucho tiempo de anticipación, el 31 de octubre es el día dedicado a las almas de los muertos "chiquitos", por eso se hace patskali o comida blanca, sin chile, y bailan los koli (viejos), hombres disfrazados que van de casa en casa a bailar frente al altar, recibiendo a cambio comida, aguardiente o algunas monedas.

El 1 de noviembre se tiene la costumbre de que se van las almas de los pequeños y llegan las de los grandes, cuya despedida es un día después, por lo que se llevan flores y ofrendas al panteón, el 30 de noviembre, día de San Andrés, se realiza la despedida o destape y los disfrazados o koli se quitan públicamente las máscaras con lo que reciben a todas las ánimas de vuelta.

En otras regiones como las popolocas de Soteapan, Veracruz, los rituales fúnebres se concentran en la Danza del Muerto o de la Basura, que se realizan de los 9 a los 40 días del fallecimiento de una persona y donde la existencia de sones es abundante, pues van de los 18 a los 80 diferentes: dedicados a niños, hombres y mujeres.

Cada tema cumple la función de purificar y ayudar a las almas a vencer los obstáculos en su tránsito al otro mundo como librar un desierto, evitar a los animales que el difunto dejó malheridos y que tratarán de castigarlo, pasar por un bosque donde los changos buscarán impedir que cruce o esquivar las almas de los brujos convertidos, ahora, en zopilotes.

De esta manera, en cada una de las comunidades indígenas y zonas urbanas de México, la muerte nos visita cada año para compartir, bailar, comer e iniciar de nuevo su largo viaje, su eterno descanso, y para ello, los mexicanos la reciben con altares u ofrendan en los que se colocan flores, frutas, inciensos y velas; con un mezcal o un vaso de agua para la sed que produce el trayecto. (Notimex)

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