“De los Maras a las Zetas”, un espeluznante diagnóstico de la violencia en México

Portada de un
libro que duele
 por su implacable
 realidad
 Foto: Azteca21

 

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 9 de octubre de 2006. La cotidianidad de la violencia que se vive en el país la ha vuelto un tema insoslayable en la agenda político-electoral nacional –desafortunadamente, como señalan Jorge Fernández Menéndez y Víctor Ronquillo, los autores de “De los Maras a los Zetas. Los secretos del narcotráfico, de Colombia a Chicago” (Grijalbo, México, 2006), no pasa de ser sólo eso: un tema de importancia coyuntural para los políticos y gobernantes, cuando para éstos debería ser un asunto de seguridad nacional–. Y también una de las demandas ciudadanas más constantes y, paradójicamente, menos atendidas en cuanto a resultados.

Este libro, de reciente publicación, nos brinda un mosaico de todas las vertientes por las que se desplaza el narcotráfico y las inevitables secuelas de violencia que suscita, mediante un recorrido que abarca desde las bandas callejeras como los Maras Salvatrucha, y pasando por otras en Los Ángeles y Chicago, hasta los grandes cárteles del narcotráfico en México y sus nexos en países como Colombia y Guatemala.

Con base en una amplia investigación de campo y periodística, este par de periodistas nos brindan los orígenes de la banda de la Mara Salvatrucha, sus códigos y sentido de identidad, sus relaciones con la guerrilla y organizaciones delictivas, así como su desmesurado crecimiento y operación en distintos países, sobre todo en actividades ligadas al tráfico de drogas y de personas. (Por cierto, como hace suponer el título, no hay la misma prolijidad respecto de los Zetas, de los que sólo se hace mención de su origen como militares de élite.)

Contraponiendo la política oficial estadounidense, que considera a México como prioridad en su política de seguridad nacional, no sólo por la obvia situación geográfica, sino también por las actividades que la minan: narcotráfico, sobre todo, especialmente por las nuevas características que está asumiendo éste, como su acercamiento a bandas de secuestradores y grupos armados radicales –como acontece en Colombia–, los autores evidencian cómo en nuestro país no se toman las cosas con la misma seriedad y objetividad, lo que va en detrimento de la seguridad nacional y ciudadana.

Así, resulta abrumador constatar el dominio que ejercen los diferentes grupos que controlan –y se lo disputan todo el tiempo– el narcotráfico en México, los cuales han permeado particularmente los ámbitos policiacos y judiciales, con énfasis en el poder local y una estrategia nacional basada en las organizaciones empresariales modernas. Sí, la evolución del narcotráfico no se ha detenido en México desde hace años.

Haciendo un análisis de las guerras entre los diferentes cárteles –como el de Juárez, el del Golfo, el de los Arellano Félix, el de los Valencia…–, los autores se dan tiempo para mostrar ejemplos patéticos, por su dramatismo e impotencia implícita–, de cómo en muchas ciudades del norte, centro y sur del país los daños a la sociedad son alarmantes y las autoridades pareciera que no se dan cuenta de ello.

Por supuesto, también se dan tiempo de comentar la situación en el Distrito Federal y de cómo los periodistas honestos y valientes siguen siendo víctimas de la violencia incontrolable de estos grupos. Son ya miles los muertos en estas guerras por el dominio de territorios y rutas del narcotráfico, y son miles los casos de impunidad. Como si no pasara nada.

Después de leer “De los Maras a los Zetas. Los secretos del narcotráfico, de Colombia a Chicago”, de Jorge Fernández y Víctor Ronquillo, espeluzna saber que en México seguimos pensando que somos un país seguro y tranquilo. No, lo cotidiano de la violencia no debe hacernos creer que ésta es poca y focalizada: es mucha, está casi en todas partes y, como el lobo feroz, puede devorarnos en cualquier momento.

Ahí están los datos –incluso nombres, calles, detalles…– para las autoridades. Que nadie se diga que no lo sabía. Pero, ¿se podrá hacer algo de verdad para combatirla y, utópicamente, erradicarla? También se muestra cuál es –o debería ser– el papel de las autoridades, pero ¿y el de la sociedad en su conjunto, y el de los consumidores –cada vez más y más jóvenes–? He ahí el polémico, difícil y vigentísimo dilema. Mientras, los muertos siguen sumándose a las estadísticas, la violencia sigue imperando, la impunidad se vuelve costumbre.

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