Objetivos del Acuerdo de Chapultepec
Por la espiral
Claudia Luna Palencia
-Objetivos del Acuerdo de Chapultepec
-Primera parte de la convocatoria
-Aglutinar a la sociedad civil
Lo siguiente forma parte de una llamada telefónica cada vez más frecuente en muchos hogares mexicanos, sucede a cualquiera hora del día y de la semana: ¡Hola, soy Emmanuel, te invito a que te sumes al Acuerdo de Chapultepec! Si te interesa, marca el número 1.
Muy pocas personas saben, a ciencia cierta, de qué se trata esta iniciativa que lidera Carlos Slim Helú para sumar a determinado estrato de la población, uno minúsculo y plural, coincidente en que el país dejó atrás la concepción del subdesarrollo para seguir detenido en el término del desarrollo desigual, y cuya rueca no gira ante la falta de rumbo en los programas, en esta transición democrática.
Con la tesitura de aglutinar voluntades, Slim Helú refuerza su carácter de liderazgo como empresario multimillonario en la región y el tercero en el mundo, fundamentalmente lo hace en su terruño, con el propósito de dar orientación a un país árido en acuerdos de infraestructura en los últimos años y enfermo de dispendio de los recursos constantes y excedentes.
La voluntad de Slim Helú no dista mucho de lo que otros magnates realizan en su propio entorno natural, Billy Gates, el máximo multimillonario mundial, mantiene la preocupación de mejorar los recursos para la educación como un mecanismo para lograr resultados más homogéneos en el crecimiento y el desarrollo económico.
Por su parte, el empresario mexicano busca consensos para detonar proyectos que le den certidumbre al país, visión de largo plazo, estructurando una especie de compromisos alternos a un Plan Nacional de Desarrollo.
Desde septiembre del 2005, propiamente el día 29, la convocatoria de Slim Helú llevo hasta el Alcázar del Castillo de Chapultepec a un grupo de mexicanos de todas las corrientes políticas inmersos en diversas actividades, públicas, privadas, científicas, tecnológicas, artísticas o deportivas para presentarles: “El Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho, el Desarrollo, la Inversión y el Empleo”; hoy, popularmente conocido como el Acuerdo de Chapultepec.
¿Qué tiene de interesante? El marco para reimpulsar y terminar la reforma del Estado que comenzó en el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari, y que quedó diluida en los sexenios posteriores.
Es una reforma que impulsa el poder de la iniciativa privada en la vida nacional en todos los ámbitos.
A COLACIÓN
Los panfletos que se reparten en Sanborns (de manera gratuita) acerca del Acuerdo de Chapultepec destacan que los convocantes: “Buscamos por medio de esta iniciativa, aportar a la República elementos de claridad, certidumbre y confianza”.
En el novísimo pacto las alianzas surgen en pro del impulso de los siguientes rubros: 1) Estado de Derecho y seguridad pública. Busca consolidar un Estado de Derecho en un régimen democrático, que garantice libertades, derechos humanos y sociales, seguridad física y jurídica. 2) Desarrollo con justicia: crecimiento económico y empleo. Lograr un crecimiento económico acelerado, sostenido, sustentable, con empleo y con políticas redistributivas. 3) Formar y desarrollar capital humano y social. Más y mejor salud y educación. 4) Desarrollo de capital físico. Acelerar la construcción de infraestructura y de vivienda. 5) Reforma de la administración pública. Hacerla más eficaz y transparente al servicio de los ciudadanos.
GALIMATÍAS
¿Puede convertirse el Acuerdo de Chapultepec en un Plan Nacional de Desarrollo alterno? Me parece que la respuesta es afirmativa, máxime cuando en tiempos en que la transición democrática no acaba de madurar subsisten y surgen nuevos factores amenazantes de la gobernabilidad y el cauce económico.
En este momento de especial peligrosidad para los lazos cívicos, cualquier maniobra contra la legitimidad del Estado conlleva hacia un desencanto a la democracia, nada plausible y aceptable, en momentos en que llevamos 6 años confundiendo la democracia con la anarquía, el relajamiento del Estado, la flexibilización del marco normativo, la laxitud del Estado de Derecho, el canibalismo político, el sectarismo camaral y la intervención del presidente en la vida nacional a conveniencia propia o buscando favorecer a la causa del blanquiazul.
Este “organismo vivo” llamado México que busca sepultar sus peores prácticas antidemocráticas del pasado histórico y reciente, no encuentra bien a bien el camino, y con ello se juega la viabilidad económica. No en balde el Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo 2002-2006 fue un documento tirado a la basura, pura quimera con bonita redacción, con un contenido de buenos propósitos no cumplidos porque los actores políticos nunca se pusieron de acuerdo. Los consensos fueron los grandes ausentes.
En el sexenio que viene, ante la posibilidad de repetir el mismo escenario con una falta de planeación, es que nace el Acuerdo de Chapultepec, lo percibo como un plan colateral de la iniciativa privada, por si aborta de nuevo el del Gobierno. Se trata claro de evitar que la economía se vaya al piso.
Todos queremos que México avance, es un punto en común sin distingo de sexo, edad, género, estudios y condición social. La diferencia medular radica en la consecución de los propósitos, los caminos para desarrollarlos y a quién se le entrega el poder.
La iniciativa privada que lidera el Acuerdo de Chapultepec para que verdaderamente incluya a los excluidos tendría que comenzar por trabajar por la justicia social a través de la equidad y para ello tendría que pedírsele a la elite empresarial que revalúe los sueldos, salarios y prestaciones de la masa de trabajadores. De todos nosotros.
La primera forma de apaciguar los contrastes sociales es redignificando los sueldos caídos, los que desde hace más de 20 años, han impedido que la gente viva de su liquidez, constante y sonante; y lo haga entonces del pasivo del dinero plástico.
El acuerdo omite este tipo de prioridades ciudadanas, destaca otras que corresponden a detonar negocios que persigue la iniciativa privada desde tiempo atrás en obra pública e infraestructura. Es cierto que los negocios traen empleos, pero esta justificación por si sola no basta porque no se compensa la necesidad por mejores sueldos.
Es la falta de empleos lo que está expulsando a la gente de México, junto con los trabajos y las profesiones mal pagadas, que son el incentivo por buscar jornadas en dólares para gente con oficio, sin oficio y profesión.
En mi opinión: el Acuerdo de Chapultepec se queda muy a medias, sin embargo, tengo la convicción de sumarnos y enriquecerlo.