El ‘freakshow’ humano en “Santa María del Circo”, de David Toscana

 El ‘freakshow’ humano en “Santa María del Circo”, de David Toscana
David Toscana es originario
de Monterrey
Foto: Gregorio Martínez M./
Azteca 21

Por: Enrique Montañez
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 15 de mayo de 2006. La espeleología es una rama de la geografía que estudia las cavernas y otras cavidades naturales. Por tradición popular, los domingos son días de estrenar. Enrique Anderson Imbert, cansado de la adjetivación académico-literaria tan seria con la que se suele etiquetar a la literatura, precisamente una tarde aburrida de domingo, se puso a buscar términos de otras disciplinas que pudieran renovar de manera lúdica e ingeniosa las corrientes en las que se encasilla la creación literaria.

Estrenó, entonces, el concepto de espeleología para las novelas neo-naturalistas. “Novelas con constitución de cráter. Las ciudades de hoy después de una erupción o de un terremoto. Socavones. Guaridas. Precipicios morales. El lector va pasando de antro en antro y ve extraños paisajes subterráneos, subsociales, subhumanos. Se ven trogloditas. Por esas grutas se arrastran también reptiles con formas de hombres. Las escenas producen un efecto de irrealidad, de pesadilla. Es que esa humanidad, replegada en las espeluncas de ciudades destruidas, parece de otra especie.”

“Santa María del Circo”, de David Toscana (Monterrey, 1961), editada en México por Random House Mondadori, es precisamente una novela espeleológica, con una prosa mesurada y funcional, directa, sin artilugios y lirismos estreñidos, propia de los escritores que tienen una buena historia que contar.

En esta novela, con base en una genialidad narrativa dada principalmente por la fluidez de las acciones y el humor negro bien logrado y nada gratuito, Toscana reflexiona sobre el fenómeno del circo y las oscuras densidades anímicas de los personajes que lo conforman; de paso hace una alegoría despiadada de las conformaciones sociales y la condición y el proceder de la naturaleza humana.

A partir de un contrato social antiutópico, basado en el azar como sistema de conformación social, los miembros del Circo Mantecón emprenden una épica degradada cuya meta será la refundación del pueblo donde han llegado. Las capacidades de estos seres para reestructurar una sociedad son tan monstruosas como sus propios atributos de ‘freaks’ ambulantes.

El convenio entre los poderosos y los débiles, base del mito prometeico del contrato social, se da en la novela a partir del caos; el azar sobre la lógica y el orden. El sistema social de la nueva ciudad, nombrada precisamente Santa María del Circo, se sortea en papelitos dentro del sombrero de Mandrake, el mago del circo. Cada quien debe sacar uno y ese será su puesto o institución a representar. La carnavalización aparece en su forma más hilarante y tenemos que al enano le toca el papel de sacerdote, el poder eclesiástico; a Barbarela, la mujer barbuda, el de médico del pueblo; a Mandrake el de terrateniente; a Balo, el hombre bala, el de militar; a Narcisa, la estúpida que se cae de buena, le toca representar a los medios de comunicación, la de periodista para ser precisos; y por fatalidades del destino, al cada vez más putrefacto Fléxor se la dan de negro; al decadente Hércules le toca el papel de la puta del pueblo.

Conscientes de que toda ciudad o población debe tener una historia gloriosa, los nuevos ciudadanos de Santa María del Circo se fijan la meta de estructurar un pasado mítico; pero las circunstancias grotescas de cada quien y las condiciones desoladas y ruinosas del pueblo no lo permiten. La historia que logran esbozar es apocalíptica, la población anterior se marchó por situaciones trágicas desconocidas y el futuro de los nuevos moradores no puede ser mejor. Crítica velada a la Historia como necesidad particular de cada metrópoli o nación y que parte de la nada, constructo hueco que se cimenta en función de los delirios o deseos de gloria pueril de los encargados de oficializarla.

Casi todos los ritos de fundación, afirmó Octavio Paz, a raíz de su lectura de Mircea Eliade, de ciudades o de mansiones aluden a la búsqueda de ese centro sagrado del que fuimos expulsados. Los miembros del Circo Mantecón fueron prácticamente capturados para el espectáculo, don Alejo los fue recopilando en su marcha por distintas ciudades; cada uno de ellos huye de peor suerte en el ‘mundo normal’: maltratos, burlas, linchamientos, hambre, miseria, etcétera.

La posibilidad de fundar una ciudad les es tan apremiante por que suponen que con ello descansarán de su condición de fenómenos; con la edificación de Santa María del Circo buscan el descanso, la paz y el olvido de su naturaleza deforme, el paraíso, cobijarse en un ombligo maternal. Sin embargo, lo aberrante del ser humano es perenne y el afán civilizado de edificación trae consigo también el de destrucción. La imposibilidad de construir sociedades congruentes, armónicas y edénicas parte precisamente de la realidad ontológica de bestialismo, violencia, ambición malsana e intolerancia del individuo; siendo ésta una de las tesis primordiales de la novela de Toscana.

La descomposición personal, que deviene en la social, de los seres del Circo Mantecón se agudiza cuando cada uno de ellos empieza a sufrir una crisis de identidad: el hombre bala sale disparado por un mecanismo trucado; el mago es un embaucador de cuarta; el hombre fuerte nunca cargó el peso que decía el presentador de su acto y ahora se transforma inevitablemente en una masa gelatinosa. Ninguno de ellos tiene realmente el oficio que aparenta.

La interacción entre los habitantes de Santa María del Circo está basada en los rencores mutuos, pero en el fondo está latente la conmiseración por el hecho de compartir las mismas desgracias personales, el sentimiento de que la cuenta regresiva de su inutilidad futura avanza cada vez más rápido y a todos les tocará. No tienen más salvación que regresar al infierno ya conocido del circo, al espectáculo que ellos han alimentado con sus miserias humanas y en el que se engañan pretendiendo encontrar la gloria y la trascendencia por sus “actos” circenses; los famélicos aplausos que recibieron a lo largo de su carrera, bien lo saben ellos, fueron más por su condición de monstruos que por sus habilidades extraordinarias. El circo, por consiguiente, como último reducto nada celestial, pero menos trágico que el mundo real, para la clase más baja del perdedor social, para la otredad dada por la anormalidad física.

Ficción y realidad se imbrican, actores y espectadores somos parte del espectáculo miserable diario. El ‘freakshow’ humano no cesa jamás; el Gran Circo del Mundo nunca deja de estar hambriento de representación, el sufrimiento humano es la moneda de trueque para su abyección.

La función de Santa María del Circo está por terminar, pero no todos los personajes son rescatados: Hércules y el enano no son de los elegidos. Ambos cierran la novela de manera desoladora. Y ésta sigue atrayendo lectores, como si el sumergirse en las profundidades del ser fuera una ineluctable necesidad humana, en busca de la espeleológica verdad encerrada en su propia caverna: nuestra mente, nuestro cuerpo.

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Redacción Azteca 21

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