Sólo se conservan tres códices mayas, uno de ellos en Madrid y tiene un valor incalculable

La literatura en lenguas
de la familia maya es
muy rica, con
centenares
de inscripciones de
contenido histórico
 Foto: Internet

Ciudad de México.- 16 de abril del 2006.-El Códice Tro Cortesiano que guarda celosamente el Museo de América de Madrid es uno de los tres únicos ejemplares originales que se conservan en el mundo de la escritura jeroglífica perteneciente a la antigua civilización maya. Contiene fórmulas adivinatorias utilizadas por los sacerdotes para predecir acontecimientos, los pronósticos y las suertes para cada día referidos a temas de agricultura, cacería y rituales.

Es sabido que los pobladores nativos de Centroamérica desarrollaron durante miles de años civilizaciones equiparables a las del mismo periodo de las culturas antiguas en China, India, Grecia o Egipto. En América Central florecieron pujantes culturas aztecas y mayas que desplegaron grandes obras de arte en arquitectura, escultura, cerámica y pintura, en los territorios que hoy pertenecen a México y Guatemala.

La escritura es uno de los mayores exponentes de civilización de la mayoría de los pueblos y también una gran fuente de información para conocer cómo vivían y pensaban. La literatura en lenguas de la familia maya es muy rica, con centenares de inscripciones de contenido histórico en estelas de piedra, vasos de cerámica, objetos de hueso y otros materiales.

Pero sólo se han conservado tres códices mayas prehispánicos: el Dresdensis, actualmente en Dresde (Alemania); el Perezianus (Peresiano o de París), en París; y el Tro-cortesianus (Tro-Cortesiano o Códice de Madrid). Este último, del que se encuentra editado un bello facsímil, se conserva en la cámara acorazada del Museo de América en Madrid y se muestra en su totalidad a través de modernos sistemas en su exposición permanente.

Como un conjunto, los jeroglíficos del Código Tro-Cortesiano fueron elaborados por unos nueve escribas, bajo las órdenes de los sacerdotes mayas, en una tira de papel de corteza de copó, papel “amate”, de casi siete metros, doblada en forma de biombo, dibujada por ambos lados y dividida en 56 hojas de 22.6 x 12.2 centímetros.

Debió confeccionarse en las tierras bajas del sureste de México y Guatemala, según algunos historiadores; otros opinan que el origen del códice es la costa occidental de la península de Yucatán, llegando a afirmar que, posiblemente, fuese de Campeche. En cuanto a la fecha, sería realizado hacia el siglo 15 o principios del 16.

Se fragmentó en dos partes. El primer fragmento, el troano, fue adquirido por Juan de Tro a los descendientes de Hernán Cortés, mostrado en 1866 y publicado en 1869-70. Finalmente, lo adquirió el Museo Arqueológico de Madrid en 1888. El segundo fragmento, o código cortesiano, perteneció a José Ignacio Miró, quien lo bautizó como “cortesiano” en honor al conquistador Hernán Cortés. Circuló y fue ofrecido en venta hacia la misma época que el primero y comprado años antes por el mismo Museo Arqueológico, en 1875. Una vez reunidos, el especialista León de Rosny examinó ambos fragmentos, comprobó de inmediato que formaban parte del mismo manuscrito y realizó la primera edición.

Aún queda por descifrar parte de la escritura jeroglífica que usó la cultura maya, por lo que sobre el contenido del valioso códice quedan también algunas dudas. Se trata de un documento que los sacerdotes mayas usaban para controlar lo que había de hacerse en cada época del año y mes, con aspectos divinatorios y de previsión. Las suertes para cada día, entre los ciclos de 260 y 364 días, y almanaques que cubrían los asuntos de cacería, agricultura, tejido y rituales para propiciar la lluvia, la siembra y la cosecha. Contiene detalles de recetas para preparar alimentos y bebidas, técnicas agrícolas y sacrificios a los dioses. También se presta mucha atención a los puntos cardinales y los colores de cada uno de ellos, aunque no incluye material de carácter astronómico, matemático y profético.

El documento que se conserva es sólo parte del manuscrito original, cuya longitud total se desconoce puesto que el manual no está completo. Es posible que se perdiera para siempre o también, al ser documentos que los escribanos reproducían de los antiguos y se transmitían de generación en generación, fuera tan sólo una parte de lo que debería confeccionarse.

De su estudio deriva información sociocultural de singular importancia, ya que la interpretación de los datos paleográficos analíticos, asociados con los contextos tratados en las páginas realizadas por los amanuenses mayas, y la distribución de rasgos diagnósticos para su filiación lingüística, generan datos importantes sobre el propio fenómeno de la escritura en el periodo postclásico.

El conocimiento que llegaron a adquirir los mayas en astronomía y matemáticas forma parte del misterio que envuelve su civilización. Teniendo en cuenta que no disponían de telescopios, resulta asombrosa la precisión con la que diseñaron un mapa de la bóveda celeste; trazaron admirablemente el curso de los astros y preveían con absoluta fidelidad los eclipses solares y lunares. Calcularon meticulosamente el trayecto del planeta Venus, la estrella matutina y del atardecer.

Los mayas fueron llamados “los hijos del tiempo”, estudiaban obsesivamente el paso del tiempo, con mediciones muy precisas y descripciones del tiempo pasado y futuro. Su vida se desarrollaba en ciclos de 52 años, cada uno de cuyos días tenía un nombre que sólo se repetía en el siguiente ciclo de 52 años. Cada día era un dios, cada nacimiento iba unido al nombre de ese dios y al significado de ese día; el destino del maya estaba marcado apenas llegaba al mundo.

Fueron muy notables la grandiosidad de su arquitectura y su religiosidad, pero abandonaron sus ciudades y crearon nuevos asentamientos. Esa extraña conducta es una de las incógnitas de la historia de la humanidad. Mientras algunos estudios apuntan a dos diferentes revoluciones sociales del pueblo contra los estamentos superiores, otros creen que las catástrofes naturales influyeron en el declive de esta civilización.

Juan José Batalla, profesor de la Universidad Complutense, señala que los mayas hicieron miles de códices, pero sólo se conservan tres, por lo que el de Madrid “tiene un valor incalculable. Su origen es prehispánico. Hoy la escritura maya está descifrada en su mayor parte, aunque aún quedan cosas por conocer. Se sabe que el códice es de asunto calendárico religioso. Se explican, por ejemplo, los ritos a realizar para recoger la miel de los panales y realizar la captura del venado.

“La escritura es logosilábica. Tenían signos para todo, unos corresponden a una palabra completa y otros dan fonemas; combinados podían escribir un texto gramaticalmente perfecto, con sujeto, verbo y predicado. Se equipara a cualquiera de las escrituras del viejo mundo, la sumeria o la egipcia.

“Para ellos el paso del tiempo era muy importante, como para todas las culturas, lo estudiaban y sabían que era cíclico, cada ciertos ciclos se repetía todo lo que había pasado. Hay que destacar que la escritura aporta que la memoria ya no se transmite de forma oral”.

EL CÓDICE DE TUDELA OCÓDICE AZTECA DEL MUSEO DE AMÉRICA

El Códice de Tudela es otro de los tesoros que custodia el Museo de América de Madrid. Posterior al maya, se trata de un código ya de época colonial escrito por los aztecas en la segunda mitad del siglo 16.

Como los mayas, los aztecas conferían gran importancia al tiempo, que era registrado en dos calendarios: el de 365 días, xihuitl, que era el solar o agrícola, compuesto por 18 meses de 20 días, más cinco días “inútiles” o “aciagos”; y la cuenta de los destinos de 260 días, llamada tonalpohualli, que tenía más bien carácter adivinatorio.

El tonalpohualli estaba compuesto por 20 trecenas, resultado de combinar cada uno de los nombres de los días (20), con un numeral del 1 al 13, hasta completar los 260 días. Cada día con su numeral tiene una carga energética que lo conecta con la fuerza del cosmos, y está bajo la protección de un dios, se relaciona con un rumbo del universo, con un color y tiene un augurio asociado.

Los aztecas dividían el calendario solar en 5 periodos de 73 días, especie de estaciones a los que llamaban cocij: cocij cogaa, era el tiempo del agua y del viento simbolizado por el cocodrilo; cocij col lapa era el tiempo de las cosechas, representado por el maíz; cocij piye chij, era el tiempo santo o de fiesta, representado por el águila o el guerrero; cocij piye cogaa, tiempo de secas e inicio del calendario; cocij yoocho, tiempo de las enfermedades y las miserias, representadas por el tigre.

Gran parte de ello ha quedado reflejado en el Códice de Tudela. Está realizado durante la etapa colonial temprana sobre papel verjurado europeo. Se trata de un libro en el que se unen tres documentos, Libro Indígena, Libro Pintado Europeo y Libro Escrito Europeo. El primero, con los folios del 11 al 125, fue pintado por escribas indígenas hacia 1540, con un estilo prehispánico, conteniendo información iconográfica y de escritura jeroglífica sobre la religión mexica o azteca: tipos de calendario y los rituales sobre la enfermedad y la muerte, entre otros.

El Libro Pintado europeo se unió al Códice Tudela a partir de 1554 mediante la inclusión de un cuadernillo al comienzo del documento, folios del 1 al 10, del que se conservan sólo cuatro. El artista de estilo renacentista retrató los diversos grupos indígenas por parejas de hombres y mujeres. En el Libro Escrito Europeo se recogieron, entre 1553 y 1554, las explicaciones de un glosador y comentarista occidental anónimo acerca del significado de las pinturas.

Como fuente de primera mano para transmitir el conocimiento de la religión y etnografía mexica, el Tudela es un documento de gran magnitud. Pero su valor se multiplica por haber originado, a través de la copia de su Libro Indígena, otro conjunto de nueve documentos, reproducciones unos de otros, al que se da el nombre de Grupo Magliabechiano.

El profesor Juan José Batalla, especialista en el Código de Tudela, señala que “el formato del libro ya es europeo, y fue un encargo posiblemente de un fraile español para que los indígenas le contaran cómo funcionaba su religión. Se le pide al escriba que ponga el dibujo en la parte superior para dejar libre la inferior y dedicarla a su traducción en lenguaje castellano. Así, en un folio aparecía el dibujo del dios y debajo el significado de ese rito o fiesta. Los rituales religiosos incluían las ceremonias funerarias y los sacrificios.

“Hay de 18 a 20 códices prehispánicos que se conservan en total de diferentes culturas, pero coloniales hay unos mil, entre ellos el Tudela. Lo que ocurre es que éste es muy importante para conocer la religión azteca. Fue el primero que se hizo; a partir de ahí se copió y dio origen a 10 códices más. Por ello es tan importante.

“Destaca de otros libros por las imágenes de la relación de los dioses del Pulque (que se refieren a la bebida alcohólica que se consumía), ellos tienen unos 400 dioses del Pulque, algo innumerable para su cultura, suponemos que para cada grado de borrachera. No está clara la función que tenían los dioses del Pulque, porque la borrachera estaba castigada con la pena de muerte.

“La relación de los dioses con la muerte, el tratamiento de los cadáveres dependiendo de su pertenencia a una clase social, en su mayoría incinerados, y los rituales relacionados con enfermedades. Todos estos aspectos son exclusivos de este códice, sin el cual no se habrían conocido estos datos. Además, también lleva una descripción del calendario de 260 días muy interesante”.

El aspecto de la comunicación inventado y usado por estas civilizaciones continúa arrojando enseñanzas y luz sobre sus formas de entender la vida y vivirla, muchas de las cuales continúan vigentes. (Agencias)

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