A sangre fría con Capote

Phillip Seymour Hoffman
interpreta al escritor
Truman Capote
 Foto: Sitio Oficial

Por Carlos Coronel
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 30 de marzo de 2006. “Capote”, la ópera prima de Bennett Miller encara el peligro que existe si se elige el llamado de las musas, la estrecha vía del arte, el torturante canto de una idea, un ideal o una forma artística. Aun si quien aspira a tamaña ambición lleva una vida aparentemente frívola, no se puede salir indemne en esa búsqueda, por más que se mantenga la piel “A sangre fría”.

Miller recrea un periodo crucial en la vida de Truman Capote, el que va del 15 de noviembre de 1959 al 14 de abril de 1965, años en los que el polémico narrador estadounidense consigue materializar “el libro que estaba destinado a escribir”.

Con cierta fama ya por sus novelas “Desayuno en Tiffanys” y “Otras voces, otros ámbitos”, el Capote interpretado por Phillip Seymour Hoffman viaja al pueblito de Holcomb, sacudido por un múltiple crimen. Su objetivo en un principio es ver “cómo los asesinatos han afectado a la comunidad” y luego escribir un reportaje para el prestigiado “New Yorker”. No le interesa saber quién o quiénes fueron los asesinos; en última instancia, la cuestión moral. Pero el cazador súbitamente es cazado y decide escribir algo más que periodismo cuando conoce a uno de los matones.

Aunque Capote admite que “nunca le ha interesado la gente normal”, al entablar amistad con los convictos Perry Smith y Dick Hickok, su personalidad se ve perturbada porque encuentra más relaciones que diferencias con ellos, hasta reconocer: “Somos como hermanos, únicamente que un día yo salí por la puerta de adelante y Perry salió por la de atrás”. Perry, como Capote, fue abandonado por su madre alcohólica, que también se suicida mientras él acaba en orfelinatos, malcriado por parientes antes de comenzar su carrera criminal. Al mirarse en aquel indio esquizofrénico con talento para el dibujo y en espera de la pena de muerte, el autor de “Música para camaleones” contempla también su propia historia de orfandad e indefensión, su humanidad necesitada de afecto y comprensión.

¿Hay una delgada línea entre la neurosis de un artista y la de un asesino? ¿Es el escritor, a fin de cuentas, un inadaptado social? Tanto Perry como Capote se asumen diferentes a los otros: ambos son víctimas de esa sociedad conservadora que defiende los valores morales establecidos, mientras marca a quienes se apartan del rebaño.

“Es duro cuando la gente tiene una opinión desfavorable de ti”, confiesa Capote a una de sus entrevistadas, para añadir reveladoramente: “A mí me pasa igual. La gente piensa que por mi modo de hablar o vestirme me tiene bien calado, pero no es así, ellos no saben nada de mí”. Y cuando Perry por fin se anima a confesarle qué fue lo que ocurrió aquella madrugada en casa de los Clutters, dice: “Aquel hombre me miró a los ojos y supo lo que yo iba a hacer”. Esa marca invisible que los otros cuelgan indiscriminadamente en quienes no encajan en sus modelos, es lo que une a Capote con Perry: éste esquizofrénico y asesino; aquél, homosexual y alcohólico.

Capote busca una redención en su novela –una salvación estética– mientras que Perry coopera excesivamente con el libro porque cree que esas páginas “lo salvarán de ser visto como un monstruo ante el mundo entero” –una redención moral–. Y así como Perry enfrenta sus crímenes en un proceso largo, Capote afronta sus propios fantasmas: entre el empeño de salvar a sus informantes de la horca se esconde con la misma intensidad su ambición por publicar la primera “novela no ficcionada” sacada de aquellas revelaciones.

Su amistad con los criminales no le impide desear que el juicio acabe pronto y ellos sean colgados. Con esa misma sangre fría, el escritor soborna a policía y carceleros para entrar y salir de la penitenciaría, o contar en medio de una fiesta el destino final de sus nuevos amigos.

¿Traiciona Capote a ese par de criminales de Holcomb? Miller parece decir que no a través de la emotiva despedida de los condenados antes del patíbulo. Pero mientras “A sangre fría” alcanza la cima del éxito, su creador en la vida real se hunde en un silencio sepulcral estético. Finalmente, “A sangre fría” ilustra muy bien ese encontronazo que ocurre cuando la placa tectónica del conservadurismo estadounidense choca con los parias generados por ella y produce la violencia.

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