“Iberia”, de Carlos Saura, abre el Festival Internacional de Cine en Guadalajara

Una película que es poesía en
 imágenes
Foto: Azteca21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Guadalajara, Jalisco. 25 de marzo de 2006. Anoche iniciaron oficialmente las actividades del 21 Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) con un reconocimiento a la actriz mexicana Silvia Pinal y la exhibición de la película “Iberia”, de Carlos Saura, en el imponente Teatro Diana, ubicado en la avenida 16 de septiembre, en el Centro de esta ciudad.

Este año, España es el país invitado del FICG, por lo que se realizará un Panorama del cine español —que incluye la exhibición de filmes como “El habitante incierto”, de Guillem Morales, “Tapas”, de Juan Cruz y José Corbacho, “Para que no me olvides”, de Patricia Ferreira, “Obaba”, de Montxo Armendáriz, entre otros— y la función de gala de apertura del festival corrió a cargo de “Iberia”.

Esta película, basada en la obra homónima del pianista y compositor español Isaac Albéniz, es de un preciosismo conceptual, musical, fotográfico y coreográfico que sin dificultad cautiva al espectador por mostrar el espíritu y la belleza de un país: España. Pero… tiene sus peros.

Carlos Saura (“Cría cuervos”, 1975; “Bodas de sangre”, 1981, “El amor brujo”, 1986; “Flamenco”, 1995; “Buñuel y la mesa del rey Salomón”, 2001…), al igual que Albéniz en su momento, busca evocar, capturar y transmitir la esencia de lo que para él es España (antiguamente conocida con el nombre de Iberia) a través de la música y la danza —o el baile—, del cine, del arte.

Compuesta de cuadros o escenas o movimientos (Aragón, Córdoba, Granada, Triana, Torre Bermeja, Almería, Corpus Sevilla, El Albaicín, Asturias…), que a su vez están filmados en blanco y negro o en color —con predominancia de tonos: rojo, amarillo, azul…—, “Iberia” va mostrando y develando —desde la óptica del cineasta—, el sentimiento, la pasión, el dolor, la poesía, la musicalidad, el baile, la sensualidad… la savia que nutre el ser español.

Así, el sortilegio de la imagen —el hechizo primero; luego vienen el de la música, el de la danza, el de la poesía en imágenes…— se apodera del espectador, que advierte (por lo menos el despierto) los riesgos enfrentados por el cineasta con este filme, que linda peligrosamente en momentos con el documental o el videoclip.

Ah, por que se debe señalar que los diálogos son mínimos —cierto: ni falta que hacen los escuchados— y todo el peso del discurso cinematográfico lo tiene la imagen, su devenir. Cada cuadro habla por sí mismo, por lo que se ve y se oye. De esta manera, con este disparejo filme de Carlos Saura, comenzó el banquete fílmico en Guadalajara.

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