David Haro, juglar veracruzano del Sotavento

Portada de un disco que fusiona
 la trova con el son
Foto: Azteca21

Por Darío S. González M.
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 21 de febrero de 2006. Son ya pocos los artistas que, con apenas una guitarra, su voz y letras consiguen conmover el alma de sus oyentes, arrastrar el cuerpo hacia la cadencia del son fusionada con la trova y extraer de nuestra raíz la identidad mexicana en general, aunque, en este caso, tenga sabor netamente veracruzano.

Para quienes a menudo nos mostramos fastidiados por la involuntaria audición de canciones de corte puramente comercial, trilladas hasta el hartazgo, a cual más sensibleras, chabacanas, monótonas y monotemáticas, las canciones de David Haro, ya en su voz, ya en la de alguno de sus intérpretes, siempre son lo que un oasis a un desierto.

Y es que, aunque Haro haya nacido en un pueblecito de Jáltipan (“Brillo de arena” en náhuatl), ubicado en un estado musical por excelencia, Veracruz, sus canciones están impregnadas, sí, de ritmos y métricas regionales, pero lo interesante es que, además, logran trascender su regionalismo a través de fusiones como el bolero, el son, la trova y de letras poéticas donde lo mismo se lamenta el amante que canta a la libertad, a la exuberante vegetación, desafía a la muerte, recorre poblaciones veracruzanas, narra historias, se resigna a morir y se manifiesta en una multiplicidad de expresiones, todas cadenciosas, todas auténticas y a la vez mexicanas.

No es ningún secreto ni tampoco resulta raro que, pese a lo largo de su trayectoria musical, muchos desconozcan la existencia de este singular cantautor veracruzano, tanto como cantante y todavía menos como compositor, pues es de todos conocido que en México (y seguramente en muchas partes del mundo) se otorga siempre más fama y crédito a quien interpreta una pieza musical que a quien la crea.

Sin embargo, la calidad de este cantautor no es sólo una impresión subjetiva de quien esto escribe, está avalada por la participación del artista en festivales y la obtención de diversos premios como el otorgado por el Festival Internacional de la Primavera en la ciudad de Trujillo, Perú, en 1975; el calendario Azteca de Oro a la revelación masculina (otorgado por la Asociación Mexicana de Productores de Radio y Televisión), premio concedido en 1980 y proclamado Revelación masculina en el Festival OTI (1981).

Ha participado también en festivales como el XV Festival Cervantino, en Guanajuato; el Iberoamericano de la Décima (1991), en La Habana; en el Festival del Fuego (1993) de Santiago de Cuba; en el Festival Internacional por los Derechos Humanos (1994), Guatemala, y en el X Concurso Internacional de Guitarra Alirio Díaz (1996) de Caracas.

Sus composiciones han incluso aparecido en la industria cinematográfica nacional, tal es el caso de “Morir en el Golfo”, película que fue nominada al premio Ariel justamente por la mejor música original. Asimismo, sus letras han sido interpretadas por cantantes de la talla de el “Negro” Ojeda, Eugenia León, Lila Downs y Willie Colón, entre otros.

“Ariles. Música del Sotavento” es el primer CD que David Haro lanza en coedición con Culturas Populares del CONACULTA y Editorial Ariles Son, está integrado por trece piezas en total, nueve de las cuales son letras del cantautor, dos son poemas de Jaime Sabines: “Aguamarina” y “Vamos a cantar”, “El tiempo” compuesta con décimas de Sergio Morales Vera y “La laguna del ostión” de Antonio García de León. Las trece canciones son, sin embargo, interpretadas por Haro.

Desde “Gea”, la primera canción, nuestro singular cantautor nos muestra de qué está hecho su estilo rítmico, ya que tanto su voz como su guitarra nos dejarán tarareando las alegres notas con que comienza la pieza: “Gea es el sol sonoro del Sotavento;/ gea es la rumba rica, que rumba adentro;/ Trova llanera encanto de las chanecas;/ Reposo del cuento al son,/ Sosiego a la gea, gea”.

Tres composiciones adelante, con “Mozambique” sigue la fiesta rumbera, misma que alcanza la cima con una de las piezas más conocidas de nuestro autor luego que la interpretara Eugenia León: “Ariles del campanario”, y que es fácilmente identificada desde su inicio muy al estilo de la poesía negra del célebre poeta cubano Nicolás Guillén: “Tullumbé/ teque maneque/ chuchú mallambé/ mi ritmo cruje/ ariles de bongó;/ la sangre me está llamando/ y el Sotavento me está rozando por dentro”.

Con la trova más pura, en “Dulce capricho”, la tercera canción compilada en este álbum, Haro nos deleita, divierte y mueve a reflexión con una confesión del amante a su amada: “Nos entendemos bien/ me llenas de mentiras/ para pasarla igual/ no es más que soledad…” Y, dos canciones después, en este mismo tenor de trovador, en “Morir en paz”, comienza diciendo: “Si morir es dormir,/ la noche de la muerte/ en paz quiero que llegue a mí./ Voy a quemar el fuego hasta que se consuma/ esto que hierve dentro de mí;/ antes que me maldiga/ la pasión en la nada/ quiero agotar mis ansias de ti/ quiero agotar mis ansias de ti…”.

La tríada trovadoresca con la temática amorosa se cierra magistralmente con “Aguamarina” cuya letra es del conocido poeta chiapaneco Jaime Sabines y que Haro tuvo a bien musicalizar: “[…]agua azul, verde, amarilla,/ agua de estrella estrellada,/ he aquí junto a tu orilla/ mi mirada./ ¡Qué sabroso usar palabras/ para no decirte nada!”.

“El tiempo”, “La laguna del ostión” y “El solito” cierran con broche de oro el álbum “Ariles”, cada una de autor diferente (la última de Haro) y las tres confeccionadas con la métrica sonera, ya en décimas, ya en versos octosílabos; las tres profundamente poéticas y con composiciones magistrales donde las cuerdas de la guitarra convencional, la guitarra contrapuntística y del cello (en “El solito”) se acoplan estupendamente con las voces, el ritmo y versos como “Nacer es un sacrificio;/ morir no tiene igualdad;/ al ser supremo le aviso/ no estoy de conformidad/ aunque morir sea preciso.” (“El solito”), “A humedecer la selva y su callado grito,/ a soltar la fruta su tazón de miel,/ a reír la carcajada lila del caimito;/ palo mulato de descascarada piel…” (La laguna del ostión) o “El tiempo y yo como dos/ enemigos que se aman/ o dos gargantas que claman/ pero en una sola voz./ Por el mismo rumbo, en pos,/ de la cumbre o el pantano,/ permanente mano a mano/ donde se juega la suerte/ de hallar la vida o la muerte./ ¡Ah! Tiempo, ¿cómo te gano?”

“Ariles. Música del Sotavento”, es una joya imprescindible para quien guste de la canción mexicana regional contemporánea, la trova, el son, la rumba, la poesía y las letras con calidad en composiciones poco comunes. Al adquirirlo se apoya también a la producción de obras de una pléyade de cantautores independientes mexicanos que, lejos de lo que nos muestra la actual música comercial, constantemente generan letras y composiciones originales, innovadoras, inteligentes y con gran calidad.

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