Proyectarán en México “El hombre Oso”, cinta sobre la singular vida de Timothy Treadwell

El desafortunado Timothy y su novia murieron
 atacados por un oso
 Foto: Sitio Oficial

Por Carlos Coronel
Reportero Azteca21

Ciudad de México. 23 de diciembre de 2005. Werner Herzog construye en “El hombre Oso” (2005), la versión singular de un Robinson Crusoe moderno. Basada en hechos reales, su cámara reescribe emotivamente los últimos 15 años en la existencia de Timothy Treadwell, un norteamericano de clase media que abandona todo para irse a vivir a Alaska, sin más compañía que las montañas heladas y los osos.

¿Quién es este hombre que defendió la vida salvaje, aun a costa de morir trágicamente por ella? El realizador indaga honestamente en todas las personas que lo conocieron y lo trataron, desde el piloto que le llevaba los víveres en avioneta cada cierto tiempo, pasando por unos padres protectores en California, hasta la asociación People Grizzly, con la cual Treadwell mantuvo relaciones durante los últimos años de su existencia.

¿Se trata de un ecologista “ultra”, un ambientalista intransigente capaz de llevar su cruzada hasta los extremos? ¿Es un ermitaño iluminado, predicando un regreso a la vida salvaje? ¿O un simple loco necesitado de sus 15 segundos de fama y afecto?

Intercalando las propias imágenes que Timothy tomó en la reserva federal –de un total de 100 horas de grabación- con las bestias literalmente a un palmo de sus narices -tanto que en ocasiones llenan de vaho la lente de la videocámara-, Herzog transmite sus afectos y dudas, escarbando en el pasado de su personaje como si cada hecho aislado fuera una parte desmembrada y la suma total de datos, la resta de muchos Timothy.

Así, se revela su fracaso por lograr una carrera artística; su necesidad de invención al contar una infancia desdichada en Australia, mientras surfeaba en las aguas del Pacífico y se atascaba de alcohol y mariguana; y la insatisfacción con sus modestos empleos hasta que como una epifanía descubre un día lo que será su vocación.

El moderno Robinson adopta a su “Viernes”, una videocámara con la cual registrará la vida salvaje de los grizzly, pero también le servirá como una confidente: su compañera y su conciencia a la vez en esos páramos helados. Rodeado de la majestuosidad de las montañas coronadas de nieve y de los cercanos glaciares, Treadwell filma la imagen del hombre moderno: solo, aislado, incapaz de reintegrarse a la vida salvaje y escindido entre la civilización y la naturaleza.

Ante la cámara, “el guerrero pacífico” –como se define a sí mismo este Thoreau del siglo XX- no para de hablar y lanzar anatemas contra los cazadores ilegales de los cuadrúpedos, sus enemigos acérrimos. Su discurso contra cualquier posible intromisión a la vida salvaje –aun de los guardabosques, quienes fueron sus antiguos aliados- se vuelve paranoico. Treadwell, encerrado en la reserva federal protegida, acaba por ignorar el entorno. Según las autoridades locales, el problema de la caza ilegal no es ya un problema. Además, la población de los osos no está en estado endémico.

¿Hasta qué grado Treadwell ha comprendido que sólo invocando el desastre como un profeta es como su mensaje será oído por esa masa adicta a las imágenes? No en vano confiesa en su diario que desearía morir por su causa para que el mensaje quedara. La suya es una lucha ciega, sin cuartel, irracional hasta cierto punto. Un desafío ético. Por eso no le importa violar la ley federal que prohíbe acercarse a cualquier oso a una distancia menor a 25 metros.

Las narraciones que acompañan a las imágenes de los osos luchando por imponerse a una hembra, invocan un mundo idílico del estado salvaje. Y cuando se encuentra la pata desgarrada de un oso lactante, guarda silencio; el que los oseznos adultos se coman a sus crías por celos, no encaja en el corazón del “guerrero pacífico”. La crueldad, la violencia irracional, la amenaza, vienen de afuera, del mundo exterior, del hombre, no de dentro.

Su incomprensión de la vida salvaje que defiende, deviene de su origen: es un hombre que “desea ser un oso”. El instinto bloquea a la razón.

Herzog transmite su fascinación por “El hombre oso”. Reconoce el encanto de sus tomas. Y admite su valentía por rebasar esa línea que separa lo irracional de lo establecido. Esta película del cineasta alemán pasó en la XLVI Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional y se verá en varias salas del interior en los próximos meses.

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