La Virgen de Guadalupe, presente en la fe de millones de mexicanos

Impresionante muestra
de la fe de un pueblo

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 12 de diciembre de 2005. Desde hace varios días, miles de personas caminan por el concreto y el pavimento de la avenida Paseo de la Reforma, una de las más bellas y transitadas de esta ciudad. Son niños, mujeres y hombres de todas las edades que enfrentan, en ocasiones, a una ciudad desconocida, ajena y, a veces, peligrosa. Los mueve su fe, su devoción a la Virgen de Guadalupe, reina de México y emperadora de América, según El Vaticano.

Una de las peregrinaciones más numerosas es la que año tras año “baja” de Toluca, en la que se pueden ver familias enteras caminando al ritmo salmódico de canciones guadalupanas o de rosarios fervorosamente repetidos, con periódicos estallidos de cohetones. En los rostros de los fieles se advierte el gozo de la comunión, el deseo inquebrantable de postrarse, aunque sea unos breves minutos, a los pies de la “Morena del Tepeyac”.

Asimismo, se aprecian peregrinaciones de diversos barrios de la ciudad, como Tacubaya, Santa Fe, Cuautepec Barrio Alto, Xochimilco y el inefable y ubicuo Tepito; o por gremios, como gasolineros que vienen de Santo Domingo, en Coyoacán, comerciantes del Oliver del Conde, taxistas de Observatorio, microbuseros de Iztapalapa, vendedores ambulantes del Centro Histórico. Sí, todos tienen cabida en la bondad y generosidad de nuestra Virgen del Tepeyac.

Pero las peregrinaciones no sólo son a pie: cientos de autobuses llegan de todas partes del país para sumarse a la celebración de la Virgen de Guadalupe, que en diciembre de 1531 tuvo a bien aparecerse a Juan Diego, indio oriundo de Cuautitlán, cuando éste se dirigía a Tlatelolco a escuchar misa.

La mayoría de los autobuses que llegan a la Basílica de Guadalupe provienen de estados cercanos a la ciudad de México, como Puebla, Hidalgo, Estado de México, Morelos, Tlaxcala; también abundan los que vienen de Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Jalisco, Michoacán, Colima, Oaxaca, Zacatecas… Sin embargo, no son escasos los provenientes de los lejanos Sonora, Baja California, Campeche, Yucatán o Chiapas.

Los visitantes no sólo son “pobrecitos y humildes” como el indio beatificado, también hay muchos que no se ven nada desarrapados, sobre todo de provincia, los cuales no pueden dejar de mostrar su sorpresa y fastidio, su fascinación y molestia, ante el ambiente abigarrado y tumultuario, plagado de olores y gritos, que soportan estoicamente con tal de ver y rezarle, por lo menos, un padrenuestro a la Guadalupana.

Mientras cantantes y artistas como Pablo Montero, Lucero, Marco Antonio Solís, Carmen Salinas, María Victoria y Guadalupe Pineda dan muestras televisadas de su fe, miles de personas —que sumarán estos días aproximadamente ocho millones— padecen su propio calvario para poder entrar a la Basílica y ofrendar a la Virgen de Guadalupe un ramo de flores, una veladora, un juramento, una manda o, simplemente, el amor y la devoción que le tienen, gracias a los cuales pueden arrostrar las dificultades cotidianas que les ha tocado en suerte vivir.

“Gracias, Virgencita, por…” es la letanía que se puede leer en los labios de los feligreses, que se adivina en las acongojadas y aliviadas expresiones, que se escucha como una ola de murmullos y que nos permite, una vez más, año tras año, “conocer lo que es amar a Dios en tierra de indios”, como sucede desde hace 474 años. Amén.

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