El canto a lo divino y a lo humano durante el Encuentro de Decimistas en San Luis Potosí
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Fidel Améstica, poeta y guitarronero chileno, a los lectores
de Azteca21 deja un saludo sincero
Foto: Azteca21
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Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21
Ciudad Valles, San Luis Potosí. 22 de octubre de 2005. “Hay una cuarteta de un viejo maestro cuequero que dice: ‘Pa’ versear a lo divino / buen payador fue mi abuelo, / le cantó a los angelitos / cuando se iban para el cielo’. En Chile, ser cantor a lo divino y payador es o era considerada la misma cosa. No es que existiera exactamente un error de apreciación, sino que la paya estaba vinculada al canto a lo humano y a lo divino, los payadores provenían de ese ámbito, el contexto rural, campesino, porque ahí se quedó la paya, ahí reposó para su despertar en la segunda mitad del siglo XX. Y quien sirve de puente entre los viejos payadores rurales y los que se han profesionalizado sobre un escenario es Lázaro Salgado. La confusión o la mezcla de dos disciplinas diferentes en el canto de coplas y cuartetas, y decimado, se debe a las instancias en que se improvisa”, afirmó Fidel Améstica, poeta y guitarronero chileno, entrevistado después de su participación en el Cuarto Encuentro de Decimistas y Versadores de Latinoamérica y el Caribe, que se realiza en esta ciudad de la Huasteca potosina, del 20 al 23 de octubre.
“Si prescindimos de toda consideración folclorista, y nos atenemos a la voluntad de forma de la poesía popular, veremos dos bastiones que soportan el genio creador: el primero es un conjunto normativo y atávico de leyes que rigen las disciplinas del canto y del verso, cuya consecuencia más inmediata es dar cimiento a una memoria identitaria común. El segundo consiste en la capacidad de regeneración de esta memoria gracias a una espontaneidad intuitiva y sintética. Es decir, ‘unos cantan lo que saben, / y otros saben lo que cantan’. El que improvisa está obligado a saber lo que canta, aunque aquello que cante se da una sola vez, porque es una experiencia irrepetible. Las instancias en que tiene cabida el improviso en Chile están asociadas al canto en rueda, en general. Y el canto en rueda ya supone una disposición para la competencia, a una guerra poética masculina con métricas y estructuras determinadas, particularmente en tres de estas instancias: el canto a lo humano y a lo divino; el encuentro de payadores y la cueca”, añadió el poeta chileno, quien presentó en el Encuentro una ponencia titulada “Instancias de la improvisación en Chile”.
Respecto del canto a lo divino y a lo humano, Améstica señaló que esta doble vertiente de la décima y la glosa es una verdadera cantera de sabiduría. Sus cultores son de raigambre campesina y se acompañan de guitarra traspuesta y a veces por el guitarrón. “Lo humano se refiere a la historia profana del hombre, sus haceres y saberes; en cambio, lo divino es la historia sagrada, la crónica bíblica como oración y homilía; es Biblia, hagiografia y rezo”, aseguró.
“El canto a lo divino tiene cuatrocientos años de historia en Chile, y se desarrolla la última noche de una novena o en alguna vigilia concertada, principalmente organizada por una familia en su casa, aunque hace treinta años este culto se desarrolla en algunas iglesias. La rueda se arma en semicírculo en torno al altar, sea la cruz de mayo, la virgen, el pesebre, un santo, un angelito (niño fallecido antes de los cinco años) o, últimamente, en torno a un difunto”, acotó.
En cuanto al encuentro de payadores, el poeta de Santiago de Chile, explicó que éste conserva del anterior la rueda, en semicírculo sobre el escenario, y el público completa el círculo frente a cuatro o cinco payadores que están permanentemente sobre el escenario, cada cual con su instrumento, y cantando la melodía de su gusto, con guitarra o guitarrón. “La dinámica en el escenario es bastante variada: una décima de presentación o saludo cantada, luego unos relances (o relauches) recitados, coplas y cuartetas de tono profano. La interacción con el público es fundamental, pues éste otorgará los ‘pies forzados’, los octosílabos finales con los que cada payador acabará su décima interpretando de cierto modo algún sentir colectivo sin dejar de expresar lo propio. Otro juego es el banquillo, donde uno responde las preguntas que le hacen sus compañeros, todo en coplas y cuartetas; o banquillo inverso, donde uno da la pregunta en cuarteta y el resto da diferentes respuesta”, precisó Améstica.
El también músico habló de que el oficio de payador se ha estado profesionalizando desde hace aproximadamente dos décadas y que la mayoría de éstos son, como él, de Santiago, donde regularmente se realizan encuentros, como el del Centro Cultural del Bancoestado. “Pedro Yánez hace más de treinta años que dignifica el oficio de payador en los escenarios, lo cual le ha valido gran reconocimiento, pero hay otros como los hermanos Torres, Los Mentaos y Los Cuatro de la Rosa”, agregó Fidel, quien también mencionó a los nuevos valores de esta tradición chilena, como Hugo González, Manuel Sánchez, José Luis Suárez, Rodrigo Núñez, Dángelo Guerra, Américo Huerta, Alejandro Ramírez, Luis Ortúzar, el Chincolito, Alfonso y Santos Rubio, Jorge Céspedes, Leonel Sánchez, entre otros.
Respecto de la cuerda, la tercera instancia, Améstica dijo que “Si el canto a lo humano y a lo divino llama a la contemplación poética, y si los encuentros de payadores son un manantial de alegría y entretención desde la poesía improvisada, de la cueca hay que decir que es un desborde pasional. Es parangonable a las comparsas dionisíacas de todos los tiempos y a los carnavales que subvierten el orden. La cueca se canta, se baila, se versea, se escribe, se improvisa. Es un desborde de su propia medida”.
De sus características, señaló: “La cueca, poéticamente, se compone de una copla, dos seguidillas y un remate. La más tradicional es llamada ‘Chilena’, ‘Chilenera’, o ‘Brava’, porque se crió en los barrios bravos de Santiago y Valparaíso, en la calle, en la vega, en los conventillos, en los mataderos. Es más urbana que campesina y, si bien existe una tradición de cueca campesina –donde sí cantan las mujeres-, ésta la llevaron allá los afuerinos que la conocieron en la urbe. Su origen se remonta a las escuelas de canto árabe-andaluces, por lo que es cantada por hombres, con fuerza nasal, a puros balidos, a cuatro voces, y acompañada por el piano, el acordeón, la guitarra, el arpa, el pandero hexagonal, el cual lleva el pulso de los seis octavos sincopados. Pero también se canta ‘atarrado’, o sea a capela, percutiendo platillos de café o cucharas soperas, o se canta con cajón o a puro pandero o simplemente con las palmas”.
Améstica, apasionado y estudioso de su tradición, continuó su disertación: “La cueca desataba las pasiones del pueblo, de los marginados, del ‘roto niño’, del ‘choro’, y por eso fue perseguida, porque era y es libertaria. Cantar una cueca o bailarla es más fuerte que beberse un vaso de aguardiente al seco, por eso el roto la guardó en su corazón, y aunque sin ley escrita fue prohibida en celebraciones sociales populares y se refugió en los prostíbulos, lupanares, burdeles, casas de tambo, casas de niñas, casas de huifa, casas de gastar, casas de putas, todas son lo mismo, ahogada en vino y locura libertaria. La cueca es esencialmente crónica, una historia no oficial de la patria, diamante cósmico del alma humana porque en ella se refleja la lucha del universo por alcanzar la armonía y el equilibrio”.
Encarrerado, el chileno agregó: “Los temas de estos versos son aguerridos, pendencieros, callejeros, delicuenciales, de amores prostibularios; son crónicas de hombría que a veces tienen rasgos hilarantes; son un desafío a una vida sin Dios ni justicia. Grandes cultores son Hernán Núñez, Luis Araneda el ‘Baucha’, Perico Chilenero, el Chico Mesías, integrantes del mítico grupo ‘Los Chileneros’, pero también están Fernando González Marabolí, Mario Catalán, Tumbaíto y tantos más. Actualmente hay muchos jóvenes creando y cantando cuecas, como Rodrigo Miranda. Hoy existen nuevos grupos cuequeros, pero los herederos más duchos de esta tradición son los Trukeros y los Tricolores, que aprendieron con los viejos cantores de cueca, y que además siguen cultivando el canto en rueda alrededor del ‘boca ‘e caballo’ (el piano), y con ‘la cuncuna’ (acordeón), tañadores, cucharas, platillos, cajones, tapas de olla, dedales o con lo encuentren para cantar en lote fundidos en un solo espíritu”.
Finalmente, Fidel Améstica la vena del poeta afloró para concluir esta larga entrevista, a la sombra de un árbol en uno de los jardines del Hotel Valles: “La poesía de tradición oral es un baluarte de participación popular, aunque no masiva, porque el canto también es individual. El cantor, el verso, es pasión colectiva, sentires comunes de raíces profundas, y esto devela que la improvisación no se improvisa, es una disciplina rigurosa que requiere un compromiso total del que la cultiva. Ya lo dice parte de una décima de Violeta Parra: ‘Pa’ cantar de un improviso / se requiere buen talento, / memoria y entendimiento, / fuerza de gallo castizo.’ Y de la memoria surge la poesía con la simiente acumulada y nueva de un entendimiento talentoso. Escribo poesía desde los quince años y tengo mis lecturas preferidas, pero las asimilo mejor conociendo y practicando esta otra voz, porque la poesía es una sola en la pluralidad de sus rostros y voces, en consecuencia, soy un hombre rico porque la poesía me ha enriquecido, y la poesía sólo viene del ser humano”.
Comentarios a esta nota: Gregorio Martínez Moctezuma