La parábola de la estabilidad

La estabilidad macroeconómica es la bandera de defensa más mencionada por la administración del presidente Vicente Fox, y por lo que queda de un Gabinete que se diluye como arena en el mar, fiel reflejo de la ausencia permanente de un eje de cohesión, poder y mando.
 Los resultados obtenidos debido a  la inercia, el continuismo neoliberal, la sinergia con Estados Unidos y los ingresos extraordinarios por el contexto histórico de los precios del petróleo, todos sirven para aliviar la situación de las finanzas públicas que, hasta agosto pasado, registraron un superávit de 22.3 mil millones de pesos.
 La propia Secretaría de Hacienda difundió la semana pasada que el  balance primario, indicador definido como los ingresos totales menos el gasto distinto al costo financiero, logró un superávit de 40.6 mil millones de pesos.
 Los ingresos tributarios no petroleros, los petroleros y los de los organismos y empresas distintos de Pemex mostraron un nivel mayor en términos reales de 7.2%, 5.6% y 6.9% a tasa anual, respectivamente.
 La prudencia en las finanzas, los gastos austeros en el Presupuesto para diversos proyectos esenciales en contra de otros que gozan de privilegios como el mayor gasto corriente para la burocracia, le han funcionado al auto bautizado “gobierno del cambio”.
 En cuanto a los mercados financieros, por momentos parecen ignorar el contexto pre-electoral (la bolsa sigue subiendo, el viernes pasado rompió otro récord al cerrar por encima de las 16 mil unidades) aunque no debemos ignorar la burbuja de volatilidad que surgió en marzo pasado por el efecto desafuero, contra Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal.
 El presidente Fox le llama “blindaje” económico y financiero.  Presume, por ende, de estabilidad y crecimiento, de logros cuantitativos y cualitativos, que en la parte interna el grueso del bolsillo de la población no alcanza a percibir en su cotidianeidad y externamente no logran colocar a México en una mejor posición  en los indicadores de desarrollo humano (cualitativos), ni en los relacionados con la competitividad mundial (cuantitativos).
 Entonces, ¿qué clase de estabilidad económica tenemos? Si la observamos a fondo, más allá de esa tabla de surf que flota en el mar, que evita que nos ahoguemos, detrás de esa supervivencia macroeconómica encontramos una falta de empleo, capacidad de ahorro y presión en los niveles de vida. El deterioro emerge hasta los indicadores que elaboran los organismos internacionales.
 A principios de septiembre, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó el “Informe sobre desarrollo humano 2005” en el que México conservó el lugar 53 que tenía el año pasado, es cierto que es mejor que el de 2003 cuando nos ubicamos en la posición 55, mientras que en 2002 lo hicimos en el sitio 54. Pero si nos comparamos con el IDH de 2001, del lugar 51, tenemos que en los años que han transcurrido de la administración del presidente  Fox, además de que no mejoramos, retrocedimos en desarrollo humano.
 Para concluir el mes, el Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés) reveló el estudio que elabora desde hace veintiséis: el Global Competitiviness Report, esta vez, edición  2005-2006.
¿Más sorpresas? Según el documento, México siguió con su dramático descenso en competitividad al pasar del lugar  48 en 2004 al 55 este año, dentro de una lista mundial donde los tigres asiáticos, diversos países latinoamericanos y africanos nos están comiendo el mandado.
Extraño contexto: tenemos un país que es una de las economías más abiertas del orbe mediante tratados comerciales firmados con más de 33 países; compartimos una vecindad con Estados Unidos, una de las economías más importantes del mundo; gozamos de una amplia biodiversidad climática, orográfica, geográfica, en flora, fauna, recursos naturales y energéticos; y además hay una capacidad productiva en la planta laboral. No obstante seguimos en picada en términos de competitividad: en  2003  México se ubicó en el lugar 47 en una tabla de cien países, un año más tarde en el Global Competitiveness Report 2004-2005 pasamos al sitio 48; y ahora a la posición 55.
Lo más acuciante es que internamente hemos dejado de hacer muchas cosas, hemos desperdiciado tiempo y esfuerzo  que otros países han sabido capitalizar para rebasar a México, aparecer en las carpetas de preferencia de los inversionistas, las corredurías y los grandes capitalistas.
La caída en las cifras, las expectativas cuantitativas y cualitativas, son el resultado del costo de un Congreso que no dialoga, que no se entiende entre sí, que permanece sectario en nombre de una democracia mal entendida. Pagamos el costo de un Ejecutivo que no aglutina a su propio Gabinete, que no dirige, que nunca cumplió con un Plan Nacional de Desarrollo atado a un  Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo (Pronafide) elaborado con base a los escenarios de las reformas estructurales.
El tránsito en la inercia,  en una directriz económica basada en hipótesis, en la inexperiencia de ejercer un Presupuesto y la insuficiencia de carácter y visión nos tienen en la más dolorosa de las estabilidades, “una macroeconomía  en coma”.
A COLACIÓN
En la globalización, la competitividad ha cambiado en la teoría y en la praxis, superando toda acción favorable que un país pueda tener en ventajas comparativas o competitivas.
La globalización ha dejado atrás el paradigma de las ventajas comparativas formulado por Adam Smith y el propio de David Ricardo y las añadiduras sobre la importancia de la especialización.
Hoy la competitividad sigue una mezcla de factores con acento imprescindible: innovación; avance tecnológico; logros científicos; acelerado rendimiento comercial; reducción de la burocracia; desregulación del Estado; facilidades y clima para los negocios; reducción de la corrupción mediante una transparencia gubernamental; sector público eficiente; escenario de estabilidad política, económica y financiera; productividad laboral; leyes laborales actualizadas; política fiscal de impulso a la competitividad; buena infraestructura y canales de distribución; seguridad; etc.
Para el éxito en la competitividad no hay una receta mágica, ni una fórmula única, es cuestión de combinar, y sobre todo de ganar tiempo, de no caer en la parálisis, en la inacción, porque la globalización no lo perdona, maximiza los errores y el rezago se paga con creces.
Agradezco sus comentarios a:claulunpalencia@yahoo.com

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