Publican la antología “Nueva memoria del tigre”, de Eduardo Lizalde

Carátula del nuevo libro de poesías

Por Darío González M.
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 28 de septiembre de 2005. El Fondo de Cultura Económica (FCE), en su colección Letras Mexicanas, recientemente puso en circulación la segunda edición de la “Memoria del tigre”, de Eduardo Lizalde, vate ganador del Premio de Poesía “Jaime Sabines-Gatien Lapointe 2005”, con el título de “Nueva memoria del tigre. Poesía (1949-2000)”, la cual se distingue de la edición primera por la inclusión de poemarios como “Rosas” (1994), “Otros tigres” (1995), “Tercera Tenochtitlan” (1999, segunda parte), “Les Roses”, de R.M. Rilke (1996, versión castellana), así como nueve poemas de la última época reunidos bajo el título de “Textos no coleccionados”. Los otros nueve libros que comprende la compilación ya habían aparecido en la “Memoria del tigre”, y ahora se añaden corregidos a esta segunda edición.

La antología comienza con “Autobiografía de un fracaso”, donde Lizalde critica y relata, desde su óptica, los errores e historia de la corriente poeticista, a la que perteneció; aparece también una selección de poemas poeticistas escritos a lo largo de una década (1950-1960), entre los que destaca: “Martirio de Narciso”, que apareció en “Fuensanta, Pliego de Poesía y Letras”, en 1950; junto con éste, la selección comprende algunas obras de poemarios como “14 poemas microscópicos” (1950), “La mala hora” (1956), “Odesa y Cananea” (1958), “La sangre en general” (1959) y “La cámara” (1956-1960).

Destellos de luces, presencia de sonidos e ideas recurrentes, como el origen del acto poético, se amalgaman y adhieren a la obra poética de nuestro autor, donde también abundan las  imágenes: “El revés del cristal nos asegura/ su espalda contener: allí camina/ la sangre que en Narciso se origina/ cada vez que un espejo se fractura”, dice en “Martirio de Narciso”; y “El grito que desnuca las campanas agitando las torres/ como en un haz de cuellos de jirafas incendiadas/ en sus manchados sótanos distantes”, en “Cada cosa es Babel” (1966), título sugerente para un poemario y, al mismo tiempo, leitmotiv de su obra: “Las cosas se distinguen de las cosas aullando/ piden su nombre a gritos/ reclaman su poeta.”

El amor es un tema que no falta en la obra lizaldesca. En “El tigre en la casa” (1970), se presenta sin cursilerías ni tonos rosas, aparece contundente, descarnado, doloroso y, no obstante, recompensa con un poco de felicidad: “recuerdo/ que el amor era una fiera lentísima:/ mordía con sus colmillos de azúcar/ y endulzaba el muñón al desprender el brazo.”

Este sentimiento trasciende al símbolo favorito y recurrente del poeta: el tigre (sobrenombre con que también se conoce a Lizalde): “Rey de las fieras/ jauría de flores carnívoras, ramo de tigres” y está fundido al sexo, como indica en otro de los libros compendiados en la antología: “La zorra enferma (Malignidades, epigramas, incluso poemas)” (1974): “El sexo es siempre amor, nunca el amor es sexo […] Todo amor sin sexo es corruptible.”

Sexo y erotismo son, en poesía, temas que siempre van de la mano, por ello, no es de extrañar que en “Zona central”, poema incluido en “Tabernarios y eróticos” (1989), el Tigre escriba versos como: “Las nalgas de una hembra bien construida/ son la obra capital de la naturaleza./ Insondable misterio./ ¿Por qué son bellas de ese modo inquietante,/ que ciega inteligencias,/ abruma pueblos, excita los pinceles,/ cambia el curso del tiempo/ esas dos nalgas?”

La poesía del Tigre, también está impregnada de sabiduría y de su preocupación por los problemas filosóficos: Dios, el tiempo, la vida, la muerte. En “Tabernarios y eróticos”, por ejemplo, aparece “Improvisaciones y sonetos cantineros”, poema dedicado a la memoria de Renato Leduc, donde el poeta juega y aborda el problema del tiempo: “El tiempo en mi exterior nunca es el tiempo./ El tiempo muere cuando muere el tiempo/ de mi persona temporal. El tiempo/ me pertenece, yo no soy del tiempo”. A través de éste fluye la vida, pero también la muerte, otro tema que nunca pasa de moda.

Para el poeta, es mejor digerir la muerte poco a poco, comiéndola a rebanadas delgadas, en días, minutos; es decir, ir acostumbrándonos a la idea de que un día todo dejará de ser. Así, en “Parágrafo de M.H.”, el poeta dice que “[…] la muerte es el tema, el pulso, el metro/ y el continuum, la melodía perpetua/ de todo lo que canta y lo que vive.”

Eduardo Lizalde es también un buen vínculo entre poetas, no sólo por las influencias literarias que se perciben al leer sus versos, sino además por los frecuentes epígrafes de sus poetas favoritos (Paz, Bonifaz Nuño, Pellicer, Gorostiza, Alí Chumacero, Horacio, Pessoa, Rilke, por mencionar algunos) e incluso por los poemas dedicados a autores italianos de la talla de Dante, Boccaccio y Leopardi; al inglés Blake y, claro, al portugués Fernando Pessoa (incluido su heterónimo Ricardo Reis), entre otros autores de la poesía universal.

“Caza mayor” (1979), “Al margen de un tratado” (1981-1983), “Otros” (1982-1984) y “Bitácora del sedentario” (1993), son los poemarios que completan esta antología imprescindible para el conocimiento, estudio y disfrute de este importante poeta mexicano.

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