“La caída”, un retrato de los últimos días de Hitler

Una escena de la cinta

Por Carlos Coronel
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 30 de agosto de 2005. Hechos históricos y un testimonio de primera mano sirvieron a Bernd Eichinger para concebir el guión de La caída (Alemania, 2005), una megaproducción que recrea con minuciosidad asombrosa los últimos doce días de Adolfo Hitler en el poder.

La reconstrucción de esas horas en el búnker secreto del Führer a través de Trauld Jungle, su secretaria particular, hace añicos cualquier intento de maniqueísmo actual: ella sólo tiene 22 años y una admiración desmedida por quien será su jefe durante los próximos 36 meses. Desde este ángulo, La caída evade una trampa común del cine bélico: pintar a los nazis como carniceros desalmados y a los aliados como héroes románticos. La joven taquígrafa –como buena parte de la Alemania de aquella época– desconoce la magnitud de las atrocidades cometidas por el nacionalsocialismo. La cinta asume esta culpa y muchas otras contradicciones con honradez intelectual.

El realizador Oliver Hirschbiegel dirige un Führer ajeno a las multitudes y los discursos grandilocuentes, esas imágenes con las que el dictador mismo gustaba representarse y con las cuales todavía sus enemigos lo recuerdan. En vez de parodiarlo, el actor Bruno Ganz lo interpreta como lo que fue: un animal político que redujo el Estado a su voluntad, con ayuda de Occidente y de un cuerpo de militares corrupto. (Parece que Ganz se inspiró para imitar la voz en una grabación hecha en secreto al Führer durante una fiesta, donde conversa unos breves minutos.)

Acorralado por sus antiguos aliados, engañado por sus principales generales y afectado por el mal de Parkinson, el dictador alemán rechaza la capitulación. “Llegó la hora de negociar”, le ruegan elementos de su Estado Mayor. Su ministro del Interior, Heinrich Himmler, le aconseja abandonar la capital, antes de que sea demasiado tarde. “¿Adónde? –pregunta el dirigente nazi–. Escapar sería salir de una trampa para caer en otra”.

Con la artillería rusa alcanzando su refugio en el subsuelo de la Cancillería, Hitler juega con los tiempos y las circunstancias, confiando en que su fuerza aérea rompa el cerco para demostrar a los ingleses y norteamericanos que él es el único capaz de frenar el comunismo. Un totalitarismo como respuesta para inmovilizar a otro.

El filme consigue sobreponerse a la imagen del dictador como encarnación del mal demoníaco, absurdo e inexplicable, para iluminar sus motivaciones políticas e ideológicas. “El tío Hitler” es capaz de conmoverse ante un recital que le ofrecen sus “sobrinos” –los hijos de Joseph Goebbels- y, al mismo tiempo, ordenar el sacrificio de la población civil para “apurar el desenlace o la ruina” de Berlín, con el argumento de que “los traidores no merecen compasión…, la compasión es un pecado”. Su excusa: “Ellos me eligieron, ellos son los culpables”.

Su amante, Eva Braun, lo pinta como un ser absorto y pensativo: “Tengo 15 años tratándolo y conozco muy poco de él; cuando estamos solos de lo único que habla son de perros y comida vegetariana”. Una escena que lo describe a la perfección ocurre cuando el dirigente nazi reconoce el final de todo y de inmediato dicta a la joven Trauld su testamento político, en un momento no exento de humor negro. Las ideas preceden a las acciones y los pensamientos a los actos, y el Führer quiere dejar los suyos bien claros antes de ingerir cianuro, junto a su mujer, Eva, y su pastor alemán, Blondi. De hecho, si “La caída” tuviera un subtítulo, se leería sin duda: “El testamento político de Hitler y la Alemania nazi”.

En ese legado postrero, el Führer no abriga vanas ilusiones. Aunque se jacta de “haber librado a Alemania de la plaga judía”, profetiza de sí mismo: “Mañana me maldecirán millones”. En un ajuste de cuentas, culpa a sus militares de la derrota: a su mariscal de campo, Hermann Göring, lo acusa de “morfinómano”; a Himmler, “el más fiel entre los fieles”, de alta traición por negociar a sus espaldas la rendición, y a su cuñado, Hermann Fegelin, lo envía al paredón a pesar de los ruegos de Eva Braun.

Su joven secretaria lo registra todo, pero es incapaz de entender completamente los sucesos. Cuando su otrora temido jefe exime del servicio militar al pequeño grupo de fieles que lo cuida, Trauld se niega a irse; horas después, con una amiga, confiesa su miedo y admite no saber por qué eligió quedarse al lado del Führer, en vez de salvar el pellejo. Algo se le escapa.

Tal vez por eso, al final, aparece en primer cuadro una vieja arrugada, de carnes rojas y moteada: ¡Es la mismísima secretaria del Führer! La real y única Trauld Jungle recordando a los jóvenes de ahora que, “ser adolescente no lo exime a uno de no enterarse de lo que sucede afuera; si no sabía del terror nazi era porque no quería enterarme”.

Los actores

Bruno Ganz (Hitler)
“Estaba bastante aturdido por lo mucho que me había asemejado a Hitler. Y después me poseyó la total ambición que todo actor conoce: quería interpretar el papel”.

Alexandra María Lara (Traudl Junge)
“Me pareció fascinante lidiar con esta mujer y con mi papel, y conceder una mirada nueva a este terrible capítulo de la historia alemana”.

Ulrich Matthes (Joseph Goebbels)
“Él no se consideraba un maldito y ésa fue la gran dificultad para mí, dejar a un lado mi juicio moral como ser humano consciente de lo ocurrido e interpretar el papel como actor”.

Christian Berkel (Dr. Schenck)
“Soy parte de la generación cuya familia se vio directamente afectada por la guerra. Mi padre fue médico militar y fue tomado prisionero por los rusos, como sucede a Schenck”.

“La caída” se estrenó desde el viernes 26 de agosto, con 80 copias, en varias salas de esta ciudad. No se la pierda: es una mirada a esa parte de la historia que, a veces, nos negamos a ver.

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