No brillaron todas las estrellas

Thalía interpretó cuatro canciones
con ‘playback’, en fuerte contraste
con el set completamente
acústico de Juanes.

26 de julio de 2005

A estas alturas del partido, resulta absolutamente inútil reclamarle a la radioemisora KSSE (107.1 FM) su falta de compromiso con el verdadero rock en español o, en todo caso, con los exponentes del pop que se salen de la norma en provecho del arte. Es que no vale la pena seguirle dando vueltas al asunto, cuando se sabe de sobra que la Súper Estrella está únicamente dedicada a la música más comercial. El último Reventón Super Estrella —el sábado en el Arrowhead Pond de Anaheim— fue un concierto absolutamente representativo de dicha tendencia musical, ya que congregó en un escenario de lujo a muchas de las más destacadas figuras del momento, aunque sea por méritos que provienen estrictamente de las ventas de discos.

El único gran reparo que se le podría hacer a un show que contó con buen sonido y la euforia casi permanente de un público totalmente entregado, es el orden de las presentaciones, empezando por la tempranísima aparición de Thalía, quien apareció en el estrado a las cinco de la tarde, cuando las tribunas aún no se llenaban.

Después de ver su set, la explicación llegó por sí sola. La ex Timbiriche ofreció un espectáculo de sólo cuatro canciones (incluyendo su nuevo sencillo Amar sin ser amada) que, para colmo de males, fueron interpretadas con playback, una herramienta que la mayor parte de los cantantes evitaron en esta ocasión. Con esta actitud, puso en serias dudas la permanencia de su reinado como figura emblemática del pop.

Aún dentro del universo comercial, hay artistas que sí se toman en serio su trabajo y que le están sacando varios cuerpos de ventaja a Thalía. Tal fue el caso, por ejemplo, de La Quinta Estación, un grupo español afincado en México que, si bien en sus discos suena excesivamente ligero e intrascendente, adquirió en vivo una potencia inusitada, plasmada en una performance totalmente acertada para las grandes arenas. Aunque sus canciones siguieron siendo tan convencionales como de costumbre, los europeos dieron cuenta de un alto nivel musical que incluía a su vocalista Natalia Jiménez, dueña de una voz excelente, quien se mostró experta en las lides del R&B y no necesitó de pista alguna para reforzarse.

Juanes también lo hizo muy bien, animándose incluso a ofrecer algo diferente al presentar un set completamente acústico que le restó poderío a su presentación —sobre todo en lo que respecta a sus ya tradicionales solos de guitarra eléctrica—, pero que al menos le sirvió para ofrecer un sonido distinto al que se le ha escuchado ya en sus innumerables conciertos californianos. Por otro lado, la diferencia de instrumentación no hizo que el colombiano se embarcara en una reinvención de sus canciones o que rescatara alguna composición oscura. Ateniéndose totalmente a las expectativas de la audiencia, el repertorio consistió en éxitos como A Dios le pido, Mala gente y La camisa negra, interpretados sin mayores variedades que lo que se aprecia en sus discos.

Tras el pop comercial pero bien hecho de La Quinta Estación y de Juanes (y del gran desempeño vocal tanto del sudamericano como de la española), el set de Ivy Queen marcó diferencias, y no necesariamente en el lado positivo. A lo largo de sus shows, la enérgica boricua pretende siempre mostrarse como una defensora acérrima de la mujer, pero su propio discurso la contradice, como sucedió cuando, luego de lanzar a los cuatro vientos su orgullo como latina y representante del “sexo débil”, aseguró sentir mucho respeto por “esos hombres que saben valorizar [sic] a su esposa y comprarle zapatos”. Fuera de esto, Ivy Queen no se sale jamás del molde rítmico repetitivo del reggaetón. Además, aunque su acento al hablar y cantar es llamativo y su participación en el estrado resulta muy activa, lo destemplado de su voz no hace que sea precisamente placentero escucharla.

Alejandro Fernández salió a la tarima con jeans, alejado de su atuendo de charro habitual, para darle de ese modo sentido a una presentación que, a pesar de la participación de un mariachi, se orientó mucho más hacia su faceta de baladista. En su primera actuación dentro de un Reventón, el hijo del gran “Chente” tuvo inicialmente problemas para que su voz se escuchara con claridad, sobre todo durante la interpretación de Te lo dije cantando. Poco a poco fue ganando en energía y convicción, hasta llegar al apoteósico final de Como quien pierde una estrella, donde pudo desarrollar plenamente sus talentos en el canto tradicional.

La Sinfonía ocupó luego el tabladillo, sorprendiendo a quienes esperaban con buenas razones que los horarios estelares fueran de las grandes estrellas. El trío local de música regional urbana no es precisamente el mejor representante de su género, pero sus integrantes le pusieron ganas y empeño a las circunstancias, superando un problema inicial con uno de los micrófonos y logrando dominar un escenario que a muchos artistas de su nivel les hubiera quedado inmensamente grande.

El que Reyli haya ocupado el momento más importante de la velada se hizo cuestionable por motivos artísticos, pero los asistentes lo recibieron como si se tratara de un héroe. Y si el ex vocalista de Elefante puede sentirse plenamente satisfecho con la impresionante recepción que la audiencia le dio a temas como Descarada, Desde que llegaste y Así es la vida (un corte de su ex agrupación), hay que decir que lo suyo no resulta ni siquiera medianamente original y que su estilo, aunque bien interpretado (sobre todo en lo que corresponde a la afanosa instrumentación, porque como cantante resulta más bien débil), carece de carisma y se refugia en todos y cada uno de los clichés del pop hispano.

El siguiente acto no dejó de ser desastroso por ser breve. El sexteto mexicano Kabah decidió incluir al Reventón en una gira de despedida que parece más que necesaria y, para hacerlo, no tuvo mejor idea que combinar el playback con las voces en directo, lo que dio como resultado el peor sonido de todo la velada. Ni siquiera las coreografías, bastante malas, fueron suficientes para rescatar el pobre desempeño de un grupo pre-fabricado que no mereció haber tenido la oportunidad de decir adiós en un evento que busca aparentemente elevar su categoría.

Afortunadamente, la despedida le correspondió a la tijuanense Julieta Venegas, una elección acertada debido a que su estilo actual, totalmente desprovisto del rock oscuro de sus inicios, resulta particularmente inspirado en sus aires melódicos. En medio de composiciones como Donde quiero estar y Andar conmigo —aderezadas en algunos casos con su propia interpretación del acordeón—, la mexicana se dio tiempo para interpretar La jaula dorada, su brillante versión del tema de Los Tigres del Norte, aunque se acercaba la medianoche y el público abandonaba ya en tropel las instalaciones del Pond.

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