“Alvaraderías”, de Roberto González, un canto de amor y un homenaje a Alvarado

Un disco con aires de
son jarocho, de bolero, de
guaracha, de jazz y de blues

Por Gregorio Martínez Moctezuma 
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 8 de mayo de 2005. Un canto de amor y un homenaje a la tierra nativa es lo que se puede decir en primer lugar de “Alvaraderías”, el último disco del compositor e intérprete Roberto González, aparecido en octubre del año pasado bajo el sello de Ediciones Pentagrama, el cual se presentó el mismo mes en el Museo Nacional de Culturas Populares en Coyoacán, en Radio Educación, en la Plaza Central de Alvarado, en Coatzacoalcos —dentro del Festival de Sotavento 2004— y de ahí pa’l real en otros lugares que lo han acogido con entusiasmo y alegría.

El comentario inicial no es una afirmación superflua o simplemente nacida del nombre del disco; no, es una aseveración que resulta natural y evidente después de escuchar los temas que integran este volumen, en donde la música y la letra logran una armoniosa comunión, una suntuosa e inspirada unión que hace de “Alvaraderías” un disco altamente estético, de una calidad y una belleza que, aunadas a la experiencia y el talento del músico, indudablemente son producto del amor. Sí, del amor a la tierra, a la cultura madre, a la música, a la identidad.

Roberto González deja constancia en este disco de que es un gran músico, un excelente compositor y un cantante digno de la tierra que lo vio nacer: Alvarado, Veracruz. Y esto es así porque es lo que nos regala en “Alvaraderías”: una música nueva con sabor a viejo, a tradición y a sotavento; unas letras que parecen estar destinadas a convertirse en temas clásicos, que dentro de algunos años resonarán en toda la región sotaventina —y más allá de ésta—; a una voz cálida, llena de colores y matices, precisamente como lo pide la letra y la música de cada tema.

Porque, a pesar de que podemos decir que es un disco completamente permeado por la música sotaventina-jarocha, sus registros musicales y letrísticos nos llevan por los aires del son jarocho, del bolero, de la guaracha, del jazz-blues… Esto tampoco quiere decir que es un disco experimental; muy al contrario, es un disco decantado, prístino, maduro, auténticamente enclavado en nuestra mejor música tradicional, de la que se nutre y a la que da nuevos alientos.

Prueba de lo antedicho son los temas que integran “Alvaraderías”: “Sotavento (Siquisirí)”, “La Marigalante”, “Monografía”, “Cruz de mayo”, “Feria de la pesca”, “Cante”, “La alvaradeña”, “Sin dinero”, “Alvarado (Fandanguito)”, “Atlizintla (Petenera)” y “Devenir misterioso”, donde la mayoría es obra de González, y en los que se basa en la música de temas tradicionales les aporta el sabor y la originalidad de sus letras.

“Hermoso siquisirí/ cuando trina en Alvarado,/ cómo trinea en Alvarado/ ay que sí, siquisirí./ Hoy ofrendo para ti/ parlamento emancipado,/ esta flor que te escogí/ de mi jardín la he podado./ […] Soy nativo de Alvarado,/ natural de Sotavento,/ oriundo de Sotavento,/ soy del puerto de Alvarado./ Por eso llevo heredado/ este lenguaje de viento,/ el siquisirí rimado/ y un descarado argumento”, parte de la letra del primer tema, “Sotavento”, aparte de ser una especie de declaración de principios de “Alvaraderías”, es sólo un botón de muestra del talento de Roberto González, que desde el primer momento marca el tono que identificará su disco: once canciones —todas buenas, ni una mala— que están preñadas de poesía, musicalidad y auténtica alvaradería. A disfrutarlo, a gozarlo, es lo único que pide —y da— “Alvaraderías”, un futuro clásico de la música jarocha; es decir, mexicana.

Roberto González

Nació en Alvarado, Veracruz. Ha formado parte de importantes agrupaciones, tales como La peña móvil (1974-1975), Un viejo amor (1978-1980), y Real de Catorce (1985-1986). Durante estos años encontró en la canción latinoamericana, la trova y el rock-blues sus maneras de expresión; a partir de 1982 realiza su trabajo como solista. Algunos críticos aseguran que Roberto González es “uno de los rockeros más vitales de nuestro país”, y que sus canciones “invariablemente están empapadas de amor, sexo y erotismo”, además de ser “un llamado a la rebelión y a la libertad”. En 1981 grabó su tema “El huerto”, en el disco “Sesiones con Emilia”, y desde entonces pasó a engrosar las filas de los clásicos del nuevo rock mexicano, debido a la atención que despertó tanto en zonas rurales como urbanas. En “Alvaraderías” se ocupa de la historia y la cultura de la heroica y generosa ciudad y puerto de Alvarado, Veracruz. La intención es incursionar en las costumbres y tradiciones de este puerto que, por su estratégica ubicación geográfica, aparece en la historia como un importante bastión y origen tanto de la cultura jarocha como, por extensión, de las culturas nacionales en México.

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