Presentan “Efecto Tequila”, la última novela del escritor sinaloense Élmer Mendoza

El autor mostrando su obra

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 3 de marzo de 2005. Ayer por la tarde se llevó a cabo la presentación de “Efecto Tequila”, la última novela del escritor sinaloense Élmer Mendoza, en el Salón de la Academia de Ingeniería, como parte de las actividades de la XXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, con la participación de Sergio González Rodríguez, Xavier Velasco y el autor, ante aproximadamente 50 personas reunidas en el recinto universitario.

Alto, más robusto que delgado, pelo negro, anteojos, mochila de cuero y chamarra de piel color café, camisa azul claro, jeans y cinturón negro, Élmer Mendoza, con las manos en las bolsas del pantalón, observaba desde uno de los pasillos del Palacio de Minería a los pocos visitantes que recorrían la Feria. Quizás pensaba en cuántos habrían leído “Un asesino solitario” o “El amante de Janis Joplin”, sus dos primeras novelas, que lo habían dado a conocer en todo México y más allá de sus fronteras.

Quién sabe en qué pensaba, pero lucía serio, ensimismado. A un lado, su hijo Ian Carlo charlaba animadamente con una amiga. Élmer sonrió cuando vio a Xavier Velasco aparecer por el pasillo. Se fundió en un abrazo con el autor de “Diablo guardián” y charlaron animadamente unos minutos; Sergio González Rodríguez, el autor de “Huesos en el desierto”, pronto se unió a ellos. Momentos después ingresaron en el Salón de la Academia de Ingeniería, ocuparon sus lugares y dieron inicio a la presentación. Eran las 18:15 horas.

Sergio tomó el micrófono e hizo uso de la palabra. Dijo que nos habíamos reunido para presentar la última novela de Élmer Mendoza, “Efecto Tequila”, y que se iba a permitir leer un texto que había preparado especialmente para la ocasión. En éste, González Rodríguez señaló que la narrativa de Élmer ha venido a inyectarle un nuevo vigor a la literatura mexicana y que el escritor sinaloense es una de las mayores figuras de la literatura norteña.

Añadió que en “Efecto Tequila” los pensamientos del protagonista se vuelven acción pura y que su literatura es como una ráfaga, que se ha impuesto como uno de sus objetivos recuperar el país. “En Élmer Mendoza se reconoce a un escritor distinto y generoso, parte del nuevo canon de la literatura mexicana y latinoamericana, ‘transrulfiana’, en el que se advierte la brillantez renovadora de la literatura mexicana. Un libro para releer”, afirmó.

Mientras González Rodríguez lee, Élmer escucha atentamente y Xavier Velasco toma agua directamente de la botella, de tanto en tanto revisa su Palm… Cuando concluye su lectura, Sergio pasa el micrófono a Xavier. “¿Cómo conocí a Élmer Mendoza?”, comienza Velasco. “A través de ‘Un asesino solitario’, que me suscitó una duda muy curiosa, que en el fondo era un elogio. Me preguntaba: ‘¿Este tipo sabe escribir de otro modo?’, pues poseía una arquitectura verbal formidable.

“Luego leí ‘El amante de Janis Joplin’. Entonces me di cuenta de que Élmer Mendoza sabía escribir de muchas maneras y que podía escribir de lo que se le pegara la gana. Así, por ejemplo, de las cuatro o cinco versiones que conozco sobre la muerte de Colosio me quedo con la de Élmer, con la que piensa en el asesino, en sus motivos, en su admirable desolación…

“A Élmer lo conocí en un avión, en un viaje a Río de Janeiro y a Sao Paulo. Esa ocasión, entre cuatro o cinco escritores alquilamos una suite, pero Élmer estaba abstraído por el parto próximo, se encerraba con música de Jimmy Hendrix o con Led Zeppelin, o con ambos. No sabía que Élmer estaba solucionando una intriga internacional; mientras yo me comportaba como un turista, él seguía a Elvis Alezcano. Creído de su mentira, no había ninguna cosa de la realidad que lo jalara”.

Xavier Velasco se apoya en su Palm para citar frases de la novela de Élmer: “Las encrucijadas tienen tan pocos nombres que uno termina llamándolas pinches encrucijadas”, o “La decencia es una vocación muy dolorosa”, recita, divertido, para luego hacer una verdadera apología de Elvis Alezcano, el espía azteca que va de México a España, a Brasil y a Argentina para resolver, con mucha suerte, un caso de espionaje con un trasfondo político y corrupto de altos vuelos y altas esferas.

Por último, toca el turno al también autor del libro de cuentos “Buenos muchachos”, quien se ha quitado la chamarra y está en mangas de camisa: “Ambos son muy buenos amigos míos, como lo han de haber notado por sus palabras. Con Sergio González Rodríguez he pasado muchas horas hablando de varios temas desde hace tiempo, de las muertas de Ciudad Juárez, de los grandes y muchos problemas de este país…

“Esta novela la estuve trabajando durante dos años en mi computadora fija, y un día se me borró todo el archivo, no sé qué tecla moví, el caso es que no se pudo recuperar el archivo del todo. Me ayudó que tenía por ahí un respaldo con un cierto porcentaje; yo me pongo a escribir y, cuando me acuerdo, guardo, de repente. Escribo como pintan los pintores de brocha gorda: doy una mano y luego otra, hasta que el texto se va acomodando, así es mi dinámica de trabajo.

“Cuando me pasó esto no me quería suicidar ni nada de eso, le conté a mi mujer y poco después compré una laptop. Pensé: ‘voy a escribir en todas partes’, y así la fui reescribiendo en terminales de camiones, aeropuertos, cafeterías, restoranes… A veces no me pude conectar —sólo en el Aeropuerto Internacional de la ciudad de México no pude conectarme—. No podía dejar de trabajar en ‘Efecto Tequila’.

“En la Feria del Libro de Sao Paulo acabé una versión, la dejé descansar y ahí también canté en una fiesta el corrido de ‘La Reina del Sur’, mejor que el que cantan Los Tigres del Norte. En esa ocasión, Xavier y yo nos hicimos muchas revelaciones, de cómo son los escritores, nos la pasamos muy bien, ¿no?”, dice volteando a ver a Velasco, que asiente con una sonrisa cómplice.

“Debo decir que soy un hombre que tiene una cierta soberbia, pero no afecta a la gente cercana y lejana. Todas las mañanas me digo: ‘Yo soy un chingón, pero tengo que demostrarlo’. Tengo que hacerlo: ¿soy un chingón o no lo soy? Todos los días empiezo a escribir a las cinco de la mañana, pero antes escojo un fragmento de los escritores que nadie lee porque nadie les entiende. Leo un párrafo, leo por temporadas a autores complicados, como por ejemplo Octavio Paz o Leopoldo María Panero. Son como mensajes que no comprendo jamás, pero esto me estimula. Ya que tengo la computadora prendida no soy más que un pobre infeliz tratando de escribir.

“Escribir es una profesión muy sufrida, como para hacer amigos; por eso escribo. O al menos eso intento en los ejercicios de estilo que hago en mi discurso, consigo formar un pequeño espacio. Los que pasan de la página cuarenta conviven conmigo, convivimos. Es decir, las mías no son novelas totales; creo que han pasado ya. Ahora debemos confiar en un lector que vaya creando su propia obra conforme lee, un lector que va utilizando ese recurso con su capital cultural, que se atreve a vivir esa experiencia.

“En ‘Efecto Tequila’” vamos viviendo esa experiencia juntos. Quiero dejar algo a la literatura mexicana, a la del mundo, que los extranjeros se digan: ‘los mexicanos están haciendo esto o lo otro’. ¿Mis pecados?: que uso el lenguaje popular. Esto me parece un punto de vista restringido; todos usamos el lenguaje popular, ¿cuál es el problema, pues? Los personajes pueden moverse solos, ahí mismo se va haciendo la acción. A mí me interesa mucho este punto, qué piensan los personajes, divagan, especulan, reconocen sus especulaciones, hablan fuerte cuando les va bien o mal.

“Los seres humanos somos así. Me interesa reunir elementos que todos usamos o sentimos, recursos para que el lector se identifique. Yo escribo para hacer amigos, un poco al modo de Gabriel García Márquez. Es vivir un proceso, pues voy a escribir hasta que me muera. Por eso busco definir mi territorio narrativo, afinar mis recursos… Cuando escribo la próxima obra, intento aplicar lo que hablo. Esos son los estimulantes que uso, no uso coca, a lo mejor más adelante…”, concluye sonriente Élmer Mendoza.

Élmer firma algunos ejemplares, conversa brevemente con una mujer que se declara lectora entusiasta de sus novelas, que dejó encargados a sus hijos con tal de venir a escuchar al sinaloense, pues sabe que no es fácil toparse con él en esta ciudad. Élmer le firma su ejemplar de “Un asesino solitario”: “Ya lo leyó toda la familia y a todos nos encanta”, asegura ella. Élmer debe retirarse. Al siguiente día, su avión sale temprano rumbo a Culiacán, la ciudad que, según se lee en uno de los cuentos de Mendoza, debería tener como escudo unas piernas de mujer.

Antes de que se retire del Palacio de Minería, alcanzo a preguntarle qué significan las palabras “Latebra Joyce”, que junto a “Julio de 2004”, rubrican el final de la novela, del mismo modo en que Agustín Yáñez firmaba sus novelas. “Es el lugar donde yo escribo, porque está un poco tenebroso a las cinco de la mañana, que es la hora en que comienzo a escribir, y en homenaje a James Joyce”, responde Élmer.

Élmer Mendoza se retira del palacio en compañía de su hijo y de gente de Tusquets Editores, sello editorial que publica sus novelas. Sus amigos escritores ya se han marchado. Su rostro vuelve a ponerse serio. ¿En qué pensará? Quién sabe. Tal vez en su siguiente novela. O en Mazatlán, ciudad donde el domingo 6 se presentará “Efecto Tequila”. Quizás ya anticipa el encuentro con Juan José Rodríguez y sus amigos porteños en el Café Altazor. Pues sí ni modo que qué. Son las 19:15 horas.

Élmer Mendoza

Nació en Culiacán, Sinaloa, en 1949. Estudió Ingeniería en electrónica en el Instituto Politécnico Nacional, y Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Entre sus obras se encuentran los libros de cuentos “Mucho que reconocer” (México, D.F., 1978) y “Buenos muchachos” (San Miguel de Allende, 1995); de crónicas, “Cada respiro que tomas” (Culiacán, 1991). Con su novela “El amante de Janis Joplin” (Tusquets, 2001) obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura “José Fuentes Mares”. Actualmente, es catedrático de la Universidad Autónoma de Sinaloa, infatigable promotor de la lectura y coordinador de talleres de narrativa.

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