EL APÓSTOL DE LA TALEGA

EL APÓSTOL DE LA TALEGA.- «México es un país que por siglos ha sido señoreado por los problemas de la tierra», dice el historiador Enrique Flores Cano. La tierra todo paridora, también pare problemas desde que se otorgó por decreto su justo reparto, después del episodio sangriento de la revolución sigue dando a luz problemas con dolores más fuertes que los del parto normal, porque ahora son dolores de dólares que se escapan de la bolsa. Todavía no se disipaba el humo de los cañonazos en el cerro de La Bufa, cuando la toma de Zacatecas, todavía se recogen casquillos de 30-30 en Celaya, donde cuando oían pitar los trenes se paraba y relinchaba, apenas se estaba planeando la restitución de las tierras de los grandes hacendados que venían explotándola desde la época colonial, a los campesinos que sobrevivieron a la batalla, apenas se consolidaba en el sexenio cardenista que el derecho de propiedad de la tierra quedó subordinado a su utilidad social y el latifundio fue declarado ilegal, y ya se iniciaban las rebatingas y el tráfico de influencias que siguió en su apogeo hasta el sexenio de Díaz Ordaz, en el que todavía se repartieron tierras aunque fueran temporaleras, salitrosas y de tepetate, pa’ taparle el ojo al macho, hasta que llegó el neoliberalismo y los ilustrados nuevos funcionarios tecnócratas le paran el alto a la reforma agraria. Hoy en día todavía se respiran polvos de aquellos lodos y los herederos del «Apóstol del maíz», Gabriel Ramos Millán, funcionario ya del sexenio de la presidencia de Miguel Alemán, de quien era íntimo amigo y socio en los negocios de fraccionamientos, ocupaba un cargo privilegiado en la administración, aunque nadie sabe que pisara un surco y dicen que si usaba huaraches, las correas le sacaban sangre; pero como la emblemática risa del presidente Alemán la catalogaban los de la banda de elote, es de suponerse que por asociación de ideas le endilgaran el apostolado de la rapacería del mítico grano y cumplidos todos los requisitos del latrocinio que imperaba en la época se hizo de buenas mulas cuando la ciudad de México experimentaba las mayores tasas de crecimiento de su historia. El negocio consistía en comprar tierras de escaso valor por su pobre rendimiento agrícola, y luego obtener un permiso para fraccionar y venderlas en pequeños lotes para la construcción de viviendas familiares, con la promesa de que pronto esos lotes contarían con agua potable, drenaje, energía eléctrica, pavimentación y banquetas; todo ello a cargo del erario. Los funcionarios alemanistas tuvieron así una bonita y legal forma de hacerse multimillonarios especulando con la tierra. El propio Miguel Alemán Valdés en sus memorias se refiere a Gabriel Ramos Millán diciendo: «Acreditados por el magnífico resultado obtenido en Cuernavaca, nos propusimos darle un impulso definitivo al negocio de bienes raíces, aprovechando para ello el proyecto de fraccionar la antigua Hacienda de los Morales, cuyos terrenos circundantes entre los llanos de Anzures y el rancho La Hormiga podían adquirirse a precios ínfimos. Oportunamente Gabriel acudió a entrevistarse con don Carlos Cuevas, propietario del enorme predio, quien accedería a venderle

-a sólo dos pesos el metro- la parte correspondiente a lo que había sido el rancho de Polanco. Tal era el poder persuasivo de Ramos Millán, que el propio don Carlos intercedió como su aval ante Nacional Hipotecaria, adquiriendo los terrenos sin dinero alguno, además de conseguir la autorización para fraccionarlos». Ramos Millán murió en un accidente de aviación y tuvo una gran visión para los negocios de «bienes y raíces», como dice la raza cervecera en cuanto a propiedades se trata, compró unos terrenos, entre otros, en los límites de Tlalpan y Xochimilco, los cuales fueron después expropiados por el gobierno de la ciudad para conformar zonas habitacionales en el sur de la ciudad. Hoy en día todavía seguimos tragando polvos de aquellos lodos y el senador azul del rabo verde, Diego Fernández de Cevallos, quien jura con la mano en el corazón que trae atravesado por una flecha que le lanzó Cupido, que sin hacer uso de su influencia (no influenza, como dice Fox), ni de sus privilegios de la presidencia de la Cámara de Senadores, le ganó un juicio a la Secretaria de la Reforma Agraria con la nueva técnica que nos trajo la globalización, por un mil doscientos millones de pesos, que la plusvalía del predio ya con las importantes mejoras, como el hecho de que mientras los antiguos fraccionadotes sólo comercializaban los lotes, en la operación aquí tasada se trata de la enorme extensión completa, con todo y calles, banquetas y jardines. Un verdadero ejemplo de la modernidad propia de los tiempos de cambio, que tanto pondera Fox y que nos tiene en un lugar privilegiado en la economía del mundo. Pero mi padre Dios castiga sin palo y sin cuarta la ambición, la codicia y el agandalle y hete aquí que la Suprema Corte de Justicia de la Nación acordó reducir a sólo 199 millones de pesos la indemnización que se le debe pagar a la familia heredera de Ramos Millán «El Apóstol del maíz», por la expropiación del predio de Santa Ursula; cinco ministros contra cuatro le rompieron la madre de todas las matracas al «Apóstol de la talega», que anda más encorajinado que Hugo contra Lavolpe. Lo más gacho es que los mismos colegas del peludo rabo verde, a sus espaldas bailan la jota aragonesa de gusto y los panistas que lo conocen como la ardilla de Los Pinos y que nunca ha trabajado, dicen las malas lenguas que se la lleva a puras tranzas y concertacesiones, como la de punta Diamante, Los Amigos de Fox y la del petiso, por no decirle perplejo de Carlos Ahumada, tienen la esperanza de que ahora sí se ponga a trabajar para hacer más caminitos de la escuela; pero el díscolo barbón de puro dicen que contesta engreído y grosero: «Si para comer tasajo tengo que sobarme el lomo, tizne su mail el trabajo, mejor no como».

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