“Como la vida misma”, novela de reveladoras perspectivas, magistralmente escrita por Agustín Ramos

Un escritor completo,
ya imaginado años ha,
por Elena Poniatowska

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 17 de febrero de 2005. Catorce estaciones, un personaje entrañable como “Caramelo”, una ciudad en la memoria y en la piel, una trama narrada desde distintas y reveladoras perspectivas, un conocimiento profundo de la sociedad mexicana, un rescate, recreación y valoración de un lenguaje vivo, vital y poderoso, una estructura fragmentada mas consistente, dan como resultado una apasionante novela, “Como la vida misma”, del escritor hidalguense Agustín Ramos, de quien hace veinte años Elena Poniatowska, con una visión y una confianza vuelta certeza, dijo que se convertiría en uno de los narradores más poderosos y originales de su generación.

En efecto, con esta novela, Ramos incursiona en la historia de una ciudad de provincia que fácilmente podría confundirse con Pachuca, pero que no lo es; con el trazo preciso y certero de personajes que fácilmente podrían estar —o lo que es peor: están ya— ubicados en cualquier ciudad mexicana, haciendo de las suyas y deshaciendo a los demás, nos da una escalofriante visión de un país que muere y otro que pareciera nacer casi muerto, de una sociedad al borde de la deshumanización y de la ausencia total de solidaridad.

Creador de ambientes que se vuelven cercanos al lector, de novelas eminentemente urbanas que no dejan de tener su raigambre rural, provinciana; de un lenguaje poderoso que es capaz de registrar y recrear las diversas hablas que se escuchan y se realizan en diferentes estratos sociales, como el que recrea prodigiosamente “Caramelo”, una puta que sólo sabe dar amor y por eso mismo se la lleva la chingada, olvidada y abandonada por todos; o como su posible sucedáneo, “Lupita”, una joven de belleza efímera y evanescente, cuya entrega se parece a la de “Caramelo”, pero a la que su falta de asideros vitales la lleva a la muerte más absurda y, sin embargo, más factible; o la de los chavos de la calle que se redimen a través de la corrupción y la degradación moral, o el de los “yupis” que infestan el país y amenazan con hacerse del poder gubernamental en un futuro no muy lejano.

En fin, con esta novela, Agustín Ramos se sumerge en las calles y en los sótanos de las vidas de su personajes; recoge la savia que fluye en las arterias de las calles y ciudades, de las oficinas gubernamentales y en los antros, en los corrillos políticos y culturales, en las conciencias y en las actitudes de las personas; en suma, esta novela justifica y trasciende completamente su título, “Como la vida misma”.

Amable y atento, Agustín Ramos platica con los lectores de Azteca 21 acerca de su último trabajo narrativo, publicado el mes pasado por “Tusquets Editores” en su célebre colección “Andanzas”, en la que también hay obras de otros escritores mexicanos, como Élmer Mendoza y Gonzalo Celorio, entre otros.

“Mi paso al frente de la cultura en Hidalgo me dotó de más herramientas para saber lo que digo en ‘Como la vida misma’, para corroborar que el poder sirve para destruir; no obstante, no permites que las costumbres se hagan leyes, a menos que te vuelvas un cínico. Sin duda es una experiencia que me enriqueció y me sirvió para algunos aspectos de la novela; aunque es claro que no tiene que ver una cosa con la otra; es decir, la novela es ficción total, nada que ver con la realidad real.

“En la novela no hablo de Pachuca, siempre me cuido de no decir que es Pachuca, nunca voy a aceptar que es Pachuca. En realidad tiene muchos puntos de identificación con otras ciudades del país. He escuchado comentarios de que también podría ser Guadalajara, Monterrey o Puebla, o como las colonias del D.F., que son como pueblitos… Eso me da gusto porque quería evitar el nombre, pues el anonimato tiene la función, entre otras, de confundir; por ejemplo, a “El Galán” nunca lo nombro. Por cierto, te voy a decir una cosa: no pensaba ponerlo con mayúsculas en la novela, pero bueno, esto no tiene mayor importancia a final de cuentas…

“Generalmente, mis anteriores novelas me llevaban de tres a cuatro años de gestación; ésta me llevó un año y disfruté mucho al escribirla… Siempre he pensado que no puede haber una estructura dramática si no hay una adecuada construcción de personajes; no es cuestión de escribir bonito o feo, sino de representar la realidad desde todos los aspectos que se pueda. Además, manejar personajes como “Caramelo”, “Lupita”, “El Galán”, Idalia, “El Huele”, Francisco, Laura… te exige una estructura nada sencilla.

“Ahora bien, el manejo de los tiempos también cumple una función importante, puesto que las incursiones al futuro me abren otra posibilidad narrativa, de narrar la historia desde distintos ángulos. Desde el momento en que nos ponemos a ver hacia el futuro podemos ver lo que está dejando de ser vigente, por ejemplo desaparece Caramelo, la prostituta a la que todos adoran, y Lupita muere asesinada, los ahijados de Caramelo también desaparecen… En fin, un futuro apocalíptico.

“Quizás también represente una especie de advertencia: “El Galán” podría llegar a la Presidencia de la República, lo estamos viendo: hacia allá vamos, con todo lo que implica que nos gobierne el narco. ¿Te imaginas cómo sería un delfín del narco? Con esto puedes darte cuenta de que el desarrollo social es puro cuento, que la política económica es un fracaso, que las cosas van mal…

“Y es que podemos hablar de un fracaso existencial de los jóvenes; un joven de mi generación decidía qué iba a ser en la vida, los jóvenes de hoy no pueden decidir, se los está llevando la trompada. Si estudian, ¿quién les va a dar chamba? No tienen futuro, así las cosas, yo me pregunto, ¿por qué los políticos ofrecen futuro? Estamos pasando de un futuro incierto a uno inexistente”.

Por último, Agustín Ramos nos habla sobre su evolución como escritor, del de hace veinte años de “La vida no vale nada” al de ahora, de “Como la vida misma”: “Básicamente sigo siendo el mismo, sigo trabajando sobre el lenguaje, aunque en ese tiempo pueda pasarte de todo. Tal vez el trabajo de escribir se ha vuelto más divertido, pues antes escribir uno de mis libros representaba una fuerte batalla; ahora hay más sabiduría, más astucia, es más gozosa la experiencia de la escritura, que es el gran premio al que puedo aspirar ahora. Finalmente, creo, el desafío es la no autocomplacencia”, concluye, antes de partir a una cita y de asegurarme que seguiremos charlando en otra ocasión. Espero que sea muy pronto. Mientras tanto, lea “Como la vida misma”, verá que el gozo que experimentó el autor al escribirla, se apoderará ineluctablemente de usted y gozará en su lectura tanto como él en su escritura.

Agustín Ramos

Nació en Hidalgo en 1952. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. También dirigió el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo y creó el museo interactivo “El Rehilete”, en Pachuca. Ha colaborado en suplementos y secciones culturales de diversos diarios nacionales. Ha escrito las novelas: “Al cielo por asalto”, “La vida no vale nada”, “Ahora que me acuerdo”, “Tú eres Pedro” y “La visita: un sueño de la razón”. Asimismo, es autor del cuento histórico para niños “El preso número cuatro” y de los ensayos “Río de estrellas”, “La herencia de los Bustamante”, “La gran cruzada” y “Manifiestos. De asombros y costumbres” (Tusquets, 2003). Sin duda, Agustín Ramos, fuera de modas y de grupos, como auguró Elena Poniatowska, es uno de los narradores más sólidos con los que cuenta la literatura mexicana contemporánea.

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